Job

 

Job, privado de sus bienes
Jb 1,1-22
Había una vez en tierra de Hus un hombre que se llamaba Job; era un hombre justo y honrado, que temía a Dios y se apartaba del mal. Tenía siete hijos y tres hijas. Tenía siete mil ovejas, tres mil camellos, quinientas yuntas de bueyes, quinientas burras y una servidumbre numerosa. Era el más rico entre los hombres de Oriente.
Sus hijos solían celebrar banquetes, un día en casa de cada uno, e invitaban a sus tres hermanas a comer con ellos. Terminados esos días de fiesta, Job los hacía venir para purificarlos; madrugaba y ofrecía un holocausto por cada uno, por si habían pecado maldiciendo a Dios en su interior. Esto lo solía hacer Job cada vez.
Un día, fueron los ángeles y se presentaron al Señor; entre ellos llegó también Satanás. El Señor le preguntó:
«¿De dónde vienes?»
Él respondió:
«De dar vueltas por la tierra.»
El Señor le dijo:
«¿Te has fijado en mi siervo Job? En la tierra no hay otro como él: es un hombre justo y honrado, que teme a Dios y se aparta del mal.»
Satanás le respondió:
«¿Y crees que teme a Dios de balde? ¡Si tú mismo lo has cercado y protegido, a él, a su hogar y todo lo suyo! Has bendecido sus trabajos, y sus rebaños se ensanchan por el país. Pero extiende la mano, daña sus posesiones, y te apuesto a que te maldecirá en tu cara.»
El Señor le dijo:
«Haz lo que quieras con sus cosas, pero a él no lo toques.»
Y Satanás se marchó.
Un día que sus hijos e hijas comían y bebían en casa del hermano mayor, llegó un mensajero a casa de Job y le dijo:
«Estaban los bueyes arando y las burras pastando a su lado, cuando cayeron sobre ellos unos sabeos, apuñalaron a los mozos y se llevaron el ganado. Sólo yo pude escapar para contártelo.»
No había acabado de hablar, cuando llegó otro y dijo:
«Ha caído un rayo del cielo que ha quemado y consumido tus ovejas y pastores. Sólo yo pude escapar para contártelo.»
No había acabado de hablar, cuando llegó otro y dijo:
«Una banda de caldeos, dividiéndose en tres grupos, se echó sobre los camellos y se los llevó, y apuñaló a los mozos. Sólo yo pude escapar para contártelo.»
 
R/. Si aceptamos de Dios los bienes, ¿no vamos a aceptar los males? El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó; como agradó al Señor, así ha sucedido; bendito sea el nombre del Señor.
V/. Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré a él.
R/. El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó; como agradó al Señor, así ha sucedido; bendito sea el nombre del Señor.

 

Job, herido con llagas malignas, es visitado por sus amigos
Jb 2,1-13
Un día, fueron los ángeles y se presentaron al Señor; entre ellos llegó también Satanás. El Señor le preguntó:
«¿De dónde vienes?»
Él respondió:
«De dar vueltas por la tierra.»
El Señor le dijo:
«¿Te has fijado en mi siervo Job? En la tierra no hay otro como él: es un hombre justo y honrado que teme a Dios y se aparta del mal. Pero tú me has incitado contra él, para que lo aniquilara sin motivo, aunque todavía persiste en su honradez.»
Satanás respondió:
«Piel por piel, por salvar la vida el hombre lo da todo. Pero extiende la mano sobre él, hiérelo en la carne y en los huesos, y apuesto a que te maldice en tu cara.»
El Señor le dijo:
«Haz lo que quieras con él, pero respétale la vida.»
Y Satanás se marchó. E hirió a Job con llagas malignas desde la planta del pie a la coronilla. Job cogió una tejuela para rasparse con ella, sentado en tierra entre la basura. Su mujer le dijo:
«¿Todavía persistes en tu honradez? Maldice a Dios y muérete.»
Él le contestó:
«Hablas como una necia: Si aceptamos de Dios los bienes, ¿no vamos a aceptar los males?»
A pesar de todo, Job no pecó con sus labios.
Tres amigos suyos, Elifaz de Temán, Bildad de Suj y Sofar de Naamat, al enterarse de las desgracias que había sufrido, salieron de su lugar y se reunieron para ir a compartir su pena y consolarlo. Cuando lo vieron a distancia, no lo reconocían, y rompieron a llorar; se rasgaron el manto, echaron polvo sobre la cabeza y hacia el cielo, y se quedaron con él, sentados en el suelo, siete días con sus noches, sin decirle una palabra, viendo lo atroz de su sufrimiento.
 
