II Pedro

El Señor cumplirá la promesa de su venida (3, 1-13)

1Esta es ya, queridos, la segunda carta que os escribo. En ambas pretendo despertar mediante recuerdos vuestra sincera conciencia,

2para que rememoréis el mensaje anunciado en otro tiempo por los santos profetas, y el mandamiento del Señor y Salvador que os transmitieron vuestros apóstoles.

3Sabed ante todo, que en los últimos días harán acto de presencia charlatanes que vivirán a su antojo y andarán diciendo en son de burla:

4"¿Qué hay de la promesa de su gloriosa venida? Porque ya han muerto nuestros mayores y todo sigue como al principio de la creación".

5Quienes así se pronuncian, olvidan que antaño existieron unos cielos y una tierra, a la que Dios, con su palabra, hizo surgir del agua y consolidó en medio del agua.

6Aquel mundo pereció anegado por las aguas.

7En cuanto a los cielos y la tierra actuales, la misma palabra divina los tiene reservados para el fuego, conservándolos hasta el día del juicio y de la destrucción de los impíos.

8De cualquier modo, queridos, no debéis olvidar que, para el Señor, un día es como mil años, y mil años como un día.

9No es que el Señor se retrase en cumplir lo prometido, como algunos piensan; es que tiene paciencia con vosotros y no quiere que nadie se pierda, sino que todos se conviertan.

10Pero el día del Señor vendrá como un ladrón. Entonces los cielos se derrumbarán con estrépito, los elementos del mundo quedarán pulverizados por el fuego y desaparecerá la tierra con cuanto hay en ella.

11Si, pues, todo esto ha de ser aniquilado, ¡qué vida tan entregada a Dios y tan fiel debe ser la vuestra,

12mientras esperáis y aceleráis la venida del día de Dios! Ese día, en que los cielos arderán y se desintegrarán y en que los elementos del mundo se derretirán consumidos por el fuego.

13Nosotros, sin embargo, confiados en la promesa de Dios, esperamos unos cielos nuevos y una tierra nueva que sean morada de rectitud.

Clave de lectura a la luz de la doctrina social de la Iglesia: hacia una sociedad reconciliada en la justicia y el amor

La finalidad de la doctrina  social es de orden religioso y moral. Religioso, porque la misión evangelizadora y salvífica de la Iglesia  alcanza al hombre « en la plena verdad de su existencia, de su ser personal y a  la vez de su ser comunitario y social ». Moral, porque la  Iglesia mira hacia un « humanismo pleno », es decir, a la «  liberación de todo lo que oprime al hombre » y al « desarrollo  integral de todo el hombre y de todos los hombres ». La doctrina  social traza los caminos que hay que recorrer para edificar una sociedad  reconciliada y armonizada en la justicia y en el amor, que anticipa en la  historia, de modo incipiente y prefigurado, los « nuevos cielos y nueva tierra,  en los que habite la justicia » (2 P 3,13) (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 82).