I Timoteo

Oración por todos los seres humanos (2, 1-8)

1Así pues, recomiendo ante todo que se hagan rogativas, súplicas, peticiones y acciones de gracias por toda la humanidad:

2por los reyes y por todos los que tienen autoridad para que podamos llevar una vida tranquila y sosegada, plenamente digna y religiosa.

3Es este un proceder hermoso y agradable a los ojos de Dios, nuestro Salvador,

4que quiere que todos se salven y conozcan la verdad.

5Porque uno solo es Dios y uno solo es el mediador entre Dios y la humanidad: el hombre Cristo Jesús,

6que se entregó a sí mismo como rescate por todos, como testimonio dado en el tiempo prefijado.

7De todo ello he sido constituido pregonero y apóstol -estoy diciendo la pura verdad- con el fin de instruir a los paganos en la fe y en la verdad.

8Es, pues, mi deseo que en cualquier circunstancia los varones eleven una oración pura, libre de odios y altercados.

Clave de lectura a la luz de la doctrina social de la Iglesia: primeras comunidades cristianas

La sumisión, no pasiva, sino  por razones de conciencia (cf. Rm 13,5), al  poder constituido responde al orden establecido por Dios. San Pablo define  las relaciones y los deberes de los cristianos hacia las autoridades (cf. Rm 13,1-7). Insiste en el deber cívico de pagar los tributos: « Dad a cada cual lo  que se le debe: a quien impuestos, impuestos; a quien tributo, tributo; a quien  respeto, respeto; a quien honor, honor » (Rm 13,7). El Apóstol no intenta  ciertamente legitimar todo poder, sino más bien ayudar a los cristianos a « procurar el bien ante todos los hombres » (Rm 12,17), incluidas las  relaciones con la autoridad, en cuanto está al servicio de Dios para el bien de  la persona (cf. Rm 13,4; 1 Tm 2,1-2; Tt 3,1) y « para hacer  justicia y castigar al que obra el mal » (Rm 13,4).

San Pedro exhorta a los cristianos a permanecer sometidos « a causa del Señor, a  toda institución humana » (1 P 2,13). El rey y sus gobernantes están para  el « castigo de los que obran el mal y alabanza de los que obran el bien » (1  P 2,14). Su autoridad debe ser « honrada » (cf. 1 P 2,17), es decir  reconocida, porque Dios exige un comportamiento recto, que cierre « la boca a  los ignorantes insensatos » (1 P 2,15). La libertad no puede ser  usada para cubrir la propia maldad, sino para servir a Dios (cf. 1 P 2,16). Se trata entonces de una obediencia libre y responsable a una autoridad  que hace respetar la justicia, asegurando el bien común (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 380).

Falsos maestros y falsas enseñanzas (4, 1-5)

1El Espíritu proclama que, en los últimos tiempos, algunos desertarán de la ley y prestarán oídos a falsos maestros y a enseñanzas demoniacas.

2Se trata de embaucadores hipócritas que tienen la conciencia empedernida

3y que prohíben tanto el matrimonio como el uso de ciertos alimentos, siendo así que Dios ha creado estas cosas para que los fieles, que conocen la verdad, disfruten de ellas dándole gracias.

4Pues todo cuanto Dios ha creado es bueno, y nada hay que sea pernicioso si se come dando gracias.

5Todo lo santifica la palabra de Dios y la oración.

Clave de lectura a la luz de la doctrina social de la Iglesia: pobreza y riqueza

Jesús asume toda la tradición  del Antiguo Testamento, también sobre los bienes económicos, sobre la riqueza y  la pobreza, confiriéndole una definitiva claridad y plenitud (cf. Mt 6,24 y 13,22; Lc 6,20-24 y 12,15-21; Rm 14,6-8 y 1 Tm 4,4). Él, infundiendo su Espíritu y cambiando los corazones, instaura  el « Reino de Dios », que hace posible una nueva convivencia en la justicia, en  la fraternidad, en la solidaridad y en el compartir. El Reino inaugurado por  Cristo perfecciona la bondad originaria de la creación y de la actividad humana,  herida por el pecado. Liberado del mal y reincorporado en la comunión con Dios,  todo hombre puede continuar la obra de Jesús con la ayuda de su Espíritu: hacer  justicia a los pobres, liberar a los oprimidos, consolar a los afligidos, buscar  activamente un nuevo orden social, en el que se ofrezcan soluciones adecuadas a  la pobreza material y se contrarresten más eficazmente las fuerzas que  obstaculizan los intentos de los más débiles para liberarse de una condición de  miseria y de esclavitud. Cuando esto sucede, el Reino de Dios se hace ya  presente sobre esta tierra, aun no perteneciendo a ella. En él encontrarán  finalmente cumplimiento las promesas de los Profetas (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 325).

Contra el afán de riquezas (6, 6-10)

6Y ciertamente la religión es un magnífico negocio cuando uno se contenta con lo que tiene.

7Porque nada trajimos al mundo y nada podremos llevarnos de él.

8Contentémonos, pues, con no carecer de comida y de vestido,

9pues los que se afanan por ser ricos se enredan en trampas y tentaciones y en un sinfín de insensatos y dañosos deseos que los hunden en la perdición y en la ruina.

10La avaricia, en efecto, es la raíz de todos los males y, arrastrados por ella, algunos han perdido la fe y ahora son presa de múltiples remordimientos.

Clave de lectura a la luz de la doctrina social de la Iglesia: la riqueza existe para ser compartida

 Los bienes, aun cuando son  poseídos legítimamente, conservan siempre un destino universal. Toda forma de  acumulación indebida es inmoral, porque se halla en abierta contradicción con el  destino universal que Dios creador asignó a todos los bienes. La salvación cristiana es una liberación integral del hombre, liberación de la necesidad, pero también de la posesión misma: « Porque la raíz de todos los males es el afán de dinero, y algunos, por dejarse llevar de él, se extraviaron en la fe » (1 Tm 6,10). Los Padres de la Iglesia insisten en la necesidad  de la conversión y de la transformación de las conciencias de los creyentes, más  que en la exigencia de cambiar las estructuras sociales y políticas de su  tiempo, instando a quien desarrolla una actividad económica y posee bienes a  considerarse administrador de cuanto Dios le ha confiado (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 328).