El apóstol Juan Evangelista

Mc 9,2-10: Éste es mi Hijo amado.
En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús:
-«Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»
Estaban asustados, y no sabía lo que decía. Se formó una nube que los cubrió, y salió una voz de la nube:
-«Éste es mi Hijo amado; escuchadlo.»
De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos.
Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó:
-«No contéis a nadie lo que habéis visto, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.»
Esto se les quedó grabado, y discutían qué querría decir aquello de «resucitar de entre los muertos».

CLAVE DE LECTURA

VISITA PASTORAL DEL PAPA FRANCISCO
A LA PARROQUIA ROMANA DE SAN GELASIO I, PAPA, EN PONTE MAMMOLO

HOMILÍA DEL SANTO PADRE

Domingo, 25 de febrero de 2018

 

Jesús se deja ver a los Apóstoles como es en el cielo: glorioso, luminoso, triunfante, vencedor. Y esto lo hace para prepararles a soportar la Pasión, el escándalo de la cruz, porque ellos no podían entender que Jesús hubiera muerto como un criminal, no podían entenderlo.

Ellos pensaban que Jesús fuera un libertador, pero como son los libertadores terrenales, los que ganan en la batalla, los que son siempre triunfadores. Y el camino de Jesús es otro: Jesús triunfa a través de la humillación, la humillación de la cruz. Pero puesto que esto hubiera sido un escándalo para ellos, Jesús les hace ver lo que viene después, lo que hay después de la cruz, lo que nos espera a todos nosotros. Esta gloria y este cielo.

¡Y eso es muy hermoso! Es muy hermoso porque Jesús —y esto escuchadlo bien— nos prepara siempre para la prueba. En un modo o en otro, pero este es el mensaje: nos prepara siempre. Nos da la fuerza para ir adelante en los momentos de prueba y vencerlos con su fuerza.

Jesús no nos deja solos en las pruebas de la vida: siempre nos prepara, nos ayuda, como ha preparado a estos [los discípulos], con la visión de su gloria. Y así ellos después recordaron esto [el momento] para soportar el peso de la humillación.

Esto es lo primero que nos enseña la Iglesia: Jesús nos prepara siempre para las pruebas y en las pruebas está con nosotros, no nos deja solos. Nunca. Lo segundo, podemos tomarlo de las palabras de Dios: «Este es mi Hijo, el amado. Escuchadle». Este es el mensaje que el Padre da a los Apóstoles. El mensaje de Jesús es prepararlos, haciéndoles ver su gloria; el mensaje del Padre es: «Escuchadle». No hay un momento en la vida que no se pueda vivir plenamente escuchando a Jesús. En los momentos hermosos, deteneos y escuchad a Jesús; en los momentos malos, deteneos y escuchad a Jesús. Este es el camino. Él nos dirá lo que tenemos que hacer. Siempre. Y vamos adelante en esta Cuaresma con estas dos cosas: en las pruebas, recordad la gloria de Jesús, es decir, lo que nos espera; que Jesús está presente siempre, con esa gloria para darnos fuerza.

Y durante toda la vida, escuchad a Jesús, lo que nos dice Jesús: en el Evangelio, en la liturgia, siempre nos habla; o en el corazón.

En la vida cotidiana, tal vez tengamos problemas, o tengamos que resolver muchas cosas. Hagámonos esta pregunta: ¿Qué nos dice Jesús hoy? Y busquemos escuchar la voz de Jesús, la inspiración desde dentro. Y así seguimos el consejo del Padre: «Este es mi Hijo, el amado. Escuchadle». Será la Virgen la que te dé el segundo consejo en Caná, en Galilea, cuando se produce el milagro del agua [trasformada] en vino. ¿Qué dice la Virgen? «Haced lo que Él diga». Escuchar a Jesús y hacer lo que Él dice: este es el camino seguro. Ir adelante con el recuerdo de la gloria de Jesús, con este consejo: escuchar a Jesús y hacer lo que Él nos dice.

Mc 9,30-37: El Hijo del hombre va a ser entregado. Quien quiera ser el primero, que sea el servidor de todos.
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se marcharon de la montaña y atravesaron Galilea; no quería que nadie se enterase, porque iba instruyendo a sus discípulos. Les decía:
-«El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días resucitará.»
Pero no entendían aquello, y les daba miedo preguntarle. Llegaron a Cafarnaún, y, una vez en casa, les preguntó:
-«¿De qué discutíais por el camino?»
Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante. Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo:
-«Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.»
Y, acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo:
-«El que acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí no me acoge a mí, sino al que me ha enviado.»

CLAVE DE LECTURA

VIAJE APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD EL PAPA FRANCISCO
A LITUANIA, LETONIA Y ESTONIA

[22-25 DE SEPTIEMBRE DE 2018]

ÁNGELUS

Parque Santakos de Kaunas, Lituania
Domingo, 23 de septiembre de 2018

 

 

Queridos hermanos y hermanas:

El libro de la Sabiduría que hemos escuchado en la primera lectura nos habla del justo perseguido, de aquel cuya “sola presencia” molesta a los impíos. El impío es descrito como el que oprime al pobre, no tiene compasión de la viuda ni respeta al anciano (cf. 2,17-20). El impío tiene la pretensión de creer que su “fuerza es la norma de la justicia”. Someter a los más frágiles, usar la fuerza en cualquiera de sus formas: imponer un modo de pensar, una ideología, un discurso dominante, usar la violencia o represión para doblegar a quienes simplemente, con su hacer cotidiano honesto, sencillo, trabajador y solidario, expresan que es posible otro mundo, otra sociedad. Al impío no le alcanza con hacer lo que quiere, dejarse llevar por sus caprichos; no quiere que los otros, haciendo el bien, dejen en evidencia su modo de actuar. En el impío, el mal siempre intenta aniquilar el bien.

Hace 75 años, esta nación presenciaba la destrucción definitiva del Gueto de Vilnia; así culminaba el aniquilamiento de miles de hebreos que ya había comenzado dos años antes. Al igual que se lee en el libro de la Sabiduría, el pueblo judío pasó por ultrajes y tormentos. Hagamos memoria de aquellos tiempos, y pidamos al Señor que nos dé el don del discernimiento para detectar a tiempo cualquier rebrote de esa perniciosa actitud, cualquier aire que enrarezca el corazón de las generaciones que no han vivido aquello y que a veces pueden correr tras esos cantos de sirena.

Jesús en el Evangelio nos recuerda una tentación sobre la que tendremos que vigilar con insistencia: el afán de primacía, de sobresalir por encima de los demás, que puede anidar en todo corazón humano. Cuántas veces ha sucedido que un pueblo se crea superior, con más derechos adquiridos, con más privilegios por preservar o conquistar. ¿Cuál es el antídoto que propone Jesús cuando aparece esa pulsión en nuestro corazón o en el latir de una sociedad o un país? Hacerse el último de todos y el servidor de todos; estar allí donde nadie quiere ir, donde nada llega, en lo más distante de las periferias; y sirviendo, generando encuentro con los últimos, con los descartados. Si el poder se decidiera por eso, si permitiéramos que el Evangelio de Jesucristo llegara a lo hondo de nuestras vidas, entonces sí sería una realidad la “globalización de la solidaridad”. «Mientras en el mundo, especialmente en algunos países, reaparecen diversas formas de guerras y enfrentamientos, los cristianos insistimos en nuestra propuesta de reconocer al otro, de sanar las heridas, de construir puentes, de estrechar lazos y de ayudarnos “mutuamente a llevar las cargas” (Ga 6,2)» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 67).

Aquí en Lituania está la colina de las cruces, donde millares de personas, a lo largo de los siglos, han plantado el signo de la cruz. Los invito a que, al rezar el Ángelus, le pidamos a María que nos ayude a plantar la cruz de nuestro servicio, de nuestra entrega allí donde nos necesitan, en la colina donde habitan los últimos, donde es preciso la atención delicada a los excluidos, a las minorías, para que alejemos de nuestros ambientes y de nuestras culturas la posibilidad de aniquilar al otro, de marginar, de seguir descartando a quien nos molesta y amenaza nuestras comodidades.

Jesús pone en medio a un pequeño, lo pone a la misma distancia de todos, para que todos nos sintamos desafiados a dar una respuesta. Al recordar el “sí” de María, pidámosle que haga nuestro “sí” generoso y fecundo como el suyo.

V. Angelus Domini nuntiavit Mariae.

R. Et concepit de Spiritu Sancto.

Mc 9,38-43.45.47-48: El que no está contra nosotros está a favor nuestro. Si tu mano te hace caer, córtatela.
En aquel tiempo, dijo Juan a Jesús:
- «Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no es de los nuestros.»
Jesús respondió:
- «No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro. Y, además, el que os dé a beber un vaso de agua, porque seguís al Mesías, os aseguro que no se quedará sin recompensa. El que escandalice a uno de estos pequeñuelos que creen, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar. Si tu mano te hace caer, córtatela: más te vale entrar manco en la vida, que ir con las dos manos al infierno, al fuego que no se apaga. Y, si tu pie te hace caer, córtatelo: más te vale entrar cojo en la vida, que ser echado con los dos pies al infierno. Y, si tu ojo te hace caer, sácatelo: más te vale entrar tuerto en el reino de Dios, que ser echado con los dos ojos al infierno, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga.»

CLAVE DE LECTURA 1

PAPA FRANCISCO

ÁNGELUS

Plaza de San Pedro
Domingo, 26 de septiembre de 2021

 

 

 

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de la Liturgia de hoy nos cuenta un breve diálogo entre Jesús y el apóstol Juan, que habla en nombre de todo el grupo de discípulos. Habían visto un hombre que expulsaba demonios en nombre del Señor, pero se lo impidieron porque no formaba parte de su grupo. Jesús, a este punto, les invita a no obstaculizar a quien trabaja por el bien, porque contribuye a realizar el proyecto de Dios (cfr. Mc 9,38-41). Luego advierte: en lugar de dividir a las personas en buenos y malos, todos estamos llamados a vigilar nuestro corazón, para no sucumbir al mal y dar escándalo a los demás (cfr. vv. 42-45.47-48).

Las palabras de Jesús desvelan una tentación y ofrecen una exhortación. La tentación es la de la cerrazón. Los discípulos querían impedir una obra de bien solo porque quien la realizaba no pertenecía a su grupo. Piensan que tienen “la exclusiva sobre Jesús” y que son los únicos autorizados a trabajar por el Reino de Dios. Pero así terminan por sentirse predilectos y consideran a los otros como extraños, hasta convertirse en hostiles con ellos. Hermanos y hermanas, cada cerrazón, de hecho, hace tener a distancia a quien no piensa como nosotros, y esto —lo sabemos— es la raíz de muchos males de la historia: del absolutismo que a menudo ha generado dictaduras y de muchas violencias hacia quien es diferente.

Pero es necesario también velar sobre la cerrazón en la Iglesia. Porque el diablo, que es el divisor —esto significa la palabra “diablo”, que causa la división— siempre insinúa sospechas para dividir y excluir a la gente. Tienta con astucia, y puede suceder como a esos discípulos, ¡que llegan a excluir incluso a quien había expulsado al mismo diablo! A veces también nosotros, en vez de ser comunidad humilde y abierta, podemos dar la impresión de ser “los primeros de la clase” y tener a los otros a distancia; en vez de tratar de caminar con todos, podemos exhibir nuestro “carné de creyentes”: “yo soy creyente”, “yo soy católico”, “yo soy católica”, “yo pertenezco a esta asociación, a la otra…”; y los otros pobrecitos no. Esto es un pecado. Mostrar el “carné de creyentes” para juzgar y excluir. Pidamos la gracia de superar la tentación de juzgar y de catalogar, y que Dios nos preserve de la mentalidad del “nido”, la de custodiarnos celosamente en el pequeño grupo de quien se considera bueno: el sacerdote con sus fieles, los trabajadores pastorales cerrados entre ellos para que nadie se infiltre, los movimientos y las asociaciones en el propio carisma particular, etc. Cerrados. Todo esto corre el riesgo de hacer de las comunidades cristianas lugares de separación y no de comunión. El Espíritu Santo no quiere cierres; quiere apertura, comunidades acogedoras donde haya sitio para todos.

Y después en el Evangelio está la exhortación de Jesús: en vez de juzgar todo y a todos, ¡estemos atentos a nosotros mismos! De  hecho, el riesgo es el de ser inflexibles hacia los otros e indulgentes hacia nosotros mismos. Y Jesús nos exhorta a no pactar con el mal con imágenes que impactan: “Si hay algo en ti que es motivo de escándalo, córtatelo!” (cfr. vv. 43-48). Si algo te hace mal, ¡córtalo! No dice: “Si algo es motivo de escándalo, piensa sobre ello, mejora un poco…”. No: “¡Córtatelo! ¡Enseguida!”. Jesús es radical en esto, exigente, pero por nuestro bien, como un buen médico. Cada corte, cada poda, es para crecer mejor y llevar fruto en el amor. Preguntémonos entonces: ¿Qué hay en mí que contrasta con el Evangelio? ¿Qué quiere Jesús, en concreto, que corte en mi vida?

Recemos a la Virgen Inmaculada, para que nos ayude a ser acogedores hacia los otros y vigilantes sobre nosotros mismos.

 

CLAVE DE LECTURA 2

PAPA FRANCISCO

ÁNGELUS

Domingo, 30 de septiembre de 2018

 

¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!

El Evangelio de este domingo (cf. Marcos 9, 38-43.45.47-48) nos presenta uno de esos momentos particulares muy instructivos de la vida de Jesús con sus discípulos. Estos habían visto que un hombre, el cual no formaba parte del grupo de los seguidores de Jesús, expulsaba a los demonios en el nombre de Jesús, y por eso querían prohibírselo. Juan, con el entusiasmo acérrimo típico de los jóvenes, informa sobre el hecho al Maestro buscando su apoyo; pero Jesús, al contrario, responde: «No se lo impidáis, pues no hay nadie que obre un milagro invocando mi nombre y que luego sea capaz de hablar mal de mí. Pues el que no está contra nosotros, está por nosotros» (vv. 39-40).

Juan y los demás discípulos manifiestan una actitud de cerrazón frente a un suceso que no entra en sus esquemas, en esta caso la acción, aunque sea buena, de una persona «externa» al círculo de seguidores. Sin embargo Jesús aparece muy libre, plenamente abierto a la libertad del Espíritu de Dios, que en su acción no está limitado por ningún confín o algún recinto. Jesús quiere educar a sus discípulos, también a nosotros hoy, en esta libertad interior. Nos hace bien reflexionar sobre este episodio, y hacer un poco de examen de conciencia. La actitud de los discípulos de Jesús es muy humana, muy común, y lo podemos encontrar en las comunidades cristianas de todos los tiempos, probablemente también en nosotros mismos. De buena fe, de hecho, con celo, se quisiera proteger la autenticidad de una cierta experiencia, tutelando al fundador o al líder de los falsos imitadores. Pero al mismo tiempo está como el temor de la «competencia» —esto es feo: el temor de la competencia—, que alguno pueda robar nuevos seguidores, y entonces no se logra apreciar el bien que los otros hacen: no va bien porque «no es de los nuestros», se dice. Es una forma de autorreferencialidad. Es más, aquí está la raíz del proselitismo. Y la Iglesia —decía el Papa Benedicto— no crece por proselitismo, crece por atracción, es decir crece por el testimonio dado a los demás con la fuerza del Espíritu Santo.

La gran libertad de Dios al donarse a nosotros constituye un desafío y una exhortación a modificar nuestras actitudes y nuestras relaciones. Es la invitación que nos dirige Jesús hoy. Él nos llama a no pensar según las categorías de «amigo/enemigo», «nosotros/ellos», «quien está dentro/quien está fuera», «mío/tuyo», sino para ir más allá, a abrir el corazón para poder reconocer su presencia y la acción de Dios también en ambientes insólitos e imprevisibles y en personas que forman parte de nuestro círculo. Se trata de estar atentos más a la autenticidad del bien, de lo bonito y de lo verdadero que es realizado, que no al nombre y a la procedencia de quien lo cumple. Y —como nos sugiere la parte restante del Evangelio de hoy —en vez de juzgar a los demás, debemos examinarnos a nosotros mismos, y «cortar» sin compromisos todo lo que puede escandalizar a las personas más débiles en la fe. Que la Virgen María, modelo de dócil acogida de las sorpresas de Dios, nos ayude a reconocer los signos de la presencia del Señor en medio de nosotros, descubriéndolo allá donde Él se manifieste, también en las situaciones más impensables y raras. Que nos enseñe a amar nuestra comunidad sin envidias y clausuras, siempre abiertos al amplio horizonte de la acción del Espíritu Santo.

Mc 10,35-45: El hijo del hombre ha venido para dar su vida en rescate por todos.
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron:
- «Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir.»
Les preguntó:
- «¿Qué queréis que haga por vosotros?»
Contestaron:
- «Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda.»
Jesús replicó:
- «No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?»
Contestaron:
- «Lo somos.»
Jesús les dijo:
- «El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os bautizaréis con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; está ya reservado.»
Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santia­go y Juan.
Jesús, reuniéndolos, les dijo:
- «Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen.
Vosotros, nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos.
Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sir­van, sino para servir y dar su vida en rescate por todos.»

