Mater et magistra

Los años Sesenta abren horizontes  prometedores: la recuperación después de las devastaciones de la guerra, el  inicio de la descolonización, las primeras tímidas señales de un deshielo en las relaciones entre los dos bloques, americano y soviético. En este clima,  el beato Juan XXIII lee con profundidad los « signos de los tiempos ». La cuestión social se está universalizando y afecta a todos los países:  junto a la cuestión obrera y la revolución industrial, se delinean los problemas  de la agricultura, de las áreas en vías de desarrollo, del incremento  demográfico y los relacionados con la necesidad de una cooperación económica  mundial. Las desigualdades, advertidas precedentemente al interno de las  Naciones, aparecen ahora en el plano internacional y manifiestan cada vez con  mayor claridad la situación dramática en que se encuentra el Tercer Mundo.

Juan XXIII, en la encíclica « Mater et magistra », « trata  de actualizar los documentos ya conocidos y dar un nuevo paso adelante en el  proceso de compromiso de toda la comunidad cristiana ». Las  palabras clave de la encíclica son comunidad y socialización:  la Iglesia está llamada a colaborar con todos los hombres en la verdad,  en la justicia y en el amor, para construir una auténtica comunión. Por  esta vía, el crecimiento económico no se limitará a satisfacer las necesidades  de los hombres, sino que podrá promover también su dignidad (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 94).

La Iglesia, madre y maestra

Madre y Maestra de pueblos, la Iglesia católica fue fundada  como tal por Jesucristo para que, en el transcurso de los siglos, encontraran  su salvación, con la plenitud de una vida más excelente, todos  cuantos habían de entrar en el seno de aquélla y recibir su abrazo. A  esta Iglesia, “columna y fundamento de la verdad” (cf. 1 Tm 3, 15),  confía su divino fundador una doble misión, la de engendrar hijos  para sí, y la de educarlos y dirigirlos, velando con maternal solicitud  por la vida de los individuos y de los pueblos, cuya superior dignidad  miró siempre la Iglesia con el máximo respeto y defendió con la  mayor vigilancia.

   Mater et Magistra, n. 1.  

La doctrina de Cristo une, en efecto, la tierra con el cielo, ya  que considera al hombre completo, alma y cuerpo, inteligencia y  voluntad, y le ordena elevar su mente desde las condiciones transitorias  de esta vida terrena hasta las alturas de la vida eterna, donde  un día ha de gozar de felicidad y de paz imperecederas.  

Mater et Magistra, n. 2