R/. Señor, no me corrijas con ira, tus flechas se me han clavado. No hay parte ilesa en mi carne a causa de tu furor.
V/. Mis amigos y compañeros se alejan de mí.
R/. No hay parte ilesa en mi carne a causa de tu furor.

 

Lamentaciones de Job
Jb 3,1-26
Job abrió la boca y maldijo su día diciendo:
«¡Muera el día en que nací, la noche que dijo: "Se ha concebido un varón"! Que ese día se vuelva tinieblas, que Dios desde lo alto se desentienda de él, que sobre él no brille la luz, que lo reclamen las tinieblas y las sombras, que la niebla se pose sobre él, que un eclipse lo aterrorice, que se apodere de esa noche la oscuridad, que no se sume a los días del año, que no entre en la cuenta de los meses, que esa noche quede estéril y cerrada a los gritos de júbilo, que la maldigan los que maldicen el océano, los que entienden de conjurar al Leviatán; que se velen las estrellas de su aurora, que espere la luz y no llegue, que no vea el parpadear del alba; porque no me cerró las puertas del vientre y no escondió a mi vista tanta miseria.
¿Por qué al salir del vientre no morí o perecí al salir de las entrañas? ¿Por qué me recibió un regazo y unos pechos me dieron de mamar? Ahora dormiría tranquilo, descansaría en paz, lo mismo que los reyes de la tierra que se alzan mausoleos, o como los nobles que amontonan oro y plata en sus palacios. Ahora sería un aborto enterrado, una criatura que no llegó a ver la luz. Allí acaba el tumulto de los malvados, allí reposan los que están rendidos, con ellos descansan los prisioneros sin oír la voz del capataz; se confunden pequeños y grandes y el esclavo se libra de su amo.
¿Por qué dio luz a un desgraciado y vida al que la pasa en amargura, al que ansía la muerte que no llega y escarba buscándola más que un tesoro, al que se alegraría ante la tumba y gozaría al recibir sepultura, al hombre que no encuentra camino porque Dios le cerró la salida?
Por alimento tengo mis sollozos, y los gemidos se me escapan como agua; me sucede lo que más temía, lo que más me aterraba me acontece. Vivo sin paz y sin descanso, entre continuos sobresaltos.»
 
R/. Por alimento tengo mis sollozos, y los gemidos se me escapan como agua; me sucede lo que más temía, lo que más me aterraba me acontece. Tu indignación, Señor, ha caído sobre mí.
V/. Ya no encuentro apoyo en mí, y la suerte me abandona.
R/. Tu indignación, Señor, ha caído sobre mí.

 

Job se queja ante Dios de la tristeza de la vida
Jb 7,1-21
Job respondió, diciendo:
«El hombre está en la tierra cumpliendo un servicio, sus días son los de un jornalero; como el esclavo, suspira por la sombra, como el jornalero, aguarda el salario. Mi herencia son meses baldíos, me asignan noches de fatiga; al acostarme pienso: ¿Cuándo me levantaré?
Se alarga la noche y me harto de dar vueltas hasta el alba; me tapo con gusanos y con terrones, la piel se me rompe y me supura. Mis días corren más que la lanzadera, y se consumen sin esperanza. Recuerda que mi vida es un soplo, y que mis ojos no verán más la dicha; los ojos que me ven ya no me descubrirán, y cuando me mires tú, ya no estaré.
Como la nube pasa y se deshace, el que baja a la tumba no sube ya; no vuelve a su casa, su morada no vuelve a verlo. Por eso no frenaré mi lengua, hablará mi espíritu angustiado y mi alma amargada se quejará.
¿Soy el monstruo marino o el Dragón para que me pongas un guardián? Cuando pienso que el lecho me aliviará y la cama soportará mis quejidos, entonces me espantas con sueños y me aterrorizas con pesadillas. Preferiría morir asfixiado, y la misma muerte, a estos miembros que odio.
No he de vivir por siempre; déjame, que mis días son un soplo. ¿Qué es el hombre para que le des importancia, para que te ocupes de él, para que le pases revista por la mañana y lo examines a cada momento? ¿Por qué no apartas de mí la vista y no me dejas ni tragar saliva?
Si he pecado, ¿qué te he hecho? Centinela del hombre, ¿por qué me has tomado como blanco, y me he convertido en carga para ti? ¿Por qué no me perdonas mi delito y no alejas mi culpa? Muy pronto me acostaré en el polvo, me buscarás y ya no existiré.»
 