CLAVE DE LECTURA

PAPA FRANCISCO

ÁNGELUS

Plaza de San Pedro
Domingo, 17 de octubre de 2021

 

 

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de la Liturgia de hoy (Mc 10,35-45) cuenta que dos discípulos, Santiago y Juan, piden al Señor sentarse un día junto a Él en la gloria, como si fueran “primeros ministros”, o algo así. Pero los otros discípulos los escuchan y se indignan. A este punto Jesús, con paciencia, les ofrece una gran enseñanza: la verdadera gloria no se obtiene elevándose sobre los otros, sino viviendo el mismo bautismo que Él recibirá, dentro de poco tiempo, en Jerusalén, es decir, la cruz. ¿Qué quiere decir esto? La palabra “bautismo” significa “inmersión”: con su Pasión, Jesús se sumergió en la muerte, ofreciendo su vida para salvarnos. Por tanto, su gloria, la gloria de Dios, es amor que se hace servicio, no poder que aspira a la dominación. No poder que aspira al dominio, ¡no! Es amor que se hace servicio. Por eso Jesús concluye diciendo a los suyos y también a nosotros: «el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor» (Mc 10,43). Para hacerse grandes, tendréis que ir en el camino del servicio, servir a los otros.

Estamos frente a dos lógicas diferentes: los discípulos quieren emerger y Jesús quiere sumergirse. Detengámonos sobre estos dos verbos. El primero es emerger. Expresa esa mentalidad mundana por la que siempre somos tentados: vivir todas las cosas, incluso las relaciones, para alimentar nuestra ambición, para subir los peldaños del éxito, para alcanzar puestos importantes. La búsqueda del prestigio personal se puede convertir en una enfermedad del espíritu, incluso disfrazándose detrás de buenas intenciones; por ejemplo cuando, detrás del bien que hacemos y predicamos, en realidad nos buscamos solo a nosotros mismos y nuestra afirmación, es decir, ir adelante nosotros, trepar… Y esto también lo vemos en la Iglesia. Cuántas veces, los cristianos, que deberíamos ser servidores, tratamos de trepar, de ir adelante. Por eso, siempre necesitamos verificar las verdaderas intenciones del corazón, preguntarnos: “¿Por qué llevo adelante este trabajo, esta responsabilidad? ¿Para ofrecer un servicio o para hacerme notar, ser alabado y recibir cumplidos?”. A esta lógica mundana, Jesús contrapone la suya: en vez de elevarse por encima de los demás, bajar del pedestal para servirlos; en vez de emerger sobre los otros, sumergirse en la vida de los otros. Estaba viendo en el programa “A sua immagine” ese servicio de las Cáritas para que a nadie le falte comida: preocuparse por el hambre de los otros, preocuparse de las necesidades de los otros. Mirar y abajarse en el servicio, y no tratar de trepar para la propia gloria.

Y ahí está el segundo verbo: sumergirse. Jesús nos pide que nos sumerjamos. Y ¿cómo sumergirse? Con compasión, en la vida de quien encontramos. Ahí [en ese servicio de Cáritas] estábamos viendo el hambre: y nosotros, ¿pensamos con compasión en el hambre de tanta gente? Cuando estamos delante de la comida, que es una gracia de Dios y que nosotros podemos comer, hay mucha gente que trabaja y no logra tener la comida suficiente para todo el mes. ¿Pensamos en esto? Sumergirse con compasión, tener compasión. No es un dato de enciclopedia: hay muchos hambrientos… ¡No! Son personas. ¿Y yo tengo compasión por las personas? Compasión de la vida de quien encontramos, como ha hecho Jesús conmigo, contigo, con todos nosotros, se ha acercado con compasión.

Miramos al Señor Crucificado, sumergido hasta el fondo en nuestra historia herida, y descubrimos la manera de hacer de Dios. Vemos que Él no se ha quedado allí arriba en los cielos, a mirarnos de arriba a abajo, sino que se ha abajado a lavarnos los pies. Dios es amor y el amor es humilde, no se eleva, sino que desciende, como la lluvia que cae sobre la tierra y trae vida. ¿Pero qué hay que hacer para ponerse en la misma dirección que Jesús, para pasar del emerger al sumergirse, de la mentalidad del prestigio, esa mundana, a la del servicio, la cristiana? Requiere compromiso, pero no es suficiente. Solos es difícil, por no decir imposible, pero tenemos dentro una fuerza que nos ayuda. Es la del Bautismo, de esa inmersión en Jesús que todos nosotros hemos recibido por gracia y que nos dirige, nos impulsa a seguirlo, a no buscar nuestro interés sino a ponernos al servicio. Es una gracia, es un fuego que el Espíritu ha encendido en nosotros y que debe ser alimentado. Pidamos hoy al Espíritu Santo que renueve en nosotros la gracia del Bautismo, la inmersión en Jesús, en su forma de ser, para ser más servidores, para ser siervos como Él ha sido con nosotros.

Y recemos a la Virgen: Ella, incluso siendo la más grande, no ha tratado de emerger, sino que ha sido la humilde sierva del Señor, y está completamente inmersa a nuestro servicio, para ayudarnos a encontrar a Jesús.

 

Mt 10,1-7: Id a las ovejas descarriadas de Israel.
En aquel tiempo, Jesús llamó a sus doce discípulos y les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia.
Estos son los nombres de los doce apóstoles: el primero, Simón, el llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago el Zebedeo, y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé, Tomás y Mateo el publicano; Santiago el Alfeo, y Tadeo; Simón el fanático, y Judas Iscariote, el que lo entregó.
A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones:
-No vayáis a tierra de paganos ni entréis en las ciudades de Samaría, sino id a las ovejas descarriadas de Israel.
Id y proclamad que el Reino de los Cielos está cerca.
Jn 18,1-19,42: Pasión de nuestro Señor Jesucristo.
Prendieron a Jesús y lo ataron
C.: En aquel tiempo, salió Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí él y sus dis­cípulos. Judas, el traidor, conocía también el sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos. Judas entonces, tomando la patrulla y unos guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos, entró allá con faroles, antorchas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que venía sobre él, se adelantó y les dijo:
+: -«¿A quién buscáis?»
C.: Le contestaron:
S.: -«A Jesús, el Nazareno.»
C.: Les dijo Jesús:
+: -«Yo soy.»
C.: Estaba también con ellos Judas, el traidor. Al decirles «Yo soy» retrocedieron y cayeron a tierra. Les preguntó otra vez:
+: -«¿A quién buscáis?»
C.: Ellos dijeron:
S.: -«A Jesús, el Nazareno.»
C.: Jesús contestó:
+: -«Os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mí, dejad marchar ando a éstos.»
C.: Y así se cumplió lo que había dicho: «No he perdido a ninguno de los que me diste.»
Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al criado del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro:
+: -«Mete la espada en la vaina. El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?»

Llevaron a Jesús primero a Anás
C.: La patrulla, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero a Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año; era Caifás el que había dado a los judíos este consejo: «Conviene que muera un solo hombre por el pueblo.»
Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Este discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedó fuera a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La criada que hacía de portera dijo entonces a Pedro:
S.: -«¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?»
C.: Él dijo:
S.: -«No lo soy.»
C.: Los criados y los guardias habían encendido un brasero, por­ que hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos de pie, calentándose.
El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de la doctrina.
Jesús le contestó:
+: -«Yo he hablado abiertamente al mundo; yo he enseñado con­tinuamente en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me interrogas a mí? Interroga a los que me han oído, de qué les he hablado. Ellos saben lo que he dicho yo.»
C.: Apenas dijo esto, uno de los guardias que estaba allí le dio una bofetada a Jesús, diciendo:
S.: -«¿Así contestas al sumo sacerdote?»
C.: Jesús respondió:
+: -«Si he faltado al hablar, muestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?»
C.: Entonces Anás lo envió atado a Caifás, sumo sacerdote.

¿No eres tú también de sus discípulos? No lo soy
C.: Simón Pedro estaba en pie, calentándose, y le dijeron:
S.: -«¿No eres tú también de sus discípulos?»
C.: Él lo negó, diciendo:
S.: -«No lo soy.»
C.: Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le cortó la oreja, le dijo:
S.: -«¿No te he visto yo con él en el huerto?»
C.: Pedro volvió a negar, y enseguida cantó un gallo.

Mi reino no es de este mundo
C.: Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era el amanecer, y ellos no entraron en el pretorio para no incurrir en impureza y poder así comer la Pascua. Salió Pilato afuera, adonde estaban ellos, y dijo:
S.: -«¿Qué acusación presentáis contra este hombre?»
C.: Le contestaron:
S.: -«Si éste no fuera un malhechor, no te lo entregaríamos.»
C.: Pilato les dijo:
S.: -«Lleváoslo vosotros y juzgadlo según vuestra ley.»
C.: Los judíos le dijeron:
S.: -«No estamos autorizados para dar muerte a nadie.»
C.: Y así se cumplió lo que habla dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir.
Entró otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo:
S.: -«¿Eres tú el rey de los judíos?»
C.: Jesús le contestó:
+: -«¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?»
C.: Pilato replicó:
S.: -«¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?»
C.: Jesús le contestó:
+: -«Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí.»
C.: Pilato le dijo:
S.: -«Conque, ¿tú eres rey?»
C.: Jesús le contestó:
+: -«Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he  venido al mundo: para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz.»
C.: Pilato le dijo:
S.: -«Y, ¿qué es la verdad?»
C.: Dicho esto, salió otra vez adonde estaban los judíos y les dijo:
S.: -«Yo no encuentro en él ninguna culpa. Es costumbre entre vosotros que por Pascua ponga a uno en libertad. ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?»
C.: Volvieron a gritar:
S.: -«A ése no, a Barrabás.»
C.: El tal Barrabás era un bandido.

¡Salve, rey de los judíos!
C.: Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Y los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le echaron por encima un manto color púrpura; y, acercándose a él, le decían:
S.: -«¡Salve, rey de los judíos!»
C.: Y le daban bofetadas.
Pilato salió otra vez afuera y les dijo:
S.: -«Mirad, os lo saco afuera, para que sepáis que no encuentro en él ninguna culpa.»
C.: Y salió Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les dijo:
S.: -«Aquí lo tenéis.»
C.: Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron:
S.: -«¡Crucifícalo, crucifícalo!»
C.: Pilato les dijo:
S.: -«Lleváoslo vosotros y crucificadlo, porque yo no encuentro culpa en él.»
C.: Los judíos le contestaron:
S.: -«Nosotros tenemos una ley, y según esa ley tiene que morir, porque se ha declarado Hijo de Dios.»            
C.: Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más y, entran­do otra vez en el pretorio, dijo a Jesús:
S.: -«¿De dónde eres tú?»
C.: Pero Jesús no le dio respuesta.
Y Pilato le dijo:
S.: -«¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?»
C.: Jesús le contestó:
+: -«No tendrías ninguna autoridad sobre mí, si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor.»

¡Fuera, fuera; crucifícalo!
C.: Desde este momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban:
S.: -«Si sueltas a ése, no eres amigo del César. Todo el que se de­clara rey está contra el César.»
C.: Pilato entonces, al oír estas palabras, sacó afuera a Jesús y lo sentó en el tribunal, en el sitio que llaman «el Enlosado» (en hebreo Gábbata). Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia el mediodía.
Y dijo Pilato a los judíos:
S.: -«Aquí tenéis a vuestro rey.»
C.: Ellos gritaron:
S.: -«¡Fuera, fuera; crucifícalo!»
C.: Pilato les dijo:
S.: -«¿A vuestro rey voy a crucificar?»
C.: Contestaron los sumos sacerdotes:
S.: -«No tenemos más rey que al César.»
C.: Entonces se lo entregó para que lo crucificaran.

Lo crucificaron, y con él a otros dos
C.: Tomaron a Jesús, y él, cargando con la cruz, salió al sitio llamado «de la Calavera» (que en hebreo se dice Gólgota), donde lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado, y en medio, Jesús. Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba morir, escrito: «Jesús, el Nazareno, el rey de los judíos.»
Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús, y estaba escrito en hebreo, latín y griego.
Entonces los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato:
S.: -«No escribas "El rey de los judíos", sino "Éste ha dicho: Soy el rey de los judíos".»
C.: Pilato les contestó:
S.: -«Lo escrito, escrito está.»

Se repartieron mis ropas
C.: Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo. Y se dijeron:
S.: -«No la rasguemos, sino echemos a suerte, a ver a quién le toca. »
C.: Así se cumplió la Escritura: «Se repartieron mis ropas y echa­ron a suerte mi túnica.»
Esto hicieron los soldados.

Ahí tienes a tu hijo. Ahí tienes a tu madre
C.: Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre:
+: -«Mujer, ahí tienes a tu hijo.»
C.: Luego, dijo al discípulo:
+: -«Ahí tienes a tu madre.»
C.: Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa.

Está cumplido
C.: Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término, para que se cumpliera la Escritura dijo:
+: -«Tengo sed.»
C.: Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una cana de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo:
+: -«Está cumplido.»
C.: E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu.
Todos se arrodillan, y se hace una pausa.

Y al punto salió sangre y agua
C.: Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día solemne, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura: «No le quebrarán un hueso»; y en otro lugar la Escritura dice: «Mirarán al que atravesaron.»

Vendaron todo el cuerpo de Jesús, con los aromas
C.: Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo clandestino de Jesús por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche, y trajo unas cien libras de una mixtura de mirra y áloe.
Tomaron el cuerpo de Jesús y lo vendaron todo, con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.

CLAVE DE LECTURA

VIAJE APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD EL PAPA FRANCISCO A LITUANIA, LETONIA Y ESTONIA
[22-25 DE SEPTIEMBRE DE 2018]

SANTA MISA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE

Santuario de la Madre de Dios de Aglona, Letonia
Lunes, 24 de septiembre de 2018

 

 

Bien podríamos decir que aquello que relata san Lucas en el comienzo del libro de los Hechos de los Apóstoles se repite hoy aquí: íntimamente unidos, dedicados a la oración, y en compañía de María, nuestra Madre (cf. 1,14). Hoy hacemos nuestro el lema de esta visita: “¡Muéstrate, Madre!”, haz evidente en qué lugar sigues cantando el Magníficat, en qué sitios está tu Hijo crucificado, para encontrar a sus pies tu firme presencia.

El evangelio de Juan relata solo dos momentos en que la vida de Jesús se entrecruza con la de su Madre: las bodas de Caná (cf. Jn 2,1-12) y el que acabamos de leer, María al pie de la cruz (cf. Jn 19,25-27). Pareciera que al evangelista le interesa mostrarnos a la Madre de Jesús en esas situaciones de vida aparentemente opuestas: el gozo de unas bodas y el dolor por la muerte de un hijo. Que, al adentrarnos en el misterio de la Palabra, ella nos muestre cuál es la Buena Noticia que el Señor hoy quiere compartirnos.

Lo primero que señala el evangelista es que María está “firmemente de pie” junto a su Hijo. No es un modo liviano de estar, tampoco evasivo y menos aún pusilánime. Es con firmeza, “clavada” al pie de la cruz, expresando con la postura de su cuerpo que nada ni nadie podría moverla de ese lugar. María se muestra en primer lugar así: al lado de los que sufren, de aquellos de los que todo el mundo huye, incluso de los que son enjuiciados, condenados por todos, deportados. No se trata solo de que sean oprimidos o explotados, sino de estar directamente “fuera del sistema”, al margen de la sociedad (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 53). Con ellos está también la Madre, clavada junto a esa cruz de la incomprensión y del sufrimiento.

También María nos muestra un modo de estar al lado de estas realidades; no es ir de paseo ni hacer una breve visita, ni tampoco es “turismo solidario”. Se trata de que quienes padecen una realidad de dolor nos sientan a su lado y de su lado, de modo firme, estable; todos los descartados de la sociedad pueden hacer experiencia de esta Madre delicadamente cercana, porque en el que sufre siguen abiertas las llagas de su Hijo Jesús. Ella lo aprendió al pie de la cruz. También nosotros estamos llamados a “tocar” el sufrimiento de los demás. Vayamos al encuentro de nuestro pueblo para consolarlo y acompañarlo; no tengamos miedo de experimentar la fuerza de la ternura y de implicarnos y complicarnos la vida por los otros (cf. ibíd., 270). Y, como María, permanezcamos firmes y de pie: con el corazón puesto en Dios y animados, levantando al que está caído, enalteciendo al humilde, ayudando a terminar con cualquier situación de opresión que los hace vivir como crucificados.

María es invitada por Jesús a recibir al discípulo amado como su hijo. El texto nos dice que estaban juntos, pero Jesús percibe que no lo suficiente, que no se han recibido mutuamente. Porque uno puede estar al lado de muchísimas personas, puede incluso compartir la misma vivienda, o el barrio, o el trabajo; puede compartir la fe, contemplar y gozar de los mismos misterios, pero no acogerse, no hacer el ejercicio de una aceptación amorosa del otro. Cuántos matrimonios podrían relatar sus historias de estar cerca pero no juntos; cuántos jóvenes sienten con dolor esta distancia con los adultos, cuántos ancianos se sienten fríamente atendidos, pero no amorosamente cuidados y recibidos.

