El profeta Baruc

Oración del pueblo penitente
Ba 1,14-2,5; 3,1-8
Leed este documento que os enviamos y haced vuestra confesión en el templo el día de fiesta y en las fechas oportunas, diciendo así:
«Confesamos que el Señor, nuestro Dios, es justo, y a nosotros nos abruma hoy la vergüenza: a los judíos y vecinos de Jerusalén, a nuestros reyes y gobernantes, a nuestros sacerdotes y profetas y a nuestros padres; porque pecamos contra el Señor no haciéndole caso, desobedecimos al Señor, nuestro Dios, no siguiendo los mandatos que el Señor nos había dado.
Desde el día en que el Señor sacó a nuestros padres de Egipto hasta hoy, no hemos hecho caso al Señor, nuestro Dios, hemos rehusado obedecerle. Por eso, nos persiguen ahora las desgracias y la maldición con que el Señor conminó a Moisés, su siervo, cuando sacó a nuestros padres de Egipto para darnos una tierra que mana leche y miel. No obedecimos al Señor, nuestro Dios, que nos hablaba por medio de sus enviados, los profetas; todos seguimos nuestros malos deseos, sirviendo a dioses ajenos y haciendo lo que el Señor, nuestro Dios, reprueba.
Por eso, el Señor cumplió las amenazas que había pronunciado contra nuestros gobernadores, reyes y príncipes, y contra israelitas y judíos. Jamás sucedió bajo el cielo lo que sucedió en Jerusalén -según lo escrito en la ley de Moisés-, que la gente se comió a sus hijos e hijas; el Señor los sometió a todos los reinos vecinos, dejó desolado su territorio, haciéndolos objeto de burla y baldón para los pueblos a la redonda donde los dispersó. Fueron vasallos y no señores, porque habíamos pecado contra el Señor, nuestro Dios, desoyendo su voz.
Señor todopoderoso, Dios de Israel, un alma afligida y un espíritu que desfallece gritan a ti. Escucha, Señor, ten piedad, porque hemos pecado contra ti. Tú reinas por siempre, nosotros morimos para siempre. Señor todopoderoso, Dios de Israel, escucha las súplicas de los israelitas que ya murieron y las súplicas de los hijos de los que pecaron contra ti: ellos desobedecieron al Señor, su Dios, y a nosotros nos persiguen las desgracias.
No te acuerdes de los delitos de nuestros padres; acuérdate hoy de tu mano y de tu nombre. Porque tú eres el Señor, Dios nuestro, y nosotros te alabamos, Señor. Nos infundiste tu temor para que invocásemos tu nombre y te alabásemos en el destierro y para que apartásemos nuestro corazón de los pecados con que te ofendieron nuestros padres. Mira, hoy vivimos en el destierro donde nos dispersaste, haciéndonos objeto de burla y maldición, para que paguemos así los delitos de nuestros padres, que se alejaron del Señor, nuestro Dios.»
La salvación de Israel es obra de la sabiduría
Ba 3,9-15.24-4,4
Escucha, Israel, mandatos de vida; presta oído para aprender prudencia. ¿A qué se debe, Israel, que estés aún en país enemigo, que envejezcas en tierra extranjera, que estés contaminado entre los muertos, y te cuenten con los habitantes del abismo? Es que abandonaste la fuente de la sabiduría. Si hubieras seguido el camino de Dios, habitarías en paz para siempre. Aprende dónde se encuentra la prudencia, el valor y la inteligencia; así aprenderás dónde se encuentra la vida larga, la luz de los ojos y la paz. ¿Quién encontró su puesto o entró en sus almacenes?
¡Qué grande es, Israel, el templo de Dios; qué vastos son sus dominios! Él es grande y sin límites, es sublime y sin medida. Allí nacieron los gigantes, famosos en la antigüedad, corpulentos y belicosos; pero no los eligió Dios ni les mostró el camino de la inteligencia; murieron por su falta de prudencia, perecieron por falta de reflexión. ¿Quién subió al cielo para cogerla, quien la bajó de las nubes? ¿Quién atravesó el mar para encontrarla y comprarla a precio de oro? Nadie conoce su camino ni puede rastrear sus sendas.
El que todo lo sabe la conoce, la examina y la penetra. El que creó la tierra para siempre y la llenó de animales cuadrúpedos; el que manda a la luz, y ella va, la llama, y le obedece temblando; a los astros que velan gozosos en sus puestos de guardia, los llama, y responden: «Presentes», y brillan gozosos para su Creador. Él es nuestro Dios, y no hay otro frente a él; investigó el camino de la inteligencia y se lo enseñó a su hijo, Jacob, a su amado, Israel. Después apareció en el mundo y vivió entre los hombres.
Es el libro de los mandatos de Dios, la ley de validez eterna: los que la guarden vivirán; los que la abandonen morirán. Vuélvete, Jacob, a recibirla, camina a la claridad de su resplandor; no entregues a otros tu gloria, ni tu dignidad a un pueblo extranjero. ¡Dichosos nosotros, Israel, que conocemos lo que agrada al Señor!