R/. Me tapo con gusanos y con terrones, la piel se me rompe y me supura. Recuerda, Señor, que mi vida es un soplo.
V/. Mis días corren más que la lanzadera, y se consumen sin esperanza.
R/. Recuerda, Señor, que mi vida es un soplo.

 

Sofar expone la doctrina tradicional
Jb 11,1-20
Sofar de Naamat habló a su vez y dijo:
«¿Va a quedar sin respuesta tal palabrería?, ¿va a tener razón el charlatán?, ¿hará callar a otros tu locuacidad?, ¿te burlarás sin que nadie te confunda? Tú has dicho: "Mi doctrina es limpia, soy puro ante tus ojos." Pero que Dios te hable, que abra los labios para responderte; él te enseñará secretos de sabiduría, retorcerá tus argucias, y sabrás que aun parte de tu culpa te la perdona.
¿Pretendes sondear el abismo de Dios o alcanzar los límites del Todopoderoso? Él es la cumbre del cielo: ¿qué vas a saber tú?; es más hondo que el abismo: ¿qué sabes tú? Es más largo que la tierra y más ancho que el mar. Si se presenta y encarcela y cita a juicio, ¿quién se lo puede impedir? Él conoce a los hombres falsos, ve su maldad y la penetra. Pero el mentecato cobrará sentido cuando un asno salvaje se domestique.
Si diriges tu corazón a Dios y extiendes las manos hacia él, si alejas tu mano de la maldad y no alojas en tu tienda la injusticia, podrás alzar la frente sin mancilla; acosado, no sentirás miedo, olvidarás tus desgracias o las recordarás como agua que pasó; tu vida resurgirá como un mediodía, tus tinieblas serán como la aurora; tendrás seguridad en la esperanza, te recogerás y te acostarás tranquilo, dormirás sin sobresaltos, y muchos buscarán tu favor. Pero a los malvados se les ciegan los ojos, no encuentran refugio, su esperanza es sólo un suspiro.»
 
R/. Nos aprietan por todos lados, pero no nos aplastan; estamos apurados, pero no desesperados; acosados, pero no abandonados.
V/. En toda ocasión llevamos en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo.
R/. Acosados, pero no abandonados.

 

Dios está por encima de toda sabiduría humana
Jb 12,1-25
Respondió Job:
«¡Qué gente tan importante sois, con vosotros morirá la sabiduría! Pero también yo tengo inteligencia y no soy menos que vosotros: ¿quién no sabe todo esto? Soy el hazmerreír de mi vecino, yo, que llamaba a Dios, y me escuchaba (¡el hazmerreír, siendo honrado y cabal!); una tea que no aprecia el satisfecho, pero que sirve a unos pies que vacilan; mientras tanto hay paz en las tiendas de los salteadores, y viven tranquilos los que desafían a Dios, pensando que lo tienen en su puño.
Pregunta a las bestias, y te instruirán; a las aves del cielo, y te informarán; a los reptiles del suelo, y te darán lecciones; te lo contarán los peces del mar; con tantos maestros, ¿quién no sabe que la mano de Dios lo ha hecho todo? En su mano está el respiro de los vivientes y el aliento del hombre de carne.
¿No distingue el oído las palabras, y no saborea el paladar los manjares? ¿No está en los ancianos la sabiduría, y la prudencia en los viejos? Pues él posee sabiduría y poder; la perspicacia y la prudencia son suyas. Lo que él destruye nadie lo levanta; si él aprisiona, no hay escapatoria; si retiene la lluvia, viene la sequía; si la suelta, se inunda la tierra.
Él posee fuerza y eficacia, suyos son el engañado y el que engaña; conduce desnudos a los consejeros y hace enloquecer a los gobernantes, despoja a los reyes de sus insignias y les ata una soga a la cintura, conduce desnudos a los sacerdotes y trastorna a los nobles, quita la palabra a los confidentes y priva de sensatez a los ancianos, arroja desprecio sobre los señores y afloja el cinturón de los robustos; revela lo más hondo de la tiniebla y saca a la luz las sombras, levanta pueblos y los arruina, dilata naciones y las destierra, quita el talento a los jefes y los extravía por una inmensidad sin caminos, por donde van a tientas en lóbrega oscuridad, tropezando como borrachos.»
 