Es cierto que, a veces, cuando nos hemos abierto a los demás nos ha hecho mucho daño. También es verdad que, en nuestras realidades políticas, la historia de desencuentro de los pueblos todavía está dolorosamente fresca. María se muestra como mujer abierta al perdón, a dejar de lado rencores y desconfianzas; renuncia a hacer reclamos por lo que “hubiera podido ser” si los amigos de su Hijo, si los sacerdotes de su pueblo o si los gobernantes se hubieran comportado de otra manera, no se deja ganar por la frustración o la impotencia. María le cree a Jesús y recibe al discípulo, porque las relaciones que nos sanan y liberan son las que nos abren al encuentro y a la fraternidad con los demás, porque descubren en el otro al mismo Dios (cf. ibíd., 92). Monseñor Sloskans, que descansa aquí, una vez apresado y enviado lejos, escribía a sus padres: «Os lo pido desde lo más hondo de mi corazón: no dejéis que la venganza o la exasperación se abran camino en vuestro corazón. Si lo permitiésemos no seríamos verdaderos cristianos, sino fanáticos». En tiempos donde pareciera que vuelve a haber modos de pensar que nos invitan a desconfiar de los otros, que con estadísticas nos quieren demostrar que estaríamos mejor, seríamos más prósperos, habría más seguridad si estuviéramos solos, María y los discípulos de estas tierras nos invitan a acoger, a volver a apostar por el hermano, por la fraternidad universal.

Pero María se muestra también como la mujer que se deja recibir, que humildemente acepta pasar a ser parte de las cosas del discípulo. En aquella boda que se había quedado sin vino, con el peligro de terminar llena de ritos pero seca de amor y de alegría, fue ella la que les mandó que hicieran lo que él les dijera (cf. Jn 2,5). Ahora, como discípula obediente, se deja recibir, se traslada, se acomoda al ritmo del más joven. Siempre cuesta la armonía cuando somos distintos, cuando los años, las historias y las circunstancias nos ponen en modos de sentir, pensar y hacer que a simple vista parecen opuestos. Cuando con fe escuchamos el mandato de recibir y ser recibidos, es posible construir la unidad en la diversidad, porque no nos frenan ni dividen las diferencias, sino que somos capaces de mirar más allá, de ver a los otros en su dignidad más profunda, como hijos de un mismo Padre (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 228).

En esta, como en cada eucaristía, hacemos memoria de aquel día. Al pie de la cruz, María nos recuerda el gozo de haber sido reconocidos como sus hijos, y su Hijo Jesús nos invita a traerla a casa, a ponerla en medio de nuestra vida. Ella nos quiere regalar su valentía, para estar firmemente de pie; su humildad, que la hace adaptarse a las coordenadas de cada momento de la historia; y clama para que en este, su santuario, todos nos comprometamos a acogernos sin discriminarnos. Que todos en Letonia, sepan que estamos dispuestos a privilegiar a los más pobres, levantar a los caídos y recibir a los demás así como vienen y se presentan ante nosotros.

Jn 21,20-25: Este es el discípulo que ha escrito todo esto, y su testimonio es verdadero.
En aquel tiempo, Pedro, volviéndose, vio que los seguía el discípulo a quien Jesús tanto amaba, el mismo que en la cena se había apoyado en su pecho y le había preguntado: «Señor, ¿quién es el que te va a entregar?»
Al verlo, Pedro dice a Jesús: 
- «Señor, y éste ¿qué?»
Jesús le contesta: 
- «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué? Tú sígueme.»
Entonces se empezó a correr entre los hermanos el rumor de que ese discípulo no moriría. Pero no le dijo Jesús que no moriría, sino: «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué?»
Éste es el discípulo que da testimonio de todo esto y lo ha escrito; y nosotros sabemos que su testimonio es verdadero. Muchas otras cosas hizo Jesús. Si se escribieran una por una, pienso que los libros no cabrían ni en todo el mundo.
Hch 3,1-10: Te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo, echa a andar.
En aquellos días, subían al templo Pedro y Juan, a la oración de media tarde, cuando vieron traer a cuestas a un lisiado de nacimiento. Solían colocarlo todos los días en la puerta del templo llamada «Hermosa», para que pidiera limosna a los que entraban. Al ver entrar en el templo a Pedro y a Juan, les pidió limosna. Pedro, con Juan a su lado, se le quedó mirando y le dijo:
- «Míranos.»
Clavó los ojos en ellos, esperando que le darían algo. Pedro le dijo:
- «No tengo plata ni oro, te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, echa a andar.»
Agarrándolo de la mano derecha lo incorporó. Al instante se le fortalecieron los pies y los tobillos, se puso en pie de un salto, echó a andar y entró con ellos en el templo por su pie, dando brincos y alabando a Dios. La gente lo vio andar alabando a Dios; al caer en la cuenta de que era el mismo que pedía limosna sentado en la puerta Hermosa, quedaron estupefactos ante lo sucedido.
Hch 3,11-26: Matasteis al autor de la vida; pero Dios lo resucitó de entre los muertos.
En aquellos días, mientras el paralítico curado seguía aún con Pedro y Juan, la gente, asombrada, acudió corriendo al pórtico de Salomón, donde ellos estaban. Pedro, al ver a la gente, les dirigió la palabra:
- «Israelitas, ¿por qué os extrañáis de esto? ¿Por qué nos miráis como si hubiéramos hecho andar a éste con nuestro propio poder o virtud? El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su siervo Jesús, al que vosotros entregasteis y rechazasteis ante Pilato, cuando había decidido soltarlo.
Rechazasteis al santo, al justo, y pedisteis el indulto de un asesino; matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos, y nosotros somos testigos.
Como éste que veis aquí y que conocéis ha creído en su nombre, su nombre le ha dado vigor; su fe le ha restituido completamente la salud, a vista de todos vosotros.
Sin embargo, hermanos, sé que lo hicisteis por ignorancia, y vuestras autoridades lo mismo; pero Dios cumplió de esta manera lo que había predicho por los profetas, que su Mesías tenía que padecer.
Por tanto, arrepentíos y convertíos, para que se borren vuestros pecados; a ver si el Señor manda tiempos de consuelo, y envía a Jesús, el Mesías que os estaba destinado. Aunque tiene que quedarse en el cielo hasta la restauración universal que Dios anunció por boca de los santos profetas antiguos.
Moisés dijo: "El Señor Dios sacará de entre vosotros un profeta como yo: escucharéis todo lo que os diga; y quien no escuche al profeta será excluido del pueblo." Y, desde Samuel, todos los profetas anunciaron también estos días.
Vosotros sois los hijos de los profetas, los hijos de la afianza que hizo Dios con vuestros padres, cuando le dijo a Abrahán: "Tu descendencia será la bendición de todas las razas de la tierra."
Dios resucitó a su siervo y os lo envía en primer lugar a vosotros, para que os traiga la bendición, si os apartáis de vuestros pecados.»
Hch 4,1-12: Ningún otro puede salvar.
En aquellos días, mientras hablaban al pueblo Pedro y Juan, se presentaron los sacerdotes, el comisario del templo y los saduceos, indignados de que enseñaran al pueblo y anunciaran la resurrección de los muertos por el poder de Jesús. Les echaron mano y, como ya era tarde, los metieron en la cárcel hasta el día siguiente. Muchos de los que habían oído el discurso, unos cinco mil hombres, abrazaron la fe.
Al día siguiente, se reunieron en Jerusalén los jefes del pueblo, los ancianos y los escribas; entre ellos el sumo sacerdote Anás, Caifás y Alejandro, y los demás que eran familia de sumos sacerdotes. Hicieron comparecer a Pedro y a Juan y los interrogaron:
- «¿Con qué poder o en nombre de quién habéis hecho eso?»
Pedro, lleno de Espíritu Santo, respondió:
- «Jefes del pueblo y ancianos: Porque le hemos hecho un favor a un enfermo, nos interrogáis hoy para averiguar qué poder ha curado a ese hombre; pues, quede bien claro a todos vosotros y a todo Israel que ha sido el nombre de Jesucristo Nazareno, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos; por su nombre, se presenta éste sano ante vosotros. Jesús es la piedra que desechasteis vosotros, los arquitectos, y que se ha convertido en piedra angular; ningún otro puede salvar; bajo el cielo, no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos.»
Hch 4,13-21: No podemos menos de contar lo que hemos visto y oído.
En aquellos días, los jefes del pueblo, los ancianos y los escribas, viendo la seguridad de Pedro y Juan, y notando que eran hombres sin letras ni instrucción, se sorprendieron y descubrieron que habían sido compañeros de Jesús. Pero, viendo junto a ellos al hombre que habían curado, no encontraban respuesta.
Les mandaron salir fuera del Sanedrín, y se pusieron a deliberar:
- «¿Qué vamos a hacer con esta gente? Es evidente que han hecho un milagro: lo sabe todo Jerusalén, y no podemos negarlo; pero, para evitar que se siga divulgando, les prohibiremos que vuelvan a mencionar a nadie ese nombre.»
Los llamaron y les prohibieron en absoluto predicar y enseñar en nombre de Jesús. Pedro y Juan replicaron:
-«¿Puede aprobar Dios que os obedezcamos a vosotros en vez de a él? Juzgadlo vosotros. Nosotros no podemos menos de contar lo que hemos visto y oído.»
Repitiendo la prohibición, los soltaron. No encontraron la manera de castigarlos, porque el pueblo entero daba gloria a Dios por lo sucedido.
Hch 4,23-31: Al terminar la oración, los llenó a todos el Espíritu Santo, y anunciaban con valentía la Palabra de Dios.
En aquellos días, puestos en libertad, Pedro y Juan volvieron al grupo de los suyos y les contaron lo que les habían dicho los sumos sacerdotes y los ancianos.
Al oírlo, todos juntos invocaron a Dios en voz alta:
- «Señor, tú hiciste el cielo, la tierra, el mar y todo lo que contienen; tú inspiraste a tu siervo, nuestro padre David, para que dijera:
"¿Por qué se amotinan las naciones, y los pueblos planean un fracaso? Se alían los reyes de la tierra, los príncipes conspiran contra el Señor y contra su Mesías."
Así fue: en esta ciudad se aliaron Herodes y Poncio Pilato con los gentiles y el pueblo de Israel contra tu santo siervo Jesús, tu Ungido, para realizar cuanto tu poder y tu voluntad habían determinado. Ahora, Señor, mira cómo nos amenazan, y da a tus siervos valentía para anunciar tu palabra; mientras tu brazo realiza curaciones, signos y prodigios, por el nombre de tu santo siervo Jesús.»
Al terminar la oración, tembló el lugar donde estaban reunidos, los llenó a todos el Espíritu Santo, y anunciaban con valentía la palabra de Dios.
Palabra de vida y luz de Dios
1Jn 1,1-10
Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos: la Palabra de la vida (pues la vida se hizo visible), nosotros la hemos visto, os damos testimonio y os anunciamos la vida eterna que estaba con el Padre y se nos manifestó. Eso que hemos visto y oído os lo anunciamos, para que estéis unidos con nosotros en esa unión que tenemos con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos esto, para que nuestra alegría sea completa.
Os anunciamos el mensaje que le hemos oído a él: Dios es luz sin tiniebla alguna. Si decimos que estamos unidos a él, mientras vivimos en las tinieblas, mentimos con palabras y obras. Pero, si vivimos en la luz, lo mismo que él está en la luz, entonces estamos unidos unos con otros, y la sangre de su Hijo Jesús nos limpia los pecados.
Si decimos que no hemos pecado, nos engañamos y no somos sinceros. Pero, si confesamos nuestros pecados, él, que es fiel y justo, nos perdonará los pecados y nos limpiará de toda injusticia. Si decimos que no hemos pecado, lo hacemos mentiroso y no poseemos su palabra.

Clave de lectura

 "Concretos y sencillos como los pequeños"

Miércoles, 29 de abril de 2020

Homilía del Papa Francisco

 

En la primera Carta de san Juan Apóstol hay muchos contrastes: entre luz y oscuridad, entre mentira y verdad, entre pecado e inocencia (cf. 1Jn 1,5-7). Pero el apóstol llama siempre a la concreción, a la verdad, y nos dice que no podemos estar en comunión con Jesús y caminar en la oscuridad, porque Él es la luz. O una cosa u otra: el gris es peor, porque el gris te hace creer que caminas en la luz, porque no estás en la oscuridad,y esto te tranquiliza. El gris es muy traicionero. O una cosa u otra.

El apóstol continúa: «Si decimos: “No tenemos pecado”, nos engañamos y no hay verdad en nosotros» (1Jn 1,8), porque todos hemos pecado, todos somos pecadores. Y aquí hay un aspecto que nos puede engañar: al decir “todos somos pecadores”, como quien dice “buenos días”, algo habitual, incluso algo social, no tenemos una verdadera conciencia del pecado. No: yo soy un pecador por esto, esto y esto. Lo concreto. Lo concreción de la verdad: la verdad es siempre concreta; las mentiras son etéreas, son como el aire, no puedes agarrarla. La verdad es concreta. Y no puedes ir a confesar tus pecados de manera abstracta: “Sí, yo... sí, una vez que perdí la paciencia, otra vez...”, y cosas abstractas. “Soy un pecador”. La concreción: “Yo hice esto. Yo pensé esto. Yo dije esto”. La concreción es lo que me hace sentir un pecador en serio y no un “pecador en el aire”.

Jesús dice en el Evangelio: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes y se las has revelado a los pequeños» ( Mt 11,25). La concreción de los pequeños. Es hermoso escuchar a los pequeños cuando vienen a confesarse: no dicen cosas extrañas, “en el aire”; dicen cosas concretas, y a veces demasiado concretas porque tienen esa simplicidad que le da Dios a los pequeños. Recuerdo siempre a un niño que una vez vino a decirme que estaba triste porque se había peleado con su tía... Luego continuó. Le dije: “¿Qué has hecho?” – “Estaba en casa y quería ir a jugar a fútbol —un niño— pero mi tía, mamá no estaba, me dijo: «No, no sales: primero tienes que hacer los deberes». Una palabra tira de otra, y al final la mande a “ese país” [a paseo, n. de la r.]”. Era un niño de gran cultura geográfica... ¡También me dijo el nombre del país al que había mandado a su tía! Son así: sencillos, concretos.

También nosotros debemos ser sencillos, concretos: la concreción te lleva a la humildad, porque la humildad es concreta. “Todos somos pecadores” es algo abstracto. No: “Yo soy un pecador por esto, por esto y por esto”, y esto me lleva a sentir vergüenza de mirar a Jesús: “Perdóname”. La verdadera actitud del pecador. «Si decimos: “No tenemos pecado”, nos engañamos y no hay verdad en nosotros» (1Jn 1,8). Es una forma de decir que estamos sin pecado, es esa actitud abstracta del “sí, somos pecadores, sí, perdí la paciencia una vez...”, pero “todo en el aire”. No me doy cuenta de la realidad de mis pecados. “Pero, usted lo sabe bien, todos, todos hacemos estas cosas, lo siento, lo siento... me duele, no quiero hacerlo más, no quiero decirlo más, no quiero pensarlo más”. Es importante que dentro de nosotros demos nombre a nuestros pecados. La concreción. Porque si nos “mantenemos en el aire”, terminaremos en las tinieblas. Volvámonos como los pequeños, que dicen lo que sienten, lo que piensan: todavía no han aprendido el arte de decir las cosas un poco envueltas para que se entiendan, pero no se digan. Este es un arte de los grandes, que muchas veces no nos hace ningún bien.

Ayer recibí una carta de un chico de Caravaggio. Se llama Andrea. Y me contaba cosas suyas: las cartas de los chicos, de los niños, son muy hermosas, por lo concretas que son. Y me decía que había oído misa en la televisión y que tenía que “reprocharme” una cosa: que yo digo “que la paz sea con vosotros”, “y tú no puedes decirlo porque con la pandemia no podemos tocarnos”. No ve que ustedes [aquí en la iglesia] hacen una inclinación con la cabeza y no se tocan. Pero la libertad de decir las cosas como son.

Nosotros también, con el Señor, hemos de tener la libertad de decir las cosas como son: “Señor, yo estoy en pecado: ayúdame”. Como Pedro después de la primera pesca milagrosa: «Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador» (Lc 5,8). Tener esta sabiduría de lo concreto. Porque el diablo quiere que vivamos en la tibieza, tibios, en el gris: ni bueno ni malo, ni blanco ni negro: gris. Una vida que no complace al Señor. Al Señor no le gustan los tibios. Concreción. Para no ser mentirosos. «Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es él para perdonarnos» (1Jn 1,9). Nos perdona cuando somos concretos. La vida espiritual es muy sencilla, muy sencilla; pero nosotros la complicamos con estos matices, y al final no llegamos nunca...

Pidamos al Señor la gracia de la sencillez y que nos dé esta gracia que da a la gente sencilla, a los niños, a los jóvenes que dicen lo que sienten, que no ocultan lo que sienten. Incluso si es algo equivocado, pero lo dicen. También con Él, decir las cosas: transparencia. Y no vivir una vida que no es ni una cosa ni la otra. La gracia de la libertad para decir estas cosas y también la gracia de conocer bien quiénes somos ante Dios.

