Amós

Contra Israel (2, 6-16)

6Esto es lo que dice el Señor: Son tantos los delitos de Israel que no los dejaré sin castigo. Venden al inocente por dinero, al pobre por un par de sandalias;

7aplastan contra el polvo al desvalido y no imparten justicia al indefenso; padre e hijo acuden a la misma joven, profanando así mi santo nombre.

8Se tienden junto a cualquier altar sobre ropas tomadas en prenda, y beben en el templo de su dios vino comprado con multas injustas.

9Yo exterminé ante ellos al amorreo, alto como los cedros y fuerte como las encinas; extirpé sus raíces y malogré sus frutos.

10A vosotros, en cambio, os saqué de Egipto y os conduje cuarenta años por el desierto hasta conquistar el país de los amorreos.

11Suscité profetas entre vuestros hijos y nazareos entre vuestros jóvenes. ¿No es así, israelitas? -oráculo del Señor-.

12Pero obligasteis a beber vino a los nazareos y no dejasteis profetizar a los profetas.

13Pues bien, yo haré que el suelo se os hunda como se hunde bajo un carro cargado de mies.

14Ni el más ligero podrá huir, ni al más fuerte le valdrán sus fuerzas, ni el más valiente salvará su vida;

15el arquero no conseguirá resistir, el ágil de piernas no escapará; el que monta a caballo no se salvará;

16y hasta el valiente más intrépido tendrá que huir desnudo aquel día, -oráculo del Señor-.

Clave de lectura a la luz de la doctrina social de la Iglesia: pobreza y riqueza

En el Antiguo Testamento se  encuentra una doble postura frente a los bienes económicos y la riqueza. Por un  lado, de aprecio a la disponibilidad de bienes materiales considerados  necesarios para la vida: en ocasiones, la abundancia  -pero no la riqueza o el lujo- es vista como una bendición de Dios. En la  literatura sapiencial, la pobreza se describe como una consecuencia negativa del  ocio y de la falta de laboriosidad (cf. Pr 10,4), pero también como un  hecho natural (cf. Pr 22,2). Por otro lado, los bienes económicos y la  riqueza no son condenados en sí mismos, sino por su mal uso. La tradición  profética estigmatiza las estafas, la usura, la explotación, las injusticias  evidentes, especialmente con respecto a los más pobres (cf. Is 58,3-11; Jr 7,4-7; Os 4,1-2; Am 2,6-7; Mi 2,1-2). Esta  tradición, si bien considera un mal la pobreza de los oprimidos, de los débiles,  de los indigentes, ve también en ella un símbolo de la situación del hombre  delante de Dios; de Él proviene todo bien como un don que hay que administrar y  compartir (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 323).

Contra los explotadores (8, 4-8)

4Escuchad esto, los que aplastáis al pobre y queréis eliminar a la gente humilde del país

5diciendo: "¿Cuándo pasará la fiesta del novilunio para que podamos vender el cereal, y el sábado para dar salida al trigo? Usaremos medidas trucadas, aumentaremos el peso del siclo y falsearemos las balanzas.

6Compraremos al indigente por dinero y al pobre a cambio de un par de sandalias; incluso haremos negocio con el salvado del trigo".

7Pues bien, el Señor ha jurado por el honor de Jacob que nunca se olvidará de esas acciones.

 

8¿No se va a estremecer la tierra a la vista de todo esto? ¿No harán sus habitantes duelo? Toda ella crecerá como el Nilo, crecerá y decrecerá como el río de Egipto.

Clave de lectura a la luz de la doctrina social de la Iglesia: el señorío de Dios

El pueblo de Israel, en la  fase inicial de su historia, no tiene rey, como los otros pueblos, porque  reconoce solamente el señorío de Yahvéh. Dios interviene en la historia a través  de hombres carismáticos,  como atestigua el Libro de  los Jueces. Al último de estos hombres, Samuel, juez y profeta, el pueblo le  pedirá un rey (cf. 1 S 8,5; 10,18-19). Samuel advierte a los israelitas  las consecuencias de un ejercicio despótico de la realeza (cf. 1 S 8,11-18). El poder real, sin embargo, también se puede experimentar como un don  de Yahvéh que viene en auxilio de su pueblo (cf. 1 S 9,16). Al final,  Saúl recibirá la unción real (cf. 1 S 10,1-2). El acontecimiento subraya  las tensiones que llevaron a Israel a una concepción de la realeza diferente de  la de los pueblos vecinos: el rey, elegido por Yahvéh (cf. Dt 17,15; 1  S 9,16) y por él consagrado (cf. 1 S 16,12-13), será visto como su  hijo (cf. Sal 2,7) y deberá hacer visible su señorío y su diseño de  salvación (cf. Sal 72). Deberá, por tanto, hacerse defensor de los  débiles y asegurar al pueblo la justicia: las denuncias de los profetas se  dirigirán precisamente a los extravíos de los reyes (cf. 1R 21; Is 10, 1-4; Am 2,6-8; 8,4-8; Mi 3,1-4) (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 377).