R/. Dios posee sabiduría y poder; la perspicacia y la prudencia son suyas. Lo que él destruye nadie lo levanta; si él aprisiona, no hay escapatoria.
V/. Pero él no cambia; ¿quién podrá disuadirlo? Realiza lo que quiere.
R/. Lo que él destruye nadie lo levanta; si él aprisiona, no hay escapatoria.

 

Job apela al juicio de Dios
Jb 13,13-14,6
Respondiendo Job a sus amigos, dijo:
«Guardad silencio, que voy a hablar yo: venga lo que viniere, me lo jugaré todo, llevando en la palma mi vida, y, aunque me mate, lo aguantaré, con tal de defenderme en su presencia; esto sería ya mi salvación, pues el impío no comparece ante él.
Escuchad atentamente mis palabras, prestad oído a mi discurso: he preparado mi defensa y sé que soy inocente. ¿Quiere alguien contender conmigo? Porque callar ahora sería morir.
Asegúrame sólo estas dos cosas, y no me esconderé de tu presencia: que mantendrás lejos de mí tu mano y que no me espantarás con tu terror; después acúsame, y yo te responderé, o hablaré yo, y tú me replicarás: ¿Cuántos son mis pecados y mis culpas?; demuéstrame mis delitos y pecados; ¿por qué te tapas la cara y me tratas como a tu enemigo?, ¿por qué asustas a una hoja que vuela y persigues la paja seca? Apuntas en mi cuenta rebeldías, me imputas las culpas de mi juventud y me metes los pies en cepos, vigilas todos mis pasos y examinas mis huellas.
El hombre, nacido de mujer, corto de días, harto de inquietudes, como flor se abre y se marchita, huye como la sombra sin parar; se consume como una cosa podrida, como vestido roído por la polilla. ¿Y en uno así clavas los ojos y lo llevas a juicio contigo? ¿Quién sacará lo puro de lo impuro? ¡Nadie!
Si sus días están definidos y sabes el número de sus meses, si le has puesto un límite infranqueable, aparta de él tu vista, para que descanse y disfrute de su paga como el jornalero.»
 
R/. No me alejes, Señor, de tu presencia; mantén lejos de mí tu mano y no me espantes con tu terror.
V/. Corrígeme, Señor, con misericordia, no con ira; no vaya a quedar reducido a la nada.
R/. Y no me espantes con tu terror.

 

Jb 19,21-27: Yo sé que está vivo mi Redentor.
Job dijo:
-¡Piedad, piedad de mí, amigos míos,
que me ha herido la mano de Dios!
¿Por qué me perseguís como Dios
y no os hartáis de escarnecerme?
¡Ojalá se escribieran mis palabras,
ojalá se grabaran en cobre;
con cincel de hierro y en plomo
se escribieran para siempre en la roca!
«Yo sé que está vivo mi Vengador
y que al final se alzará sobre el polvo:
después que me arranquen la piel,
ya sin carne, veré a Dios;
yo mismo lo veré, y no otro,
mis propios ojos lo verán».
¡Desfallezco de ansias en mi pecho!

CLAVE DE LECTURA

SANTA MISA POR TODOS LOS CAÍDOS DE LAS GUERRAS

HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO

Cementerio Americano de Nettuno
Jueves, 2 de noviembre de 2017

 

Todos nosotros, hoy, estamos reunidos aquí en esperanza. Cada uno de nosotros, en el propio corazón, puede repetir las palabras de Job que hemos escuchado en la primera Lectura: «Yo sé que mi Defensor está vivo y que él, el último se levantará sobre el polvo». La esperanza de reencontrar a Dios, de reencontrarnos todos nosotros, como hermanos: y esta esperanza no desilusiona. Pablo fue fuerte en aquella expresión de la segunda Lectura: «La esperanza no desilusiona».