El mandamiento nuevo
1Jn 2,1-11
Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero, si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. Él es víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero.
En esto sabemos que lo conocemos: en que guardamos sus mandamientos. Quien dice: «Yo le conozco», y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso, y la verdad no está en él. Pero quien guarda su palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud. En esto conocemos que estamos en él. Quien dice que permanece en él debe vivir como vivió él.
Queridos, no os escribo un mandamiento nuevo, sino el mandamiento antiguo que tenéis desde el principio. Este mandamiento antiguo es la palabra que habéis escuchado. Y, sin embargo, os escribo un mandamiento nuevo -lo cual es verdadero en él y en vosotros-, pues las tinieblas pasan, y la luz verdadera brilla ya. Quien dice que está en la luz y aborrece a su hermano está aún en las tinieblas. Quien ama a su hermano permanece en la luz y no tropieza. Pero quien aborrece a su hermano está en las tinieblas, camina en las tinieblas, no sabe a dónde va, porque las tinieblas han cegado sus ojos.
El cumplimiento de la voluntad de Dios
1Jn 2,12-17
Os escribo, hijos míos, que se os han perdonado vuestros pecados por su nombre. Os escribo, padres, que ya conocéis al que existía desde el principio. Os escribo, jóvenes, que ya habéis vencido al Maligno. Os repito, hijos, que ya conocéis al Padre. Os repito, padres, que ya conocéis al que existía desde el principio. Os repito, jóvenes, que sois fuertes y que la palabra de Dios permanece en vosotros, y que ya habéis vencido al Maligno.
No améis al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguno ama al mundo, no está en él el amor del Padre. Porque lo que hay en el mundo -las pasiones de la carne, y la codicia de los ojos, y la arrogancia del dinero-, eso no procede del Padre, sino que procede del mundo. Y el mundo pasa, con sus pasiones. Pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.
El Anticristo
1Jn 2,18-29
Hijos míos, es el momento final. Habéis oído que iba a venir un Anticristo; pues bien, muchos anticristos han aparecido, por lo cual nos damos cuenta que es el momento final. Salieron de entre nosotros, pero no eran de los nuestros. Si hubiesen sido de los nuestros, habrían permanecido con nosotros. Pero sucedió así para poner de manífiesto que no todos son de los nuestros.
En cuanto a vosotros, estáis ungidos por el Santo, y todos vosotros lo conocéis. Os he escrito, no porque desconozcáis la verdad, sino porque la conocéis, y porque ninguna mentira viene de la verdad. ¿Quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Cristo? Ése es el Anticristo, el que niega al Padre y al Hijo. Todo el que niega al Hijo tampoco posee al Padre. Quien confiesa al Hijo posee también al Padre.
En cuanto a vosotros, lo que habéis oído desde el principio permanezca en vosotros. Si permanece en vosotros lo que habéis oído desde el principio, también vosotros permaneceréis en el Hijo y en el Padre; y ésta es la promesa que él mismo nos hizo: la vida eterna. Os he escrito esto respecto a los que tratan de engañaros.
Y en cuanto a vosotros, la unción que de él habéis recibido permanece en vosotros, y no necesitáis que nadie os enseñe. Pero como su unción os enseña acerca de todas las cosas -y es verdadera y no mentirosa- según os enseñó, permaneced en él.
Y ahora, hijos, permaneced en él para que, cuando se manifieste, tengamos plena confianza y no quedemos avergonzados lejos de él en su venida. Si sabéis que él es justo, reconoced que todo el que obra la justicia ha nacido de él.
Somos hijos de Dios
1Jn 3,1-10
Queridos hermanos: Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce porque no le conoció a él.
Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.
Todo el que tiene esta esperanza en él se purifica a sí mismo, como él es puro. Todo el que comete pecado quebranta también la ley, pues el pecado es quebrantamiento de la ley. Y sabéis que él se manifestó para quitar los pecados, y en él no hay pecado. Todo el que permanece en él no peca. Todo el que peca no le ha visto ni conocido.
Hijos míos, que nadie os engañe. Quien obra la justicia es justo, como él es justo. Quien comete el pecado es el diablo, pues el diablo peca desde el principio. El Hijo de Dios se manifestó para deshacer las obras del diablo.
Todo el que ha nacido de Dios no comete pecado, porque su germen permanece en él, y no puede pecar, porque ha nacido de Dios. En esto se reconocen los hijos de Dios y los hijos del diablo: todo el que no obra la justicia no es de Dios, ni tampoco el que no ama a su hermano.

 

CLAVE DE LECTURA

CELEBRACIÓN PENITENCIAL

HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO

Viernes, 9 de marzo de 2018

 

Queridos hermanos y hermanas:

Cuánta alegría y consuelo nos dan las palabras de san Juan que hemos escuchado: es tal el amor que Dios nos tiene, que nos hizo sus hijos, y, cuando podamos verlo cara a cara, descubriremos aún más la grandeza de su amor (cf. 1 Jn 3,1-10.19-22). No sólo eso. El amor de Dios es siempre más grande de lo que podemos imaginar, y se extiende incluso más allá de cualquier pecado que nuestra conciencia pueda reprocharnos. Es un amor que no conoce límites ni fronteras; no tiene esos obstáculos que nosotros, por el contrario, solemos poner a una persona, por temor a que nos quite nuestra libertad.

Sabemos que la condición de pecado tiene como consecuencia el alejamiento de Dios. De hecho, el pecado es una de las maneras con que nosotros nos alejamos de Él. Pero esto no significa que él se aleje de nosotros. La condición de debilidad y confusión en la que el pecado nos sitúa, constituye una razón más para que Dios permanezca cerca de nosotros. Esta certeza debe acompañarnos siempre en la vida. Las palabras del Apóstol son un motivo que impulsa a nuestro corazón a tener una fe inquebrantable en el amor del Padre: «En caso de que nos condene nuestro corazón, [pues] Dios es mayor que nuestro corazón» (v. 20).

Su gracia continúa trabajando en nosotros para fortalecer cada vez más la esperanza de que nunca seremos privados de su amor, a pesar de cualquier pecado que hayamos cometido, rechazando su presencia en nuestras vidas.

Esta esperanza es la que nos empuja a tomar conciencia de la desorientación que a menudo se apodera de nuestra vida, como le sucedió a Pedro, en el pasaje del Evangelio que hemos escuchado: «Y enseguida cantó un gallo. Pedro se acordó de aquellas palabras de Jesús: “Antes de que cante el gallo me negarás tres veces”. Y saliendo afuera, lloró amargamente» (Mt 26,74-75). El evangelista es extremadamente sobrio. El canto del gallo sorprende a un hombre que todavía está confundido, después recuerda las palabras de Jesús y por último se rompe el velo, y Pedro comienza a vislumbrar, a través de las lágrimas, que Dios se revela en ese Cristo abofeteado, insultado, renegado por él, pero que va a morir por él. Pedro, que habría querido morir por Jesús, comprende ahora que debe dejar que muera por él. Pedro quería enseñar a su Maestro, quería adelantársele, en cambio, es Jesús quien va a morir por Pedro; y esto Pedro no lo había entendido, no lo había querido entender.

Pedro se encuentra ahora con la caridad del Señor y entiende por fin que él lo ama y le pide que se deje amar. Pedro se da cuenta de que siempre se había negado a dejarse amar, se había negado a dejarse salvar plenamente por Jesús y, por lo tanto, no quería que Jesús lo amara totalmente.

¡Qué difícil es dejarse amar verdaderamente! Siempre nos gustaría que algo de nosotros no esté obligado a la gratitud, cuando en realidad estamos en deuda por todo, porque Dios es el primero y nos salva completamente, con amor.

Pidamos ahora al Señor la gracia de conocer la grandeza de su amor, que borra todos nuestros pecados.

Dejémonos purificar por el amor para reconocer el amor verdadero.

El amor a los hermanos
1Jn 3,11-17
Queridos hermanos: Éste es el mensaje que habéis oído desde el principio: que nos amemos unos a otros. No seamos como Caín, que procedía del Maligno y asesinó a su hermano. ¿Y por qué lo asesinó? Porque sus obras eran malas, mientras que las de su hermano eran buenas.
No os sorprenda, hermanos, que el mundo os odie; nosotros hemos pasado de la muerte a la vida: lo sabemos porque amamos a los hermanos. El que no ama permanece en la muerte. El que odia a su hermano es un homicida. Y sabéis que ningún homicida lleva en sí vida eterna.
En esto hemos conocido el amor: en que él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos. Pero si uno tiene de qué vivir y, viendo a su hermano en necesidad, le cierra sus entrañas, ¿cómo va a estar en él el amor de Dios?
El mandamiento de la fe y el amor
1Jn 3,18-24
Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras. En esto conoceremos que somos de la verdad y tranquilizaremos nuestra conciencia ante él, en caso de que nos condene nuestra conciencia, pues Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo.
Queridos, si la conciencia no nos condena, tenemos plena confianza ante Dios. Y cuanto pidamos lo recibimos de él, porque guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada.
Y éste es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros, tal como nos lo mandó. Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él; en esto conocemos que permanece en nosotros: por el Espíritu que nos dio.
Dios nos amó
1Jn 4,1-10
Queridos hermanos: No os fiéis de cualquier espíritu, sino examinad si los espíritus vienen de Dios, pues muchos falsos profetas han salido al mundo. Podréis conocer en esto el espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa a Jesucristo venido en carne es de Dios; y todo espíritu que no confiesa a Jesús no es de Dios: es del Anticristo. El cual habéis oído que iba a venir; pues bien, ya está en el mundo.
Vosotros, hijos míos, sois de Dios y lo habéis vencido. Pues el que está en vosotros es más que el que está en el mundo. Ellos son del mundo; por eso hablan según el mundo y el mundo los escucha. Nosotros somos de Dios. Quien conoce a Dios nos escucha, quien no es de Dios no nos escucha. En esto conocemos el espíritu de la verdad y el espíritu del error.
Queridos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor.
En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados.
Dios es amor
1Jn 4,11-21
Queridos hermanos: Si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros. A Dios nadie lo ha visto nunca. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud. En esto conocemos que permanecemos en él, y él en nosotros: en que nos ha dado de su Espíritu.
Y nosotros hemos visto y damos testimonio de que el Padre envió a su Hijo para ser Salvador del mundo. Quien confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios. Y nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios, y Dios en él.
En esto ha llegado el amor a su plenitud con nosotros: en que tengamos confianza en el día del juicio, pues como él es, así somos nosotros en este mundo. No hay temor en el amor, sino que el amor perfecto expulsa el temor, porque el temor mira el castigo; quien teme no ha llegado a la plenitud en el amor. Nosotros amemos a Dios, porque él nos amó primero.
Si alguno dice: «Amo a Dios», y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve. Y hemos recibido de él este mandamiento: Quien ama a Dios, ame también a su hermano.
Lo que ha conseguido la victoria es nuestra fe
1Jn 5,1-12
Queridos hermanos: Todo el que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios; y todo el que ama a aquel que da el ser ama también al que ha nacido de él. En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos. Pues en esto consiste el amor a Dios: en que guardemos sus mandamientos. Y sus mandamientos no son pesados, pues todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo. Y lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe.
¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? Éste es el que vino con agua y con sangre: Jesucristo. No sólo con agua, sino con agua y con sangre; y el Espíritu es quien da testimonio, porque el Espíritu es la verdad. Porque tres son los testigos: el Espíritu, el agua y la sangre, y los tres están de acuerdo. Si aceptamos el testimonio humano, más fuerza tiene el testimonio de Dios. Éste es el testimonio de Dios, un testimonio acerca de su Hijo.
El que cree en el Hijo de Dios tiene dentro el testimonio. Quien no cree a Dios le hace mentiroso, porque no ha creído en el testimonio que Dios ha dado acerca de su Hijo. Y éste es el testimonio: Dios nos ha dado vida eterna, y esta vida está en su Hijo. Quien tiene al Hijo tiene la vida, quien no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida.

CLAVE DE LECTURA

VISITA PASTORAL DEL PAPA FRANCISCO A LAS DIÓCESIS DE PIAZZA ARMERINA Y DE PALERMO
CON OCASIÓN DEL 25 ANIVERSARIO DE LA MUERTE DEL BEATO PINO PUGLISI

SANTA MISA EN LA MEMORIA LITÚRGICA DEL BEATO PINO PUGLISI

HOMILÍA DEL SANTO PADRE

Foro Itálico, Palermo
Sábado, 15 de septiembre de 2018

 

Hoy Dios nos habla de la victoria y de la derrota. San Juan en la primera lectura presenta la fe como «la victoria sobre mundo» (1 Juan 5, 4), mientras el Evangelio recoge las palabras de Jesús: «El que ama su vida, la pierde» (Juan 12, 25).

Esta es la derrota: pierde quien ama su vida. ¿Por qué? Ciertamente, no porque haya que odiar la vida: la vida debe ser amada y defendida, ¡es el primer don de Dios! Lo que lleva a la derrota es amar la propia vida, es decir, amar lo propio. El que vive para lo propio pierde, es un egoísta, decimos nosotros. Parecería lo contrario. El que vive para sí mismo, el que multiplica su facturación, el que tiene éxito, el que satisface plenamente sus necesidades parece un ganador a los ojos del mundo. La publicidad nos machaca con esta idea, —la idea de buscar lo propio, del egoísmo— y sin embargo Jesús no está de acuerdo y la rechaza. Según él, quien vive para sí mismo no solo pierde algo, sino toda la vida; mientras el que se entrega encuentra el sentido de la vida y gana.

Entonces hay que elegir: amor o egoísmo. El egoísta piensa en cuidar de su vida y está apegado a las cosas, al dinero, al poder, al placer. Entonces el diablo tiene las puertas abiertas. El diablo entra «por los bolsillos», si estás apegado al dinero. El diablo hace que creas que todo está bien, pero en realidad el corazón está anestesiado de egoísmo. El egoísmo es una anestesia muy potente. Este camino siempre termina mal: al final uno se queda solo, con el vacío dentro. El final de los egoístas es triste: vacíos, solos, rodeados solamente de quienes quieren heredar. Es como el grano del Evangelio: si permanece cerrado, se queda bajo tierra. Si, en cambio, se abre y muere, da fruto en la superficie.

Pero podríais decirme: darse, vivir para Dios y para los demás es un gran esfuerzo para nada, el mundo no gira así: para salir adelante no se necesitan granos de trigo, se necesita dinero y poder. Pero es una gran ilusión: el dinero y el poder no liberan al hombre, lo esclavizan. Escuchad: Dios no ejerce el poder para resolver nuestros males y los del mundo. Su camino es siempre el del amor humilde: solo el amor libera en el interior, da paz y alegría. Esta es la razón por la cual el verdadero poder, el poder según Dios, es el servicio. Lo dice Jesús. Y la voz más fuerte no es la del que grita más. La voz más fuerte es la oración. Y el mayor éxito no es la propia fama, como un pavo real, no. La gloria más grande, el mayor éxito es el testimonio.

Queridos hermanos y hermanas, hoy estamos llamados a elegir de qué lado estamos: vivir para nosotros mismos —con las manos cerradas [hace el gesto]— o dar la vida, con las manos abiertas [hace el gesto]. Solo dando la vida se derrota el mal. Un precio muy alto, pero solo así [se derrota el mal]. Don Pino nos lo enseña: no vivía para ser visto, no vivía de llamamientos contra la mafia, y tampoco se contentaba con no hacer nada malo, pero sembraba el bien, mucho bien. La suya parecía la lógica de un perdedor, mientras la lógica de la cartera parecía la ganadora. Pero el padre Pino tenía razón: la lógica del dios-dinero es siempre perdedora. Miremos dentro de nosotros. Tener empuja siempre a querer: tengo una cosa e inmediatamente quiero otra, y luego otra, más y más, sin fin. Cuanto más tienes, más quieres: es una mala adicción. Es una mala adicción. Es como una droga. El que se infla de cosas estalla. El que ama, en cambio, se encuentra a sí mismo y descubre qué hermoso es ayudar, qué hermoso es servir; encuentra alegría dentro y una sonrisa fuera, como lo fue para Don Pino.

Hace veinticinco años, como hoy, cuando murió el día de su cumpleaños, coronó su victoria con una sonrisa, con esa sonrisa que no dejó dormir por la noche a su asesino, que dijo, «había una especie de luz en aquella sonrisa». El padre Pino estaba indefenso, pero su sonrisa transmitía la fuerza de Dios: no un resplandor cegador, sino una luz apacible que excava dentro e ilumina el corazón. Es la luz del amor, del don, del servicio. Necesitamos tantos sacerdotes sonrientes. Necesitamos cristianos sonrientes, no porque se tomen las cosas a la ligera, sino porque son ricos solo de la alegría de Dios, porque creen en el amor y viven para servir. Dando la vida se encuentra la alegría, porque hay más alegría en dar que en recibir (cf. Hechos 20, 35). Entonces me gustaría preguntaros: ¿También vosotros queréis vivir así? ¿Queréis dar la vida, sin esperar a que otros den el primer paso? ¿Queréis hacer el bien sin esperar algo a cambio, sin esperar a que el mundo mejore? Queridos hermanos y hermanas ¿queréis arriesgaros por este camino, arriesgaros por el Señor?

Don Pino, él sí, él sabía que estaba en peligro, pero sabía sobre todo que el peligro real en la vida no es arriesgarse, es vivir entre el confort, con las medias tintas, con los atajos. Dios nos libre de vivir por lo bajo, contentándonos con verdades a medias. Las verdades a medias no sacian el corazón, no hacen bien. Dios nos libre de una vida pequeña, que gira en torno a lo «menudo». Nos libre de pensar que todo está bien si a mí me va bien y que los demás se las arreglen. Nos libre de creer que somos justos si no hacemos nada para contrarrestar la injusticia. El que no hace nada para contrarrestar la injusticia no es un hombre o una mujer justo. Nos libre de creer que somos buenos solo porque no hacemos nada malo. «Es bueno —decía un santo— no hacer el mal. Pero es malo no hacer el bien» (san Alberto Hurtado). Señor, danos el deseo de hacer el bien; de buscar la verdad que detesta la falsedad; de elegir el sacrificio, no la pereza; el amor, no el odio; el perdón, no la venganza.

A los demás la vida se les da, a los demás la vida se les da, no se les quita. No puedes creer en Dios y odiar a tu hermano, quitar la vida con odio. La primera lectura recuerda esto: «Si uno dice: “Amo a Dios” y aborrece a su hermano, es un mentiroso» (1 Juan 4, 20). Un mentiroso, porque desmiente la fe que dice que tiene, la fe que profesa Dios-amor. El amor de Dios repudia toda violencia y ama a todos los hombres. Por lo tanto, la palabra odio debe ser borrada de la vida cristiana; por eso, uno no puede creer en Dios y maltratar a tu hermano. No se puede creer en Dios y ser mafioso. El mafioso no vive como cristiano, porque blasfema con su vida el nombre de Dios-amor. Hoy necesitamos hombres y mujeres de amor, no hombres y mujeres de honor; de servicio, no de dominio. Tenemos necesidad de caminar juntos, no de perseguir el poder. Si la letanía de la mafia es: «Tú no sabes quién soy yo», la cristiana es: «Yo te necesito». Si la amenaza mafiosa es: «Me la pagarás», la oración cristiana es: «Señor, ayúdame a amar». Por eso, digo a los mafiosos: ¡Cambiad, hermanos y hermanas! Dejad de pensar en vosotros y en vuestro dinero. Sabes, sabéis que «el sudario no tiene bolsillos». No podréis llevaros nada. ¡Convertíos al verdadero Dios de Jesucristo, queridos hermanos y hermanas! Os digo a vosotros, mafiosos: si no lo hacéis, vuestra vida se perderá y será la peor de las derrotas.

Hoy el Evangelio termina con la invitación de Jesús: «Si alguno me sirve, que me siga» (v.26). Que me siga, es decir, que se ponga en camino. No se puede seguir a Jesús con las ideas, hay que moverse. «Si cada uno hace algo, se puede hacer mucho», repetía don Pino. ¿Cuántos de nosotros ponemos en práctica estas palabras? Hoy, ante él, preguntémonos: «¿Qué puedo hacer? ¿Qué puedo hacer por los demás, por la Iglesia, por la sociedad?». No esperes a que la Iglesia haga algo por ti, empieza tú. No esperes a que lo haga la sociedad, ¡empieza tú! No pienses en ti mismo, no huyas de tu responsabilidad, ¡elige el amor! Siente la vida de tu gente necesitada, escucha a tu pueblo. Temed la sordera de no escuchar a vuestro pueblo. Este es el único populismo posible: escuchar a vuestro pueblo, el único «populismo cristiano»: escuchar y servir al pueblo, sin gritar, acusar y provocar disputas.

Así hizo el padre Pino, pobre entre los pobres de su tierra. En su habitación, la silla donde estudiaba estaba rota. Pero la silla no era el centro de su vida, porque no estaba sentado a descansar, sino que vivía en camino hacia el amor. Ésta es la mentalidad ganadora. Ésta es la victoria de la fe, nacida del don diario de uno mismo. Ésta es la victoria de la fe, que lleva la sonrisa de Dios a los caminos del mundo. Ésta es la victoria de la fe, que nace del escándalo del martirio. «Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos» (Juan 15, 13). Estas palabras de Jesús, escritas en la tumba de don Puglisi, recuerdan a todos que dar la vida fue el secreto de su victoria, el secreto de una vida hermosa. Hoy también nosotros, queridos hermanos y hermanas, elijamos una vida hermosa. Que así sea.

La oración por los pecadores
1Jn 5,13-21
Queridos hermanos: Os he escrito estas cosas a los que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que os deis cuenta de que tenéis vida eterna.
En esto está la confianza que tenemos en él: en que si le pedimos algo según su voluntad, nos escucha. Y si sabemos que nos escucha en lo que le pedimos, sabemos que tenemos conseguido lo que hayamos pedido.
Si alguno ve que su hermano comete un pecado que no es de muerte, pida y le dará vida -a los que cometan pecados que no son de muerte, pues hay un pecado que es de muerte, por el cual no digo que pida-. Toda injusticia es pecado, pero hay pecado que no es de muerte.
Sabemos que todo el que ha nacido de Dios no peca, sino que el Engendrado de Dios lo guarda, y el Maligno no llega a tocarle. Sabemos que somos de Dios, y que el mundo entero yace en poder del Maligno. Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido y nos ha dado inteligencia para que conozcamos al Verdadero. Nosotros estamos en el Verdadero, en su Hijo Jesucristo. Éste es el Dios verdadero y la vida eterna.
Hijos míos, guardaos de los ídolos. Amén.
Quien permanece en la doctrina posee al Padre y al Hijo
2Jn
El anciano a la señora elegida y a sus hijos, a los que yo amo de verdad; y no sólo yo, sino también todos los que tienen conocimiento de la verdad, gracias a la verdad que permanece en nosotros y que nos acompañará para siempre. Nos acompañará la gracia, misericordia y paz de Dios Padre y de Jesucristo, el Hijo del Padre, con la verdad y el amor.
Me alegré mucho al enterarme de que tus hijos caminan en la verdad, según el mandamiento que el Padre nos dio. Ahora tengo algo que pedirte, señora. No pienses que escribo para mandar algo nuevo, sino sólo para recordaros el mandamiento que tenemos desde el principio, amarnos unos a otros. Y amar significa seguir los mandamientos de Dios. Como oísteis desde el principio, éste es el mandamiento que debe regir vuestra conducta.
Es que han salido en el mundo muchos embusteros que no reconocen que Jesucristo vino en la carne. El que diga eso es el embustero y el anticristo. Estad en guardia, para que recibáis el pleno salario y no perdáis vuestro trabajo.
Todo el que se propasa y no permanece en la doctrina de Cristo no posee a Dios; quien permanece en la doctrina posee al Padre y al Hijo. Si os visita alguno que no trae esa doctrina, no lo recibáis en casa ni le deis la bienvenida; quien le da la bienvenida se hace cómplice de sus malas acciones.
Aunque tengo mucho más que deciros, no quiero confiarlo al papel y la tinta; espero ir a visitaros y hablar cara a cara, para que nuestra alegría sea completa. Te saludan los hijos de tu hermana elegida.
Procedamos con sinceridad
3Jn
El anciano a su amigo Gayo, a quien quiere de verdad.
Querido amigo, te deseo que la prosperidad personal de que ya gozas se extienda a todos tus asuntos, y buena salud. Me alegré muchísimo cuando llegaron unos hermanos y nos hablaron de tu sinceridad, de cómo procedes en la verdad. No puedo tener mayor alegría que enterarme de que mis hijos proceden con sinceridad.
Querido amigo, te portas con plena lealtad en todo lo que haces por los hermanos, y eso que para ti son extraños. Ellos han hablado de tu caridad, ante la comunidad de aquí. Por favor, provéelos para el viaje como Dios se merece; ellos se pusieron en camino para trabajar por él sin aceptar nada de los gentiles. Por eso debemos nosotros sostener a los hombres como éstos, cooperando así en la propagación de la verdad.
Escribí unas letras a la comunidad, pero Diotrefes, con su afán de dominar, no nos acepta. En vista de eso, cuando vaya por ahí, sacaré a relucir lo que está haciendo con esas puyas malignas que nos echa. Y, no contento con eso, él, por sí y ante sí, tampoco acepta a los hermanos, y a los que quieren aceptarlos se lo impide y los expulsa de la comunidad.
Querido amigo, no imites lo malo, sino lo bueno; quien hace el bien es de Dios, quien hace el mal no ha visto a Dios. Todos recomiendan a Demetrio, y esto responde a la verdad; también nosotros lo recomendamos, y sabes que nuestro testimonio es verdadero.
Tendría mucho que decirte, pero no quiero hacerlo con tinta y pluma. Espero verte pronto y hablar cara a cara. La paz esté contigo. Te saludan los amigos. Saluda tú a los amigos uno por uno.
Visión del Hijo del hombre
Ap 1,1-20
Ésta es la revelación que Dios ha entregado a Jesucristo, para que muestre a sus siervos lo que tiene que suceder pronto. Dio la señal enviando su ángel a su siervo Juan. Este, narrando lo que ha visto, se hace testigo de la palabra de Dios y del testimonio de Jesucristo. Dichoso el que lee y dichosos los que escuchan las palabras de esta profecía y tienen presente lo que en ella está escrito, porque el momento está cerca.
Juan, a las siete Iglesias de Asia: Gracia y paz a vosotros de parte del que es y era y viene, de parte de los siete espíritus que están ante su trono y de parte de Jesucristo, el testigo fiel, el primogénito de entre los muertos, el príncipe de los reyes de la tierra. Aquel que nos amó nos ha librado de nuestros pecados por su sangre, nos ha convertido en un reino y hecho sacerdotes de Dios, su Padre. A él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.
Mirad: Él viene en las nubes. Todo ojo lo verá; también los que lo atravesaron. Todos los pueblos de la tierra se lamentarán por su causa. Sí. Amén.
Dice el Señor Dios: «Yo soy el Alfa y la Omega, el que es, el que era y el que viene, el Todopoderoso.»
Yo, Juan, vuestro hermano y compañero en la tribulación, en el reino y en la constancia en Jesús, estaba desterrado en la isla de Patmos, por haber predicado la palabra de Dios y haber dado testimonio de Jesús. Un domingo caí en éxtasis y oí a mis espaldas una voz potente, como una trompeta, que decía:
«Lo que veas escríbelo en un libro, y envíaselo a las siete Iglesias: Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardes, Filadelfia y Laodicea.»
Me volví a ver quién me hablaba, y, al volverme, vi siete candelabros de oro, y en medio de ellos una figura humana, vestida de larga túnica, con un cinturón de oro a la altura del pecho. El pelo de su cabeza era blanco como lana, como nieve; sus ojos llameaban, sus pies parecían bronce incandescente en la fragua, y era su voz como el estruendo del océano. Con la mano derecha sostenía siete estrellas, de su boca salía una espada aguda de dos filos, y su semblante resplandecía como el sol en plena fuerza. Al verlo, caí a sus pies como muerto. Él puso la mano derecha sobre mí y dijo:
«No temas: Yo soy el primero y el último, yo soy el que vive. Estaba muerto, y, ya ves, vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del abismo. Escribe, pues, lo que veas: lo que está sucediendo y lo que ha de suceder más tarde. Éste es el simbolismo de las siete estrellas que viste en mi diestra y de los siete candelabros de oro: las siete estrellas significan los ángeles de las siete Iglesias; los siete candelabros, las siete Iglesias.»
A las iglesias de Éfeso y de Esmirna
Ap 2,1-11
Yo, Juan, oí como el Señor me decía:
«Al ángel de la Iglesia de Éfeso escribe así:
"Esto dice el que tiene las siete estrellas en su mano derecha y anda entre los siete candelabros de oro: Conozco tus obras, tu fatiga y tu aguante; sé que no puedes soportar a los malvados, que pusiste a prueba a los que se llamaban apóstoles sin serlo y descubriste que eran unos embusteros. Eres tenaz, has sufrido por mí y no te has rendido a la fatiga; pero tengo en contra tuya que has abandonado el amor primero. Recuerda de dónde has caído, arrepiéntete y vuelve a proceder como antes; si no, como no te arrepientas, vendré a quitar tu candelabro de su sitio. Es verdad que tienes una cosa a favor: aborreces las prácticas de los nicolaítas, que yo también aborrezco.
Quien tenga oídos, oiga lo que dice el Espíritu a las Iglesias. Al que salga vencedor le daré a comer del árbol de la vida, que está en el paraíso de Dios."
Al ángel de la Iglesia de Esmirna escribe así:
"Esto dice el que es el primero y el último, el que estuvo muerto y volvió a la vida: Conozco tus apuros y tu pobreza, y, sin embargo, eres rico; conozco también cómo te calumnian esos que se llaman judíos y no son más que sinagoga de Satanás. No temas nada de lo que vas a sufrir, porque el diablo va a meter a algunos de vosotros en la cárcel para poneros a prueba; tus apuros durarán diez días. Sé fiel hasta la muerte, y te daré la corona de la vida.
Quien tenga oídos, oiga lo que dice el Espíritu a las Iglesias. El que salga vencedor no será víctima de la muerte segunda."»

 

A las Iglesias de Pérgamo y de Tiatira
Ap 2,12-29
Yo, Juan, oí como el Señor me decía:
«Al ángel de la Iglesia de Pérgamo escribe así:
"Esto dice el que tiene la espada aguda de dos filos: Sé dónde habitas, donde Satanás tiene su trono. A pesar de eso, te mantienes conmigo, y no renegaste de mi fe ni siquiera cuando a Antipas, mi testigo, mi fiel, lo mataron en vuestra ciudad, morada de Satanás. Tengo, sin embargo, algo en contra tuya: tienes ahí algunos que profesan la doctrina de Balaán, el que enseñó a Balac a tentar a los israelitas incitándolos a participar en banquetes idolátricos y a fornicar. Además otra cosa: también tú tienes algunos que profesan la doctrina de los nicolaítas. A ver si te arrepientes, que, si no, iré en seguida y los combatiré con la espada de mi boca.
Quien tenga oídos, oiga lo que dice el Espíritu a las Iglesias. Al que salga vencedor le daré maná escondido y le daré también un guijarro blanco; el guijarro lleva escrito un nombre nuevo que sólo sabe el que lo recibe."
Al ángel de la Iglesia de Tiatira escribe así:
"Esto dice el Hijo de Dios, el de ojos llameantes y pies como bronce: Conozco tus obras, tu amor, fe, dedicación y aguante, y últimamente tu actividad es mayor que al principio; pero tengo en contra tuya que toleras a esa Jezabel, la mujer que dice poseer el don de profecía y que extravía a mis siervos con su enseñanza, incitándolos a la fornicación y a participar en banquetes idolátricos. Le di tiempo para arrepentirse, pero no quiere arrepentirse de su fornicación. Mira, la voy a postrar en cama, y a sus amantes los voy a poner en grave aprieto, si no se arrepienten de su conducta. A los hijos que tuvo les daré muerte; así sabrán todas las Iglesias que yo soy el que escruta corazones y mentes y que os voy a pagar a cada uno conforme a sus obras.
Ahora me dirijo a vosotros, los demás de Tiatira que no profesáis esa doctrina ni habéis experimentado lo que ellos llaman las profundidades de Satanás. No os impongo ninguna otra carga, basta que mantengáis lo que tenéis hasta que yo llegue.
Al que salga vencedor, cumpliendo hasta el final mis obras, le daré autoridad sobre las naciones -la misma que yo tengo de mi Padre-; las regirá con cetro de hierro y las hará pedazos como a jarros de loza. Le daré también el lucero de la mañana. Quien tenga oídos, oiga lo que dice el Espíritu a las Iglesias."»

 