Pero la esperanza muchas veces nace y hunde sus raíces en muchas llagas humanas, en muchos dolores humanos y aquel momento de dolor, de aflicción, de sufrimiento nos hace mirar el Cielo y decir: «yo creo que mi Redentor está vivo. Pero párate, Señor». Y esta es la oración que tal vez sale de todos nosotros, cuando miramos este cementerio. «Estoy seguro, Señor, que estos nuestros hermanos están contigo. Estoy seguro», nosotros decimos esto. «Pero, por favor, Señor, párate. No más. No más la guerra. No más esta masacre inútil», como había dicho Benedicto XV. Mejor esperar sin esta destrucción: jóvenes... miles, miles, miles, miles... esperanzas rotas. «No más, Señor». Y esto debemos decirlo hoy, que rezamos por todos los difuntos, pero en este lugar rezamos de modo especial por estos jóvenes; hoy que el mundo de nuevo está en guerra y se prepara para ir más fuertemente a la guerra. «No más, Señor. No más». Con la guerra se pierde todo.

Me viene a la mente esa anciana que mirando las ruinas de Hiroshima, con resignación sapiencial pero mucho dolor, con esa resignación de lamento que saben vivir las mujeres, porque es su carisma, decía: «Los hombres hacen de todo para declarar y hacer una guerra, y al final se destruyen a sí mismos». Esta es la guerra: la destrucción de nosotros mismos. Seguramente esa mujer, esa anciana, allí había perdido hijos y nietos; le habían quedado solo las heridas en el corazón y las lágrimas. Y si hoy es un día de esperanza, hoy es también un día de lágrimas. Lágrimas como esas que sentían y tenían las mujeres cuando llegaba el correo: «Usted, señora, tiene el honor de que su marido ha sido un héroe de la patria; que sus hijos son héroes de la patria». Son lágrimas que hoy la humanidad no debe olvidar. ¡Este orgullo de esta humanidad que no ha aprendido la lección y parece que no quiera aprenderla!

Cuando muchas veces en la historia los hombres piensan en hacer una guerra, están convencido de llevar un mundo nuevo, están convencidos de hacer una «primavera». Y termina en un invierno, feo, cruel, con el reino del terror y la muerte. Hoy rezamos por todos los difuntos, todos, pero de forma especial por estos jóvenes, en un momento en el que muchos mueren en las batallas de cada día y de esta guerra por partes. Rezamos también por los muertos de hoy, los muertos de guerra, también niños, inocentes. Este es el fruto de la guerra: la muerte. Y que el Señor nos dé la gracia de llorar.

Sólo Dios es sabio
Jb 28,1-28
Job dijo:
«Tiene la plata veneros; el oro, un lugar para refinarlo; el hierro se extrae de la tierra; al fundirse la piedra, sale el bronce. El hombre impone fronteras a las tinieblas, explora los últimos rincones, las grutas más lóbregas; perfora galerías inaccesibles, olvidadas del caminante; oscila suspendido, lejos de los hombres.
La tierra que da pan se trastorna con fuego subterráneo; sus piedras son yacimientos de zafiros, sus terrones tienen pepitas de oro. Su sendero no lo conoce el buitre, no lo divisa el ojo del halcón, no lo huellan las fieras arrogantes ni lo pisan los leones. El hombre echa mano al pedernal, descuaja las montañas de raíz; en la roca hiende galerías, atenta la mirada a todo lo precioso, ataja los hontanares de los ríos y saca lo oculto a la luz.
Pero la sabiduría, ¿de dónde se saca?, ¿dónde está el yacimiento de la prudencia? El hombre no sabe su precio, no se encuentra en la tierra de los vivos. Dice el océano: "No está en mí"; responde el mar: "No está conmigo." No se da a cambio de oro ni se le pesa plata como precio, no se paga con oro de Ofir, con ónices preciosos o zafiros, no la igualan el oro ni el vidrio, ni se paga con vasos de oro fino, no cuentan el cristal ni los corales, y adquirirla cuesta más que las perlas; no la iguala el topacio de Etiopía, ni se compara con el oro más puro.
¿De dónde se saca la sabiduría, dónde está el yacimiento de la prudencia? Se oculta a los ojos de las fieras y se
esconde de las aves del cielo. Muerte y abismo confiesan: "De oídas conocemos su fama." Sólo Dios conoce su camino, él conoce su yacimiento, pues él contempla los límites del orbe y ve cuanto hay bajo el cielo. Cuando señaló su peso al viento y definió la medida de las aguas, cuando impuso su ley a la lluvia y su ruta al relámpago y al trueno, entonces la vio y la calculó, la escrutó y la asentó. Y dijo al hombre: "Respetar al Señor es sabiduría, apartarse del mal es prudencia."»
 