A las Iglesias de Sardes, de Filadelfia y de Laodicea
Ap 3,1-22
Yo, Juan, oí como el Señor me decía:
«Al ángel de la Iglesia de Sardes escribe así:
"Esto dice el que tiene los siete espíritus de Dios y las siete estrellas: Conozco tus obras; tienes nombre como de quien vive, pero estás muerto. Ponte en vela, reanima lo que te queda y está a punto de morir. Pues no he encontrado tus obras perfectas a los ojos de mi Dios. Acuérdate, por tanto, de cómo recibiste y oíste mi palabra: guárdala y arrepiéntete. Porque, si no estás en vela, vendré como ladrón, y no sabrás a qué hora vendré sobre ti. Ahí en Sardes tienes unos cuantos que no han manchado su ropa; ésos irán conmigo vestidos de blanco, pues se lo merecen.
El que salga vencedor se vestirá todo de blanco, y no borraré su nombre del libro de la vida, pues ante mi Padre y ante sus ángeles reconoceré su nombre. Quien tenga oídos, oiga lo que dice el Espíritu a las Iglesias."
Al ángel de la Iglesia de Filadelfia escribe así:
"Esto dice el santo, el veraz, el que tiene la llave de David, el que abre y nadie cierra, cierra y nadie abre: Conozco tus obras; mira, ante ti dejo abierta una puerta que nadie puede cerrar, pues aunque tu fuerza es pequeña has hecho caso de mis palabras y no has renegado de mí. Haré que algunos de la sinagoga de Satanás, de esos que dicen ser judíos (pero es mentira, no lo son), vayan a postrarse ante ti y se den cuenta de que te quiero. Por haber seguido el ejemplo de mi paciencia, yo te preservaré en la hora de prueba que va a llegar para el mundo entero, y que pondrá a prueba a los habitantes de la tierra. Llego en seguida; mantén lo que tienes, para que nadie te quite tu corona.
Al que salga vencedor lo haré columna del santuario de mi Dios y ya no saldrá nunca de él; grabaré en él el nombre de mi Dios, el nombre de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén que baja del cielo de junto a mi Dios, y mi nombre nuevo. Quien tenga oídos, oiga lo que dice el Espíritu a las Iglesias."
Al ángel de la Iglesia de Laodicea escribe así:
"Habla el Amén, el testigo fidedigno y veraz, el principio de la creación de Dios: Conozco tus obras, y no eres frío ni caliente. Ojalá fueras frío o caliente, pero como estás tibio y no eres frío ni caliente, voy a escupirte de mi boca. Tú dices: `Soy rico, tengo reservas y nada me falta.´ Aunque no lo sepas, eres desventurado y miserable, pobre, ciego y desnudo. Te aconsejo que me compres oro refinado en el fuego, y así serás rico; y un vestido blanco, para ponértelo y que no se vea tu vergonzosa desnudez; y colirio para untártelo en los ojos y ver.
A los que yo amo los reprendo y los corrijo. Sé ferviente y arrepiéntete. Estoy a la puerta llamando: si alguien oye y me abre, entraré y comeremos juntos.
Al que salga vencedor lo sentaré en mi trono, junto a mí; lo mismo que yo, cuando vencí, me senté en el trono de mi Padre, junto a él. Quien tenga oídos, oiga lo que dice el Espíritu a las Iglesias."»
Visión de Dios
Ap 4,1-11
Yo, Juan, en la visión vi en el cielo una puerta abierta; la voz con timbre de trompeta que oí al principio me estaba diciendo:
«Sube aquí, y te mostraré lo que tiene que suceder después.»
Al momento caí en éxtasis. En el cielo había un trono y uno sentado en el trono. El que estaba sentado en el trono brillaba como jaspe y granate, y alrededor del trono había un halo que brillaba como una esmeralda.
En círculo alrededor del trono había otros veinticuatro tronos, y sentados en ellos veinticuatro ancianos con ropajes blancos y coronas de oro en la cabeza. Del trono salían relámpagos y retumbar de truenos; ante el trono ardían siete lámparas, los siete espíritus de Dios, y delante se extendía una especie de mar transparente, parecido al cristal.
En el centro, alrededor del trono, había cuatro seres vivientes cubiertos de ojos por delante y por detrás: El primero se parecía a un león, el segundo a un novillo, el tercero tenía cara de hombre y el cuarto parecía un águila en vuelo. Los cuatro seres vivientes, cada uno con seis alas, estaban cubiertos de ojos por fuera y por dentro. Día y noche cantan sin pausa:
«Santo, Santo, Santo es el Señor, soberano de todo: el que era y es y viene.»
Y cada vez que los cuatro seres vivientes dan gloria y honor y acción de gracias al que está sentado en el trono, que vive por los siglos de los siglos, los veinticuatro ancianos se postran ante el que está sentado en el trono, adorando al que vive por los siglos de los siglos, y arrojan sus coronas ante el trono, diciendo:
«Eres digno, Señor, Dios nuestro, de recibir la gloria, el honor y el poder, porque tú has creado el universo; porque por tu voluntad lo que no existía fue creado.»
Compraste para Dios hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación
Ap 5,1-14
Yo, Juan, a la derecha del que estaba sentado en el trono vi un rollo escrito por dentro y por fuera, y sellado con siete sellos. Y vi a un ángel poderoso, gritando a grandes voces:
«¿Quién es digno de abrir el rollo y soltar sus sellos?»
Y nadie, ni en el cielo ni en la tierra ni debajo de la tierra, podía abrir el rollo y ver su contenido. Yo lloraba mucho, porque no se encontró a nadie digno de abrir el rollo y de ver su contenido. Pero uno de los ancianos me dijo:
«No llores más. Sábete que ha vencido el león de la tribu de Judá, el vástago de David, y que puede abrir el rollo y sus siete sellos. »
Entonces vi delante del trono, rodeado por los seres vivientes y los ancianos, a un Cordero en pie; se notaba que lo habían degollado, y tenía siete cuernos y siete ojos -son los siete espíritus que Dios ha enviado a toda la tierra-. El Cordero se acercó, y el que estaba sentado en el trono le dio el libro con la mano derecha.
Cuando tomó el libro, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron ante él; tenían cítaras y copas de oro llenas de perfume -son las oraciones de los santos-. Y entonaron un cántico nuevo:
«Eres digno de tomar el libro y abrir sus sellos, porque fuiste degollado y con tu sangre compraste para Dios hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación; y has hecho de ellos para nuestro Dios un reino de sacerdotes, y reinan sobre la tierra.»
En la visión escuché la voz de muchos ángeles: eran millares y millones alrededor del trono y de los vivientes y de los ancianos, y decían con voz potente:
«Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza.»
Y oí a todas las criaturas que hay en el cielo, en la tierra, bajo la tierra, en el mar -todo lo que hay en ellos-, que decían:
«Al que se sienta en el trono y al Cordero la alabanza, el honor, la gloria y el poder por los siglos de los siglos.»
Y los cuatro vivientes respondían:
«Amén.»
Y los ancianos se postraron rindiendo homenaje.

 

El Cordero abre el libro de los designios divinos
Ap 6,1-17
Yo, Juan, en la visión, cuando el Cordero soltó el primero de los siete sellos, oí al primero de los vivientes que decía con voz de trueno.
«Ven.»
En la visión apareció un caballo blanco; el jinete llevaba un arco, le entregaron una corona y se marchó victorioso para vencer otra vez.
Cuando soltó el segundo sello, oí al segundo viviente que decía:
«Ven.»
Salió otro caballo, alazán, y al jinete le dieron poder para quitar la paz a la tierra y hacer que los hombres se degüellen unos a otros; le dieron también una espada grande.
Cuando soltó el tercer sello, oí al tercer viviente que decía:
«Ven.»
En la visión apareció un caballo negro; su jinete llevaba en la mano una balanza. Me pareció oír una voz que salía de entre los cuatro vivientes y que decía:
«Un cuartillo de trigo, un denario; tres cuartillos de cebada, un denario; al aceite y al vino, no los dañes.»
Cuando soltó el cuarto sello, oí la voz del cuarto viviente que decía:
«Ven.»
En la visión apareció un caballo amarillento; el jinete se llamaba Muerte, y el abismo lo seguía. Les dieron potestad sobre la cuarta parte de la tierra, para matar con espada, hambre, epidemias y con las fieras salvajes.
Cuando soltó el quinto sello, vi, al pie del altar, las almas de los asesinados por proclamar la palabra de Dios y por el testimonio que mantenían; clamaban a grandes voces:
«Tú el soberano, el santo y veraz, ¿para cuándo dejas el juicio de los habitantes de la tierra y la venganza de nuestra sangre?»
Dieron a cada uno una vestidura blanca y les dijeron que tuvieran calma todavía por un poco, hasta que se completase el número de sus compañeros de servicio y hermanos suyos a quienes iban a matar como a ellos.
En la visión, cuando se abrió el sexto sello, se produjo un gran terremoto, el sol se puso negro como un sayo de pelo, la luna se tiñó de sangre y las estrellas del cielo cayeron a la tierra como caen los higos verdes de una higuera cuando la sacude un huracán. Desapareció el cielo como un volumen que se enrolla, y montes e islas se desplazaron de su lugar. Los reyes de la tierra, los magnates, los generales, los ricos, los potentes y todo hombre, esclavo o libre, se escondieron en las cuevas y entre las rocas de los montes, diciendo a los montes y a las rocas:
«Caed sobre nosotros y ocultadnos de la vista del que está sentado en el trono y de la cólera del Cordero, porque ha llegado el gran día de su cólera y ¿quién podrá resistirle?»
La muchedumbre inmensa marcada con el sello de Dios
Ap 7,1-17
Yo, Juan, vi cuatro ángeles, plantado cada uno en un ángulo de la tierra; retenían a los cuatro vientos de la tierra para que ningún viento soplase sobre la tierra ni sobre el mar ni sobre los árboles.
Vi después a otro ángel que subía del oriente llevando el sello del Dios vivo. Gritó con voz potente a los cuatro ángeles encargados de dañar a la tierra y al mar, diciéndoles:
«No dañéis a la tierra ni al mar ni a los árboles hasta que marquemos en la frente a los siervos de nuestro Dios.»
Oí también el número de los marcados, ciento cuarenta y cuatro mil, de todas las tribus de Israel. De la tribu de Judá, doce mil marcados; de la tribu de Rubén, doce mil; de la tribu de Gad, doce mil; de la tribu de Aser, doce mil; de la tribu de Neftalí, doce mil; de la tribu de Manasés, doce mil; de la tribu de Simeón, doce mil; de la tribu de Leví, doce mil; de la tribu de Isacar, doce mil; de la tribu de Zabulón, doce mil; de la tribu de José, doce mil; de la tribu de Benjamín, doce mil marcados.
Después de esto apareció en la visión una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua, de pie delante del trono y del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos. Y gritaban con voz potente:
«¡La victoria es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero!»
Y todos los ángeles que estaban alrededor del trono y de los ancianos y de los cuatro vivientes cayeron rostro a tierra ante el trono, y rindieron homenaje a Dios, diciendo:
«Amén. La alabanza y la gloria y la sabiduría y la acción de gracias y el honor y el poder y la fuerza son de nuestro Dios, por los siglos de los siglos. Amén.»
Y uno de los ancianos me dijo:
«Esos que están vestidos con vestiduras blancas ¿quiénes son y de dónde han venido?»
Yo le respondí:
«Señor mío, tú lo sabrás.»
Él me respondió:
«Éstos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero. Por eso están ante el trono de Dios dándole culto día y noche en su templo. El que se sienta en el trono acampará entre ellos. Ya no pasarán hambre ni sed, no les hará daño el sol ni el bochorno. Porque el Cordero que está delante del trono será su pastor, y los conducirá hacia fuentes de aguas vivas. Y Dios enjugará las lágrimas de sus ojos.»
Los siete ángeles castigan al mundo
Ap 8,1-13
Cuando el Cordero soltó el séptimo sello se hizo silencio en el cielo por cosa de media hora.
Vi a los siete ángeles que están delante de Dios; les dieron siete trompetas. Llegó otro ángel con un incensario de oro, y se puso junto al altar. Le entregaron muchos perfumes, para que aromatizara las oraciones de todos los santos sobre el altar de oro situado delante del trono. Y por manos del ángel subió a la presencia de Dios el humo de los perfumes, junto con las oraciones de los santos.
El ángel cogió entonces el incensario, lo llenó de ascuas del altar y lo arrojó a la tierra: hubo truenos, estampidos, relámpagos y un terremoto. Y los siete ángeles que tenían las siete trompetas se aprestaron a tocarlas.
Al tocar su trompeta el primero, se produjeron granizo y centellas mezclados con sangre, y los lanzaron a la tierra: un tercio de la tierra se abrasó, un tercio de los árboles se abrasó y toda la hierba verde se abrasó.
Al tocar su trompeta el segundo ángel, lanzaron al mar un enorme bólido incandescente: un tercio del mar se convirtió en sangre, un tercio de los seres que viven en el mar murieron y un tercio de las naves naufragaron.
Al tocar su trompeta el tercer ángel, se desprendió del cielo una gran cometa que ardía como una antorcha y fue a dar sobre un tercio de los ríos y sobre los manantiales. El cometa se llamaba Ajenjo: un tercio de las aguas se convirtió en ajenjo, y mucha gente murió a consecuencia del agua, que se había vuelto amarga.
Al tocar su trompeta el cuarto ángel, repercutió en un tercio del sol, en un tercio de la luna y en un tercio de las estrellas: se entenebreció un tercio de cada uno, y al día le faltó un tercio de su luz, y lo mismo a la noche.
En la visión oí un águila que volaba por mitad del cielo, clamando:
«¡Ay, ay, ay de los habitantes de la tierra por los restantes toques de trompeta, por los tres ángeles que van a tocar!».

 

La plaga de las langostas
Ap 9,1-12
Yo, Juan, al tocar su trompeta el quinto ángel, vi en la tierra una estrella caída del cielo. Le entregaron la llave del pozo del abismo, y abrió el pozo del abismo; del pozo salió humo como el humo de un gran horno, y con el humo del pozo se oscurecieron el sol y el aire.
Del humo saltaron a la tierra langostas, y se les dio ponzoña de escorpiones. Se les ordenó que no hicieran daño a la hierba ni a nada verde ni a ningún árbol, sino sólo a los hombres que no llevan la marca de Dios en la frente. No se les permitió matarlos, pero sí atormentarlos durante cinco meses; el tormento que causan es como picadura de escorpión. En aquellos días los hombres buscarán la muerte y no la encontrarán, ansiarán morir, y la muerte huirá de ellos.
Las langostas tienen aspecto de caballos aparejados para la guerra; llevan en la cabeza una especie de corona dorada y la cara parece de hombre; las crines son como pelo de mujer y los dientes parecen de león. Tienen el pecho como corazas de hierro, y el fragor de sus alas diríase el fragor de carros con muchos caballos que corren al combate. Tienen colas con aguijones, como el escorpión, y en la cola la ponzoña para dañar a los hombres durante cinco meses. Están a las órdenes de un rey, el ángel del abismo; en hebreo su nombre es Abaddón, en griego Apolíon, y significa « el Exterminador».
El primer ay ha pasado; quedan todavía dos.
La plaga de la guerra
Ap 9,13-21
Yo, Juan, al tocar su trompeta el sexto ángel, oí una voz que salía de los ángulos del altar de oro que está delante de Dios. Le decía al sexto ángel, al que tenía la trompeta:
«Suelta a los cuatro ángeles que están atados junto al gran río, el Éufrates.»
Quedaron sueltos los cuatro ángeles que estaban reservados para matar en tal hora, día, mes y año a la tercera parte de la humanidad. Las tropas de caballería contaban doscientos millones; el número lo oí.
En la visión vi así a los caballos y a sus jinetes: llevaban corazas de fuego, jacinto y azufre; las cabezas de los caballos parecían cabezas de león, y por la boca echaban fuego, humo y azufre. Estas tres plagas, es decir, el fuego, el humo y el azufre que echan por la boca, mataron a la tercera parte de la humanidad. Los caballos tienen su ponzoña en la boca y también en la cola, pues las colas parecen serpientes con cabezas, y con ellas dañan.
El resto de los hombres, los que no murieron por estas plagas, tampoco se arrepintieron: no renunciaron a las obras de sus manos, ni dejaron de rendir homenaje a los demonios y a los ídolos de oro y plata, bronce, piedra y madera, que no ven ni oyen ni andan. No se arrepintieron tampoco de sus homicidios ni de sus maleficios ni de su lujuria ni de sus robos.
Es confirmada la vocación del vidente
Ap 10,1-11
Yo, Juan, vi otro ángel vigoroso que bajaba del cielo envuelto en una nube; el arco iris aureolaba su cabeza, su rostro parecía el sol y sus piernas columnas de fuego. Llevaba en la mano un librito abierto. Plantó el pie derecho en el mar y el izquierdo en la tierra- y dio un grito estentóreo, como rugido de león; al gritar él, hablaron las voces de los siete truenos. Cuando hablaron los siete truenos, me dispuse a escribir, pero oí una voz del cielo que decía:
«Guárdate lo que han dicho los siete truenos, no lo escribas ahora.»
El ángel que había visto de pie sobre el mar y la tierra levantó la mano derecha al cielo y juró por el que vive por los siglos de los siglos, por el que creó el cielo y cuanto contiene, la tierra y cuanto contiene, el mar y cuanto contiene:
«Se ha terminado el plazo; cuando el séptimo ángel empuñe su trompeta y dé su toque, entonces, en esos días, llegará a su término el designio secreto de Dios, como lo anunció a sus siervos, los profetas.»
La voz del cielo que había escuchado antes se puso a hablarme de nuevo, diciendo:
«Ve a coger el librito abierto de la mano del ángel que está de pie sobre el mar y la tierra. »
Me acerqué al ángel y le dije:
«Dame el librito.»
Él me contestó:
«Cógelo y cómetelo; al paladar será dulce como la miel, pero en el estómago sentirás ardor.»
Cogí el librito de mano del ángel y me lo comí; en la boca sabía dulce como la miel, pero, cuando me lo tragué, sentí ardor en el estómago. Entonces me dijeron:
«Tienes que profetizar todavía contra muchos pueblos, naciones, lenguas y reyes.»
Los dos testigos invictos
Ap 11,1-19
Yo, Juan, vi que me daban una caña, como de una vara, diciéndome:
«Ve a medir el santuario de Dios, el altar y el espacio para los que dan culto. Prescinde del patio exterior que está fuera del santuario, no lo midas, pues se ha permitido a las naciones pisotear la ciudad santa cuarenta y dos meses; pero haré que mis dos testigos profeticen, vestidos de sayal, mil doscientos sesenta días.
Ellos son los dos olivos y los dos candelabros que están en la presencia del Señor de la tierra. Si alguno quiere hacerles daño, echarán fuego por la boca y devorarán a sus enemigos; así, el que intente hacerles daño morirá sin remedio. Tienen poder para cerrar el cielo, de modo que no llueva mientras dura su profecía; tienen también poder para transformar el agua en sangre y herir la tierra a voluntad con plagas de toda especie.
Pero, cuando terminen su testimonio, la bestia que sube del abismo les hará la guerra, los derrotará y los matará. Sus cadáveres yacerán en la calle de la gran ciudad, simbólicamente llamada Sodoma y Egipto, donde también su Señor fue crucificado. Durante tres días y medio, gente de todo pueblo y raza, de toda lengua y nación, contemplarán sus cadáveres, y no permitirán que les den sepultura. Todos los habitantes de la tierra se felicitarán por su muerte, harán fiesta y se cambiarán regalos; porque estos dos profetas eran un tormento para los habitantes de la tierra.»
Al cabo de los tres días y medio, un aliento de vida mandado por Dios entró en ellos y se pusieron en pie, en medio del terror de todos los que lo veían. Oyeron entonces una voz fuerte que les decía desde el cielo:
«Subid aquí.»
Y subieron al cielo en una nube, a la vista de sus enemigos.
En aquel momento, se produjo un gran terremoto y se desplomó la décima parte de la ciudad; murieron en el terremoto siete mil personas, y los demás, aterrorizados, dieron gloria al Dios del cielo.
El segundo ay ha pasado; el tercero va a llegar pronto.
Al tocar su trompeta el séptimo ángel se oyeron aclamaciones en el cielo:
«¡El reinado sobre el mundo ha pasado a nuestro Señor y a su Mesías, y reinará por los siglos de los siglos!»
Los veinticuatro ancianos que están sentados delante de Dios cayeron rostro a tierra rindiendo homenaje a Dios y decían:
«Gracias te damos, Señor Dios omnipotente, el que eres y el que eras, porque has asumido el gran poder y comenzaste a reinar. Se encolerizaron las gentes, llegó tu cólera, y el tiempo de que sean juzgados los muertos, y de dar el galardón a tus siervos, los profetas, y a los santos y a los que temen tu nombre, y a los pequeños y a los grandes, y de arruinar a los que arruinaron la tierra.»
Se abrió en el cielo el santuario de Dios, y en su santuario apareció el arca de su alianza; se produjeron relámpagos, estampidos, truenos, un terremoto y temporal de granizo.
La figura de la mujer
Ap 12,1-18
Apareció una figura portentosa en el cielo: Una mujer vestida de sol, la luna por pedestal, coronada con doce estrellas. Estaba encinta, y gritaba entre los espasmos del parto, y por el tormento de dar a luz. Apareció otra señal en el cielo: Un enorme dragón rojo, con siete cabezas y diez cuernos y siete diademas en las cabezas. Con la cola barrió del cielo un tercio de las estrellas, arrojándolas a la tierra.
El dragón estaba enfrente de la mujer que iba a dar a luz dispuesto a tragarse el niño en cuanto naciera. Dio a luz un varón, destinado a gobernar con vara de hierro a los pueblos. Arrebataron al niño y lo llevaron junto al trono de Dios. La mujer huyó al desierto, donde tiene un lugar reservado por Dios, para que allí la sustenten mil doscientos sesenta días.
Se trabó una batalla en el cielo; Miguel y sus ángeles declararon la guerra al dragón. Lucharon el dragón y sus ángeles, pero no vencieron, y no quedó lugar para ellos en el cielo. Y al gran dragón, a la serpiente primordial que se llama diablo y Satanás, y extravía la tierra entera, lo precipitaron a la tierra, y a sus ángeles con él. Se oyó una gran voz en el cielo:
«Ahora se estableció la salud y el poderío, y el reinado de nuestro Dios, y la potestad de su Cristo; porque fue precipitado el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba ante nuestro Dios día y noche. Ellos le vencieron en virtud de la sangre del Cordero y por la palabra del testimonio que dieron, y no amaron tanto su vida que temieran la muerte. Por esto, estad alegres, cielos, y los que moráis en sus tiendas. ¡Ay de la tierra y del mar! El diablo bajó contra vosotros rebosando furor, pues sabe que le queda poco tiempo.»
Cuando vio el dragón que lo habían arrojado a la tierra se puso a perseguir a la mujer que había dado a luz al hijo varón. Le pusieron a la mujer dos alas de águila real para que volase a su lugar en el desierto, donde será sustentada un año, y otro año y medio año, lejos de la serpiente.
La serpiente, persiguiendo a la mujer, echó por la boca un río de agua, para que el río la arrastrase; pero la tierra salió en ayuda de la mujer, abrió su boca y se bebió el río salido de la boca de la serpiente. Despechado el dragón por causa de la mujer, se marchó a hacer la guerra al resto de su descendencia, a los que guardan los mandamientos de Dios y mantienen el testimonio de Jesús.
El dragón se detuvo en la arena del mar.
Visión de las dos fieras
Ap 13,1-18
Yo, Juan, vi una fiera que salía del mar; tenía diez cuernos y siete cabezas, llevaba en los cuernos diez diademas y en las cabezas un título blasfemo. La fiera que vi parecía una pantera con patas de oso y fauces de león. El dragón le confirió su poder, su trono y gran autoridad.
Una de sus cabezas parecía tener un tajo mortal, pero su herida mortal se había curado. Todo el mundo, admirado, seguía a la fiera; rindieron homenaje al dragón por haber dado su autoridad a la fiera y rindieron homenaje a la fiera, exclamando:
«¿Quién hay como la fiera?, ¿quién puede combatir con ella?»
Dieron a la fiera una boca grandilocuente y blasfema y el derecho de actuar cuarenta y dos meses. Abrió su boca para maldecir a Dios, insultar su nombre y su morada y a los que habitaban en el cielo. Le permitieron guerrear contra los santos y vencerlos y le dieron autoridad sobre toda raza, pueblo, lengua y nación. Le rendirán homenaje todos los habitantes de la tierra, excepto aquellos cuyos nombres están escritos desde que empezó el mundo en el libro de la vida que tiene el Cordero degollado.
Quien tenga oídos que oiga: El que está destinado al cautiverio, al cautiverio va. El que mata a espada, a espada tiene que morir. ¡Aquí del aguante y la fe de los consagrados!
Vi después otra fiera que salía de la tierra; tenía dos cuernos de cordero, pero hablaba como un dragón, y ejerce toda la autoridad de la primera fiera, a su vista; consigue que el mundo entero y todos sus habitantes veneren a la primera fiera, la que tenía curada su herida mortal.
Realizaba grandes señales, incluso hacía bajar fuego del cielo a la tierra, a la vista de la gente. Con las señales que le concedieron hacer a la vista de la fiera, extraviaba a los habitantes de la tierra, incitándolos a que hiciesen una estatua de la fiera que había sobrevivido a la herida de la espada. Se le concedió dar vida a la estatua de la fiera, de modo que la estatua de la fiera pudiera hablar e hiciera dar muerte al que no venerase la estatua de la fiera. A todos, grandes y pequeños, ricos y pobres, esclavos y libres, hizo que los marcaran en la mano derecha o en la frente, para impedir comprar ni vender al que no llevase la marca con el nombre de la fiera o la cifra de su nombre.
Aquí del talento: quien sea inteligente descifre la cifra de la fiera, que es una cifra humana. Y su cifra es seiscientos sesenta y seis.
Victoria del Cordero
Ap 14,1-13
Yo, Juan, miré y en la visión apareció el Cordero de pie sobre el monte Sión, y con él ciento cuarenta y cuatro mil que llevaban grabado en la frente el nombre del Cordero y el nombre de su Padre. Oí también un sonido que bajaba del cielo, parecido al estruendo del océano, y como el estampido de un trueno poderoso; era el son de arpistas que tañían sus arpas delante del trono, delante de los cuatro seres vivientes y los ancianos, cantando un cántico nuevo.
Nadie podía aprender el cántico fuera de los ciento cuarenta y cuatro mil, los adquiridos en la tierra. Éstos son los que no se pervirtieron con mujeres, porque son vírgenes; éstos son los que siguen al Cordero adondequiera que vaya; los adquirieron como primicias de la humanidad para Dios y el Cordero. En sus labios no hubo mentira, no tienen falta.
Vi otro ángel que volaba por mitad del cielo; llevaba un mensaje irrevocable para anunciarlo a los habitantes de la tierra, a toda nación, raza, lengua y pueblo. Clamaba:
«Respetad a Dios y dadle gloria, porque ha llegado la hora de su juicio; rendid homenaje al que hizo el cielo, la tierra, el mar y los manantiales.»
Lo siguió otro ángel, el segundo, que decía:
«Cayó, cayó la gran Babilonia, la que ha hecho beber a todas las naciones del vino del furor de su fornicación.»
Les siguió otro ángel, el tercero, clamando:
«Quien venere a la fiera y a su estatua y reciba su marca en la frente o en la mano, ése beberá del vino del furor de Dios, escanciado sin diluir en la copa de su cólera, y será atormentado con fuego y azufre ante los santos ángeles y el Cordero. El humo de su tormento subirá por los siglos de los siglos, pues los que veneran a la fiera y a su estatua y reciben la marca con su nombre no tendrán respiro ni día ni noche.»
¡Aquí del aguante de los santos que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús!
Oí una voz que decía desde el cielo:
«Escribe: ¡Dichosos ya los muertos que mueren en el Señor! Sí (dice el Espíritu), que descansen de sus fatigas, porque sus obras los acompañan.»
La siega y la vendimia escatológicas
Ap 14,14-15,4
Yo, Juan, miré y en la visión apareció una nube blanca; estaba sentado encima uno con aspecto de hombre, llevando en la cabeza una corona de oro y en la mano una hoz afilada. Del santuario salió otro ángel y gritó fuerte al que estaba sentado en la nube:
«Arrima tu hoz y siega; ha llegado la hora de la siega, pues la mies de la tierra está más que madura.»
Y el que estaba sentado encima de la nube acercó su hoz a la tierra y la segó.
Otro ángel salió del santuario celeste llevando él también una hoz afilada. Del altar salió otro, el ángel que tiene poder sobre el fuego, y le gritó fuerte al de la hoz afilada:
«Arrima tu hoz afilada y vendimia los racimos de la viña de la tierra, porque las uvas están en sazón.»
El ángel acercó su hoz a la tierra y vendimió la viña de la tierra y echó las uvas en el gran lagar del furor de Dios. Pisotearon el lagar fuera de la ciudad, y del lagar corrió tanta sangre, que subió hasta los bocados de los caballos en un radio de sesenta leguas.
Vi en el cielo otra señal, magnífica y sorprendente: siete ángeles que llevaban siete plagas, las últimas, pues con ellas se puso fin al furor de Dios. Vi una especie de mar de vidrio veteado de fuego; en la orilla estaban de pie los que habían vencido a la fiera, a su imagen y al número que es cifra de su nombre; tenían en la mano las arpas que Dios les había dado. Cantaban el cántico de Moisés, el siervo de Dios, y el cántico del Cordero, diciendo:
«Grandes y maravillosas son tus obras, Señor, Dios omnipotente, justos y verdaderos tus caminos, ¡oh Rey de los siglos! ¿Quién no temerá, Señor, y glorificará tu nombre? Porque tú solo eres santo, porque vendrán todas las naciones y se postrarán en tu acatamiento, porque tus juicios se hicieron manifiestos.»
Apocalipsis 15, 3-4: Himno de adoración
 
 
Grandes y maravillosas son tus obras,
Señor, Dios omnipotente,
justos y verdaderos tus caminos,
¡oh Rey de los siglos!

¿Quién no temerá, Señor,
y glorificará tu nombre?
Porque tú solo eres santo,
porque vendrán todas las naciones
y se postrarán en tu acatamiento,
porque tus juicios se hicieron manifiestos.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

 