R/. Enseñamos una sabiduría divina, misteriosa, escondida, predestinada por Dios antes de los siglos para nuestra gloria.
V/. Vosotros sois en Cristo Jesús, al que Dios ha hecho para nosotros sabiduría.
R/. Predestinada por Dios antes de los siglos para nuestra gloria.

 

Job lamenta su desgracia
Jb 29,1-10; 30,1.9-23
Job volvió a entonar sus versos, diciendo:
¡Quién me diera volver a los viejos días, cuando Dios velaba sobre mí, cuando su lámpara brillaba encima de mi cabeza y a su luz cruzaba las tinieblas! ¡Aquellos días de mi otoño, cuando Dios era un íntimo en mi tienda, el Todopoderoso estaba conmigo y me rodeaban mis hijos! Lavaba mis pies en leche, y la roca me daba ríos de aceite.
Cuando salía a la puerta de la ciudad y tomaba asiento en la plaza, los jóvenes, al verme, se escondían, los ancianos se levantaban y se quedaban en pie, los jefes se abstenían de hablar, tapándose la boca con la mano, enmudecía la voz de los notables y se les pegaba la lengua al paladar.
Ahora, en cambio, se burlan de mí muchachos más jóvenes que yo, a cuyos padres habría rehusado dejar con los perros de mi rebaño. Ahora, en cambio, me sacan coplas, soy el tema de sus burlas, me aborrecen, se distancian de mí y aun se atreven a escupirme a la cara. Dios ha soltado la cuerda de mi arco, y, desenfrenados contra mí, me humillan. A mi derecha se levanta una canalla que prepara el camino a mi exterminio; deshacen mi sendero, trabajan en mi ruina y nadie los detiene; irrumpen por una ancha brecha al asalto, en medio del estruendo.
Se vuelven contra mí los terrores, se disipa como el aire mi dignidad y pasa como nube mi ventura. Ahora desahogaré mi alma: Me amenaza de día la aflicción; la noche me taladra hasta los huesos, pues no duermen las llagas que me roen. Él me agarra con violencia por la ropa, me sujeta por el cuello de la túnica, me arroja en el fango, y me confundo con el barro y la ceniza.
Te pido auxilio, y no me haces caso; espero en ti, y me clavas la mirada. Te has vuelto mi verdugo y me atacas con tu brazo musculoso. Me levantas en vilo, me paseas, y me sacudes en el huracán. Ya sé que me devuelves a la muerte, donde se dan cita todos los vivientes.»
 
R/. La noche me taladra hasta los huesos, pues no duermen las llagas que me roen. Me arroja en el fango, y me confundo con el barro y la ceniza.
V/. Déjame, Señor, que mis días son un soplo.
R/. Me arroja en el fango, y me confundo con el barro y la ceniza.

 

Justicia de Job en su vida pasada
Jb 31,1-8.13-23.35-37
Job dijo:
«Yo hice un pacto con mis ojos de no fijarme en las doncellas. A ver, ¿qué suerte reserva Dios desde el cielo, qué herencia el Todopoderoso desde lo alto? ¿No reserva la desgracia para el criminal y el fracaso para los malhechores? ¿No ve él mis caminos, no me cuenta los pasos? ¿He caminado con los embusteros, han corrido mis pies tras la mentira? Que me pese Dios en balanza sin trampa y comprobará mi honradez. Si aparté mis pasos del camino, siguiendo los caprichos de los ojos, o se me pegó alguna mancha a las manos, ¡que otro coma lo que yo siembre, y que me arranquen mis retoños!
Si denegué su derecho al esclavo o a la esclava cuando pleiteaban conmigo, ¿qué haré cuando Dios se levante, qué responderé cuando me interrogue? El que me hizo a mí en el vientre, ¿no lo hizo a él?, ¿no nos formó uno mismo a los dos?
Si negué al pobre lo que deseaba o dejé consumirse en llanto a la viuda; si comí el pan yo solo sin repartirlo con el huérfano -yo que desde joven lo cuidé como un padre, yo que lo guié desde niño-; si vi al pobre o al vagabundo sin ropa con qué cubrirse, y no me dieron las gracias sus carnes, calientes con el vellón de mis ovejas; si alcé la mano contra el huérfano cuando yo contaba con el apoyo del tribunal, ¡que se me desprenda del hombro la paletilla, que se me despegue el brazo! Me aterra la desgracia que Dios envía, y me anonada su sublimidad.
¡Ojalá hubiera quien me escuchara! ¡Aquí está mi firma!, que responda el Todopoderoso, que mi rival escriba su alegato; lo llevaría al hombro o me lo ceñiría como una diadema. Le daría cuenta de mis pasos y avanzaría hacia él, como un príncipe.»
 
R/. ¿No reserva Dios la desgracia para el criminal y el fracaso para los malhechores? En todo lugar los ojos de Dios están vigilando a malos y buenos.
V/. ¿No ve él mis caminos, no me cuenta los pasos?
R/. En todo lugar los ojos de Dios están vigilando a malos y buenos.

 

Disertación de Elihú sobre el misterio de Dios
Jb 32,1-6; 33,1-22
Los tres hombres no respondieron más a Job, convencidos de que era inocente. Pero Elihú, hijo de Baraquel, del clan de Ram, natural de Buz, se indignó contra Job, porque pretendía justificarse frente a Dios. También se indignó contra los tres compañeros, porque, al no hallar respuesta, habían dejado a Dios por culpable. Elihú había esperado mientras ellos hablaban con Job, porque eran mayores que él; pero, viendo que ninguno de los tres respondía, Elihú, hijo de Baraquel, de Buz, indignado, intervino, diciendo:
«Yo soy joven, y vosotros sois ancianos; por eso, intimidado, no me atrevía a exponeros mi saber. Escucha mis palabras, Job, presta oído a mi discurso: Mira que ya abro la boca y mi lengua forma palabras con el paladar; hablo con un corazón sincero, mis labios expresan un saber acendrado. El soplo de Dios me hizo, el aliento del Todopoderoso me dio vida. Contéstame, si puedes; prepárate, ponte frente a mí. Yo soy obra de Dios, lo mismo que tú; también yo fui modelado en arcilla. No te trastornaré de terror ni me ensañaré contigo.
Tú lo has dicho en mi presencia, y yo te he escuchado: "Yo soy puro, no tengo delito; soy inocente, no tengo culpa; pero él halla pretextos contra mí, y me considera su enemigo, me mete los pies en el cepo y vigila todos mis pasos."
Protesto: en eso no tienes razón, porque Dios es más grande que el hombre. ¿Cómo te atreves a acusarlo de que no contesta a ninguna de tus razones? Dios sabe hablar de un modo o de otro, y uno no lo advierte: En sueños o visiones nocturnas, cuando el letargo cae sobre el hombre que está durmiendo en su cama, entonces le abre el oído y lo aterroriza con sus avisos, para apartarlo de sus malas acciones y protegerlo de la soberbia, para impedirle caer en la fosa y cruzar la frontera de la muerte.
Otras veces lo corrige con la enfermedad, con la agonía incesante de sus miembros, hasta que aborrece la comida y le repugna su manjar favorito; se le consume la carne, hasta que no se le ve, y los huesos, que no se veían, se le descubren; su alma se acerca a la fosa, y su vida a los exterminadores.»
Dios confunde a Job
Jb 38,1-30
El Señor habló a Job desde la tormenta:
«¿Quién es ese que denigra mis designios con palabras sin sentido? Si eres hombre, cíñete los lomos; voy a interrogarte, y tú responderás.
¿Dónde estabas cuando cimenté la tierra? Dímelo, si es que sabes tanto. ¿Quién señaló sus dimensiones -si lo sabes- o quién le aplicó la cinta de medir? ¿Dónde encaja su basamento o quién asentó su piedra angular entre la aclamación unánime de los astros de la mañana y los vítores de los ángeles? ¿Quién cerró el mar con una puerta, cuando salía impetuoso del seno materno, cuando le puse nubes por mantillas y nieblas por pañales, cuando le impuse un límite con puertas y cerrojos, y le dije: "Hasta aquí llegarás y no pasarás; aquí se romperá la arrogancia de tus olas"?
¿Has mandado en tu vida a la mañana o has señalado su puesto a la aurora, para que agarre la tierra por los bordes y sacuda de ella a los malvados, para que la transforme como arcilla bajo el sello y la tiña como la ropa; para que les niegue la luz a los malvados y se quiebre el brazo sublevado? ¿Has entrado por los hontanares del mar o paseado por la hondura del océano? ¿Te han enseñado las puertas de la muerte o has visto los portales de las sombras? ¿Has examinado la anchura de la tierra? Cuéntamelo, si lo sabes todo. ¿Por dónde se va a la casa de la luz y dónde viven las tinieblas? ¿Podrías conducirlas a su país o enseñarles el camino de casa? Lo sabrás, pues ya habías nacido entonces y has cumplido tantísimos años.