Las siete copas del furor de Dios
Ap 15,5-16,21
Yo, Juan, vi que se abría en el cielo el santuario de la tienda del encuentro, y salieron del santuario los siete ángeles que llevaban las siete plagas, vestidos de lino puro esplendente y ceñidos con cinturones dorados a la altura del pecho. Uno de los cuatro vivientes repartió a los siete ángeles siete copas de oro llenas hasta el borde del furor de Dios que vive por los siglos de los siglos. El humo de la gloria de Dios y de su potencia llenó el santuario; nadie podía entrar en él hasta que no se terminasen las siete plagas de los siete ángeles.
Oí una voz potente que salía del santuario y decía a los siete ángeles:
«Id a derramar en la tierra las siete copas del furor de Dios.»
Se alejó el primero, derramó su copa en la tierra, y apareció una llaga maligna y enconada en los hombres que llevaban la marca de la fiera y veneraban su imagen.
El segundo derramó su copa en el mar, y el mar se convirtió en sangre de muerto; todo animal marino murió.
El tercero derramó su copa en los ríos y manantiales, y se convirtieron en sangre. Oí que el ángel de las aguas decía:
«Tú, el que eras y eres, el Santo, eres justo al dar esta sentencia: a los que derramaron sangre de consagrados y profetas les diste a beber sangre. Se lo merecen.»
Y oí que el altar decía:
«Así es, Señor Dios, soberano de todo, tus sentencias son rectas y justas.»
El cuarto derramó su copa en el sol e hizo que quemara a los hombres con su ardor; los hombres sufrieron quemaduras por el enorme calor y maldecían el nombre de Dios que dispone de tales plagas, en vez de arrepentirse y darle gloria.
El quinto derramó su copa sobre el trono de la fiera, y su reino quedó en tinieblas; los hombres se mordían la lengua de dolor y maldecían al Dios del cielo por los dolores y las llagas, pero no enmendaron su conducta.
El sexto derramó su copa sobre el gran río, el Éufrates, y se quedó seco, dejando preparado el camino a los reyes que vienen del Oriente.
De la boca del dragón, de la boca de la fiera y de la boca del falso profeta vi salir tres espíritus inmundos en forma de ranas. Los espíritus eran demonios con poder de efectuar señales y se dirigían a los reyes de la tierra entera con el fin de reunirlos para la batalla del gran día de Dios, soberano de todo.
«Mirad, voy a llegar como un ladrón. Dichoso el que está en vela con la ropa puesta, así no tendrá que pasear desnudo dejando ver sus vergüenzas.»
Y los reunieron en el lugar llamado en hebreo Harmagedón.
El séptimo derramó su copa en el aire, y del interior del santuario salió una voz potente que venía del trono y decía:
«Es un hecho»
Se produjeron relámpagos, estampidos y truenos, y un terremoto tan violento que desde que hay hombres en la tierra no se ha producido terremoto de tal magnitud. La gran ciudad se hizo tres pedazos y las capitales de las naciones se derrumbaron. Recordaron a Dios que hiciera beber a la gran Babilonia la copa de vino del furor de su cólera. Todas las islas huyeron, los montes desaparecieron. Granizos como adoquines cayeron del cielo sobre los hombres, y los hombres maldijeron a Dios por el daño del granizo, pues el daño que hacía era terrible.
La gran Babilonia
Ap 17,1-18
Yo, Juan, vi como se acercaba uno de los siete ángeles que tenían las siete copas y me habló así:
«Ven acá, voy a mostrarte la sentencia de la gran prostituta que está sentada al borde del océano, con la que han fornicado los reyes de la tierra, la que ha emborrachado a los habitantes de la tierra con el vino de su prostitución.»
En éxtasis me llevó a un desierto. Vi allí una mujer montada en una fiera escarlata, cubierta de títulos blasfemos, que tenía siete cabezas y diez cuernos. La mujer iba vestida de púrpura y escarlata y enjoyada con oro, pedrería y perlas. Tenía en la mano una copa de oro llena hasta el borde de abominaciones y de las inmundicias de su fornicación; en la frente llevaba escrito un nombre enigmático: «La gran Babilonia, madre de las prostitutas y de las abominaciones de la tierra.» Vi que la mujer estaba borracha de la sangre de los santos y de la sangre de los testigos de Jesús.
Al verla, me quedé boquiabierto. El ángel me dijo: «¿Por qué razón te admiras? Yo te explicaré el simbolismo de la mujer y de la fiera que la lleva, la de las siete cabezas y los diez cuernos. La fiera que viste estuvo ahí, ahora no está, pero va a salir del infierno para ir a su ruina. Los habitantes de la tierra cuyo nombre no está escrito desde la creación del mundo en el libro de la vida se sorprenderán al ver que la fiera que estaba ahí y ahora no está se presenta de nuevo.
¡Aquí de la inteligencia, el que tenga talento! Las siete cabezas son siete colinas donde está asentada la mujer, y siete reyes; cinco cayeron, uno está ahí, otro no ha llegado todavía y cuando llegue durará poco tiempo. La fiera que estaba ahí y ahora no está es el octavo, y al mismo tiempo uno de los siete, y va a su ruina.
Los diez cuernos que viste son también diez reyes que aún no han comenzado a reinar, pero que recibirán autoridad por breve tiempo, asociados a la fiera. Éstos, de común acuerdo, cederán sus fuerzas y su autoridad a la fiera. Combatirán contra el Cordero, pero el Cordero los vencerá, porque es Señor de señores y Rey de reyes, y los llamados a acompañarlo son escogidos y fieles.»
Y añadió:
«El océano donde viste sentada a la prostituta son pueblos y razas, naciones y lenguas. Pero los diez cuernos que viste y la fiera van a tomar odio a la prostituta y a dejarla asolada y desnuda; se comerán su carne y la destruirán con fuego. Dios les ha metido en la cabeza que ejecuten su designio; por eso, llegando a un acuerdo, cederán su realeza a la fiera hasta que se cumpla lo que Dios ha dicho. Por último, la mujer que viste es la gran ciudad, emperatriz de los reyes de la tierra.»
La caída de Babilonia
Ap 18,1-20
Yo, Juan, vi otro ángel que bajaba del cielo; venía con gran autoridad y su resplandor iluminó la tierra. Gritó a pleno pulmón:
«¡Cayó, cayó la gran Babilonia! Se ha convertido en morada de demonios, en guarida de todo espíritu impuro, en guarida de todo pájaro inmundo y repugnante; porque el vino del furor de su fornicación lo han bebido todas las naciones, los reyes de la tierra fornicaron con ella, y los comerciantes se hicieron ricos con su lujo desaforado.»
Y oí otra voz del cielo que decía:
«Pueblo mío, sal de ella, para no haceros cómplices de sus pecados ni víctimas de sus plagas; porque sus pecados han llegado hasta el cielo, y Dios se ha acordado de sus crímenes. Pagadle con su misma moneda, devolvedle el doble de lo que ha hecho, mezcladle en la copa el doble de lo que ella mezcló. En proporción a su fasto y a su lujo, dadle tormento y duelo. Ella solía decirse: "Sentada estoy como una reina, viuda no soy y duelo nunca veré"; por eso el mismo día le llegarán todas sus plagas, epidemias, duelo y hambre, y el fuego la abrasará, porque es fuerte el Señor Dios que la juzga.»
Llorarán y plañirán por ella los reyes de la tierra que con ella fornicaron y se dieron al lujo, cuando vean el humo de su incendio; manteniéndose a distancia por miedo de su tormento, dirán:
«¡Ay, ay de la gran ciudad, de Babilonia, la ciudad poderosa! ¡Que haya bastado una hora para que llegue tu castigo!»
También los comerciantes de la tierra llorarán y plañirán por ella, porque su cargamento ya no lo compra nadie: el cargamento de oro y plata, pedrería y perlas; de lino, púrpura, seda y escarlata, toda la madera de sándalo, los objetos de marfil y de maderas preciosas, de bronce, hierro y mármol; la canela, el clavo y las especias, perfume e incienso, vino y aceite, flor de harina y trigo, ganado mayor y menor, caballos, carros, esclavos y siervos. La fruta de otoño que excitaba tu apetito se alejó de ti, toda opulencia y esplendor se acabó para ti, y nunca volverán.
Los que comerciaban en estos géneros y se hicieron ricos a costa de ella se detendrán a distancia por miedo de su tormento, llorando y lamentándose así:
«¡Ay, ay de la gran ciudad! La que se vestía de lino, púrpura y escarlata y se enjoyaba con oro, pedrería y perlas. ¡Que haya bastado una hora para asolar tanta riqueza! »
También los pilotos, los que navegan de puerto en puerto, los marineros y cuantos viven del mar se detuvieron a distancia y gritaban al ver el humo de su incendio:
«¿Quién podía compararse con la gran ciudad?»
Se echaron polvo en la cabeza y gritaban llorando y lamentándose:
«¡Ay, ay de la gran ciudad donde se hicieron ricos todos los armadores, por lo elevado de sus precios! ¡Que haya bastado una hora para asolarla! »
¡Regocíjate, cielo, por lo que le pasa, y también vosotros, los santos, los apóstoles y los profetas! Porque, condenándola a ella, Dios ha reivindicado vuestra causa.
Se anuncia la boda del Cordero
Ap 18,21-19,10
Un ángel vigoroso levantó una piedra grande como una rueda de molino y la tiró al mar, diciendo:
«Así, de golpe, precipitarán a Babilonia, la gran metrópoli, y desaparecerá. El son de arpistas y músicos, de flautas y trompetas, no se oirá más en ti. Artífices de ningún arte habrá más en ti, ni murmullo de molino se oirá más en ti; ni luz de lámpara brillará más en ti, ni voz de novio y novia se oirá más en ti, porque tus mercaderes eran los magnates de la tierra, y con tus brujerías embaucaste a todas las naciones. Y en ella se encontró sangre de profetas y santos y de todos los degollados en la tierra.»
Oí después en el cielo algo que recordaba el vocerío de una gran muchedumbre; cantaban:
«Aleluya. La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios, porque sus juicios son verdaderos y justos. Él ha condenado a la gran prostituta que corrompía a la tierra con sus fornicaciones, y le ha pedido cuenta de la sangre de sus siervos.»
Y repitieron:
«Aleluya. El humo de su incendio sube por los siglos de los siglos.»
Se postraron los veinticuatro ancianos y los cuatro vivientes rindiendo homenaje a Dios, que está sentado en el trono, y diciendo:
«Amén. Aleluya.»
Y salió una voz del trono que decía:
«Alabad al Señor, sus siervos todos, los que le teméis, pequeños y grandes.»
Y oí algo que recordaba el rumor de una muchedumbre inmensa, el estruendo del océano y el fragor de fuertes truenos. Y decían:
«Aleluya. Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo, alegrémonos y gocemos y démosle gracias. Llegó la boda del Cordero, su esposa se ha embellecido, y se le ha concedido vestirse de lino deslumbrante de blancura -el lino son las buenas acciones de los santos-.»
Luego me dice:
«Escribe: "Dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero."»
Y añadió:
«Estas palabras verídicas son de Dios.»
Caí a sus pies para rendirle homenaje, pero él me dijo:
«No, cuidado, soy tu compañero de servicio, tuyo y de esos hermanos tuyos que mantienen el testimonio de Jesús; rinde homenaje a Dios.»
Es que dar testimonio de Jesús equivale a la inspiración profética.
Victoria del que es la Palabra de Dios
Ap 19,11-21
Yo, Juan, vi el cielo abierto, y apareció un caballo blanco; su jinete se llama el Fiel y el Veraz, porque es justo en el juicio y en la guerra. Sus ojos llameaban, ceñían su cabeza mil diademas, y llevaba grabado un nombre que sólo él conoce. Iba envuelto en una capa tinta en sangre, y lo llaman Palabra de Dios. Lo seguían las tropas del cielo en caballos blancos, vestidos de lino blanco puro. De su boca salía una espada aguda, para herir con ella a las naciones, pues él va a regirlas con cetro de hierro y a pisar el lagar del vino del furor de la cólera de Dios, soberano de todo. En la capa y en el muslo llevaba escrito un título: «Rey de reyes y Señor de señores.»
Vi entonces un ángel de pie en el sol, que dio un grito estentóreo, diciendo a todas las aves que vuelan por mitad del cielo:
«Venid acá, reuníos para el gran banquete de Dios; comeréis carne de reyes, carne de generales, carne de valientes, carne de caballos y de jinetes, carne de hombres de toda clase, libres y esclavos, pequeños y grandes.»
Vi a la fiera y a los reyes de la tierra con sus tropas, reunidos para hacer la guerra contra el jinete del caballo y su ejército. Capturaron a la fiera y con ella al falso profeta que efectuaba señales a su vista, extraviando con ellas a los que llevaban la marca de la fiera y veneraban su estatua. A los dos los echaron vivos en el lago de azufre ardiendo. A los demás los mató el jinete con la espada que sale de su boca, y las aves todas se hartaron de su carne.
Última batalla del dragón
Ap 20,1-15
Yo, Juan, vi un ángel que bajaba del cielo llevando la llave del abismo y una cadena grande en la mano. Agarró al dragón, que es la serpiente primordial, el diablo o Satanás, y lo encadenó para mil años; lo arrojó al abismo, echó la llave y puso un sello encima, para que no pueda extraviar a las naciones antes que se cumplan los mil años. Después tiene que estar suelto por un poco de tiempo.
Vi también unos tronos y en ellos se sentaron los encargados de juzgar; vi también las almas de los decapitados por el testimonio de Jesús y la palabra de Dios, los que no habían rendido homenaje a la bestia ni a su estatua y no habían recibido su señal en la frente ni en la mano. Éstos volvieron a la vida y reinaron con Cristo mil años. El resto de los muertos no volvió a la vida hasta pasados los mil años.
Ésta es la primera resurrección. Dichoso y santo aquel a quien le toca en suerte la primera resurrección; sobre ellos la segunda muerte no tiene poder: serán sacerdotes de Dios y de Cristo y serán reyes con él los mil años. Pasados los mil años soltarán a Satanás de la prisión.
Saldrá él para engañar a las naciones de los cuatro lados de la tierra, a Gog y Magog, y reclutarlos para la guerra, incontables como las arenas del mar.
Subieron a la llanura y cercaron el campamento de los santos y la ciudad predilecta, pero bajó fuego del cielo y los devoró. Al diablo que los había engañado lo arrojaron al lago de fuego y azufre con la fiera y el falso profeta, y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos.
Luego vi un trono blanco y grande, y al que estaba sentado en él. A su presencia desaparecieron cielo y tierra, porque no hay sitio para ellos. Vi a los muertos, pequeños y grandes, de pie ante el trono. Se abrieron los libros y se abrió otro libro, el libro de la vida. Los muertos fueron juzgados según sus obras, escritas en los libros. El mar entregó sus muertos, muerte y abismo entregaron sus muertos, y todos fueron juzgados según sus obras.
Después muerte y abismo fueron arrojados al lago de fuego -el lago de fuego es la segunda muerte-. Los que no estaban escritos en el libro de la vida fueron arrojados al lago de fuego.
La nueva Jerusalén
Ap 21,1-8
Yo, Juan, vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra han pasado, y el mar ya no existe. Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, enviada por Dios, arreglada como una novia que se adorna para su esposo. Y escuché una voz potente que decía desde el trono:
«Ésta es la morada de Dios con los hombres: acampará entre ellos. Ellos serán su pueblo, y Dios estará con ellos y será su Dios. Enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor. Porque el primer mundo ha pasado.»
Y el que estaba sentado en el trono dijo:
«Todo lo hago nuevo.»
Y añadió:
«Escribe, que estas palabras son fidedignas y verídicas.»
Y me dijo todavía:
«Ya son un hecho. Yo soy el alfa y la omega, el principio y el fin. Al sediento, yo le daré a beber de balde de la fuente de agua viva. Quien salga vencedor heredará esto, porque yo seré su Dios, y él será mi hijo. En cambio, a los cobardes, infieles, nefandos, asesinos, lujuriosos, hechiceros e idólatras y a todos los embusteros, les tocará en suerte el lago de azufre ardiendo, que es la segunda muerte.»

CLAVE DE LECTURA

SANTA MISA EN CONMEMORACIÓN DE LOS FIELES DIFUNTOS

HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO

Cementerio Laurentino, Roma
Viernes, 2 de noviembre de 2018

 

La liturgia de hoy es realista, es concreta. Nos enmarca en las tres dimensiones de la vida, dimensiones que incluso los niños entienden: el pasado, el futuro, el presente.

Hoy es un día de recuerdo del pasado, un día para recordar a quienes caminaron antes que nosotros, a aquellos que también nos han acompañado, nos han dado la vida. Recordar, hacer memoria. La memoria es lo que hace que un pueblo sea fuerte, porque se siente enraizado en un camino, enraizado en una historia, enraizado en un pueblo. La memoria nos hace entender que no estamos solos, somos un pueblo: un pueblo que tiene historia, que tiene pasado, que tiene vida. Recordar a tantos que han compartido un camino con nosotros, y están aquí [indica las tumbas alrededor]. No es fácil recordar. A nosotros, muchas veces, nos cuesta regresar con el pensamiento a lo que sucedió en mi vida, en mi familia, en mi pueblo... Pero hoy es un día de memoria, la memoria que nos lleva a las raíces: a mis raíces, a las raíces de mi pueblo.

Y hoy también es un día de esperanza: la segunda lectura nos ha mostrado lo que nos espera. Un cielo nuevo, una tierra nueva y la ciudad santa de Jerusalén, nueva. Hermosa es la imagen que usa para hacernos entender lo que nos espera: «Y la vi la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia, ataviada para su esposo» (cf. Apocalipsis 21, 2). Nos espera la belleza... Memoria y esperanza, esperanza de encontrarnos, esperanza de llegar donde está el Amor que nos creó, donde está el Amor que nos espera: el amor del Padre.

Y entre la memoria y la esperanza está la tercera dimensión, la del camino que debemos recorrer y que recorremos. ¿Y cómo recorrer camino sin equivocarse? ¿Cuáles son las luces que me ayudarán a no equivocarme de camino? ¿Cuál es el «navegador» que Dios mismo nos ha dado, para no equivocarnos? Son las bienaventuranzas que Jesús nos enseñó en el evangelio. Estas bienaventuranzas (mansedumbre, pobreza de espíritu, justicia, misericordia, pureza de corazón) son las luces que nos acompañan para no equivocarnos de camino: este es nuestro presente. En este cementerio están las tres dimensiones de la vida: la memoria, podemos verla allí [indica las tumbas]; la esperanza, la celebraremos ahora en la fe, no en la visión; y las luces que nos guían en nuestro camino para no equivocar el camino, las hemos escuchado en el Evangelio: son las Bienaventuranzas.

Pidamos hoy al Señor que nos brinde la gracia de no perder nunca la memoria, de no esconder nunca la memoria, —la memoria de una persona, la memoria familiar, la memoria del pueblo— y que nos dé la gracia de la esperanza, porque la esperanza es un don suyo: saber esperar, mirar al horizonte, no permanecer cerrado frente a un muro. Mirar siempre al horizonte y la esperanza. Y que nos de la gracia de entender cuáles son las luces que nos acompañarán en el camino para no equivocarnos, y así llegar a donde nos están esperando con tanto amor.

Visión de la Jerusalén celestial
Ap 21,9-27
Se acercó uno de los siete ángeles que tenían las siete copas llenas de las siete plagas últimas y me habló así:
«Ven acá, voy a mostrarte a la novia, a la esposa del Cordero.»
Me transportó en éxtasis a un monte altísimo, y me enseñó la ciudad santa, Jerusalén, que bajaba del cielo, enviada por Dios, trayendo la gloria de Dios. Brillaba como una piedra preciosa, como jaspe traslúcido. Tenía una muralla grande y alta y doce puertas custodiadas por doce ángeles, con doce nombres grabados: los nombres de las tribus de Israel. A oriente tres puertas, al norte tres puertas, al sur tres puertas y a occidente tres puertas. La muralla tenía doce basamentos que llevaban doce nombres: los nombres de los apóstoles del Cordero.
El que me hablaba tenía una vara de medir de oro, para medir la ciudad, las puertas y la muralla. La planta de la ciudad es cuadrada, igual de ancha que de larga. Midió la ciudad con la vara, y resultaron cuatrocientas cincuenta y seis leguas; la longitud, la anchura y la altura son iguales. Midió la muralla: ciento cuarenta y cuatro codos, medida humana que usan los ángeles. La mampostería del muro era de jaspe, y la ciudad, de oro puro, parecido a vidrio claro.
Los basamentos de la muralla de la ciudad estaban incrustados de toda clase de piedras preciosas: el primero, de jaspe; el segundo, de zafiro; el tercero, de calcedonia; el cuarto, de esmeralda; el quinto, de ónix; el sexto, de granate; el séptimo, de crisólito; el octavo, de aguamarina; el noveno, de topacio; el décimo, de ágata; el undécimo, de jacinto; el duodécimo, de amatista.
Las doce puertas eran doce perlas, cada puerta hecha de una sola perla. Las calles de la ciudad eran de oro puro, como vidrio transparente.
Santuario no vi ninguno, porque es su santuario el Señor Dios todopoderoso y el Cordero. La ciudad no necesita sol ni luna que la alumbre, porque la gloria de Dios la ilumina y su lámpara es el Cordero.
A su luz caminarán las naciones, y los reyes de la tierra llevarán a ella su esplendor, y sus puertas no se cerrarán de día, pues allí no habrá noche. Llevarán a ella el esplendor y la riqueza de las naciones, pero nunca entrará en ella nada impuro, ni idólatras ni impostores; sólo entrarán los inscritos en el libro de la vida que tiene el Cordero.
El río de agua viva
Ap 22,1-9
El ángel del Señor me mostró el río de agua viva, luciente como el cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero. A mitad de la calle de la ciudad, a ambos lados del río, crecía un árbol de la vida; da doce cosechas, una cada mes del año, y las hojas del árbol sirven de medicina a las naciones. Allí no habrá ya nada maldito. En la ciudad estarán el trono de Dios y el del Cordero, y sus siervos le prestarán servicio, lo verán cara a cara y llevarán su nombre en la frente. Ya no habrá más noche, ni necesitarán luz de lámpara o del sol, porque el Señor Dios irradiará luz sobre ellos, y reinarán por los siglos de los siglos.
Me dijo:
«Estas palabras son ciertas y verdaderas. El Señor Dios, que inspira a los profetas, ha enviado su ángel para que mostrase a sus siervos lo que tiene que pasar muy pronto. Mira que estoy para llegar. Dichoso quien hace caso del mensaje profético contenido en este libro.»
Soy yo, Juan, quien vio y oyó todo esto. Al oírlo y verlo, caí a los pies del ángel que me lo mostraba, para rendirle homenaje, pero él me dijo:
«No, cuidado, yo soy tu compañero de servicio, tuyo y de tus hermanos, los profetas, y de los que hacen caso de las palabras de este libro; rinde homenaje a Dios.»
Atestiguación de nuestra esperanza
Ap 22,10-21
El ángel me dijo a mí, Juan:
«No selles el mensaje profético contenido en este libro, que el momento está cerca. El que daña, siga dañando; el manchado, siga manchándose; el justo, siga obrando con justicia; el consagrado, siga consagrándose.
Mira, llego en seguida y traigo conmigo mi salario, para pagar a cada uno su propio trabajo. Yo soy el alfa y la omega, el primero y el último, el principio y el fin.
Dichosos los que lavan su ropa, para tener derecho el árbol de la vida y poder entrar por las puertas de la ciudad. Fuera los perros, los hechiceros, los lujuriosos, los asesinos, los idólatras y todo amigo de cometer fraudes.»
Yo, Jesús, os envío mi ángel con este testimonio para las Iglesias:
«Yo soy el retoño y el vástago de David, la estrella luciente de la mañana.»
El Espíritu y la novia dicen:
«¡Ven!»
El que lo oiga, que repita:
«¡Ven!»
El que tenga sed, y quiera, que venga a beber de balde el agua viva.
A todo el que escucha la profecía contenida en este libro, le declaro:
«Si alguno añade algo, Dios le mandará las plagas descritas en este libro. Y si alguno suprime algo de las palabras proféticas escritas en este libro, Dios lo privará de su parte en el árbol de la vida y en la ciudad santa descritos en este libro.»
El que se hace testigo de estas cosas dice:
«Sí, voy a llegar en seguida.»
Amén. Ven, Señor Jesús.
La gracia del Señor Jesús esté con todos. Amén.