¿Has entrado en los depósitos de la nieve, has observado los graneros del granizo, que reservo para la hora del peligro, para el día de la guerra y del combate? ¿Por dónde se divide el relámpago, por dónde se difunde el viento del este? ¿Quién ha abierto un canal para el aguacero y una ruta al relámpago y al trueno, para que llueva en las tierras despobladas, en la estepa que no habita el hombre, para que se sacie el desierto desolado y brote hierba en el páramo? ¿Tiene padre la lluvia?, ¿quién engendra las gotas del rocío?, ¿de qué senos salen los hielos?, ¿quién engendra la escarcha del cielo, para que se endurezca el agua como piedra y se cierre la superficie del lago?»
Job se somete a la majestad divina
Jb 40,1-14; 42,1-6
El Señor habló a Job:
«¿Quiere el censor discutir con el Todopoderoso? El que critica a Dios, que responda.»
Job respondió al Señor:
«Me siento pequeño, ¿qué replicaré? Me taparé la boca con la mano; he hablado una vez, y no insistiré, dos veces, y no añadiré nada.»
El Señor replicó a Job desde la tormenta:
«Si eres hombre, cíñete los lomos; voy a interrogarte, y tú responderás: ¿Te atreves a violar mi derecho o a condenarme, para salir tú absuelto? Si tienes un brazo como el de Dios, y tu voz atruena como la suya, vístete de gloria y majestad, cúbrete de fasto y esplendor, derrama la avenida de tu cólera y abate con una mirada al soberbio, humilla con una mirada al arrogante y aplasta a los malvados; entiérralos juntos en el polvo y encadénalos en la tumba. Entonces yo también te alabaré: "Tu diestra te ha dado la victoria."»
Job respondió al Señor:
«Reconozco que lo puedes todo, y ningún plan es irrealizable para ti, yo, el que te empaño tus designios con palabras sin sentido; hablé de grandezas que no entendía, de maravillas que superan mi comprensión. Escúchame, que voy a hablar, yo te interrogaré, y tú responderás. Te conocía sólo de oídas, ahora te han visto mis ojos; por eso, me retracto y me arrepiento, echándome polvo y ceniza.»
Dios rehabilita a Job ante sus adversarios
Jb 42,7-17
Cuando el Señor terminó de decir esto a Job, se dirigió a Elifaz de Temán:
«Estoy irritado contra ti y tus dos compañeros, porque no habéis hablado rectamente de mí, como lo ha hecho mi siervo Job. Por tanto, tomad siete novillos y siete carneros, dirigíos a mi siervo Job, ofrecedlos en holocausto, y él intercederá por vosotros; yo haré caso a Job, y no os trataré como merece vuestra temeridad, por no haber hablado rectamente de mí, como lo ha hecho mi siervo Job.»
Fueron Elifaz de Temán, Bildad de Suj y Sofar de Naamat, hicieron lo que mandaba el Señor, y el Señor mostró su favor a Job.
Cuando Job intercedió por sus compañeros, el Señor cambió su suerte y duplicó todas sus posesiones. Vinieron a visitarle sus hermanos y hermanas y los antiguos conocidos, comieron con él en su casa, le dieron el pésame y lo consolaron de la desgracia que el Señor le había enviado; cada uno le regaló una suma de dinero y un anillo de oro.
El Señor bendijo a Job al final de su vida más aún que al principio; sus posesiones fueron catorce mil ovejas, seis mil camellos, mil yuntas de bueyes y mil borricas. Tuvo siete hijos y tres hijas: la primera se llamaba Paloma, la segunda Acacia, la tercera Azabache. No había en todo el país mujeres más bellas que las hijas de Job. Su padre les repartió heredades como a sus hermanos.
Después Job vivió cuarenta años, y conoció a sus hijos y a sus nietos y a sus biznietos. Y Job murió anciano y satisfecho.