Efesios

Elegidos y bendecidos en Cristo (1, 3-14)

3Alabemos a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que por medio de Cristo nos ha bendecido con toda suerte de bienes espirituales y celestiales.

4Él nos ha elegido en la persona de Cristo antes de crear el mundo, para que nos mantengamos sin mancha ante sus ojos, como corresponde a consagrados a él. Amorosamente

5nos ha destinado de antemano, y por pura iniciativa de su benevolencia, a ser adoptados como hijos suyos mediante Jesucristo.

6De este modo, la bondad tan generosamente derramada sobre nosotros por medio de su Hijo querido, se convierte en himno de alabanza a su gloria.

7Con la muerte de su Hijo, y en virtud de la riqueza de su bondad, Dios nos libera y nos perdona los pecados.

8¡Qué derroche de gracia sobre nosotros, al llenarnos de sabiduría e inteligencia

9y darnos a conocer sus designios más secretos! Los designios que benévolamente había decidido realizar por medio de Cristo,

10llevando la historia a su punto culminante y haciendo que todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, recuperen en Cristo su unidad.

11El mismo Cristo en quien también nosotros participamos de la herencia a la que hemos sido destinados de antemano según el designio del Dios que todo lo hace de acuerdo con los planes de su libre decisión.

12Así, nosotros, los que habíamos puesto nuestra esperanza en el Mesías, nos convertiremos en himno de alabanza a su gloria.

13Y también vosotros, los que habéis escuchado el mensaje de la verdad, la buena noticia de vuestra salvación, al creer en Cristo habéis sido sellados con el Espíritu Santo prometido,

14que es garantía de nuestra herencia, en orden a la liberación del pueblo adquirido por Dios, para convertirse en himno de alabanza a su gloria.

Clave de lectura a la luz de la doctrina social de la Iglesia: doctrina social e inculturación de la fe

La  Iglesia, con su doctrina social, ofrece sobre todo una visión integral y una  plena comprensión del hombre, en su dimensión personal y social. La  antropología cristiana, manifestando la dignidad inviolable de la persona,  introduce las realidades del trabajo, de la economía y de la política en una  perspectiva original, que ilumina los auténticos valores humanos e inspira y  sostiene el compromiso del testimonio cristiano en los múltiples ámbitos de la  vida personal, cultural y social. Gracias a las « primicias del  Espíritu » (Rm 8,23), el cristiano es capaz de « cumplir la ley nueva del  amor (cf. Rm 8,1-11). Por medio de este Espíritu, que es prenda de la  herencia (Ef 1,14), se restaura internamente todo el hombre hasta que  llegue la redención del cuerpo (Rm 8,23) ». En este  sentido, la doctrina social subraya cómo el fundamento de la moralidad de toda  actuación social consiste en el desarrollo humano de la persona e individúa la  norma de la acción social en su correspondencia con el verdadero bien de la  humanidad y en el compromiso tendiente a crear condiciones que permitan a cada  hombre realizar su vocación integral (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 522).

Supremacía de Cristo (1, 15-23)

15Por eso yo, al tener noticias de vuestra fe en Jesús, el Señor, y del amor que dispensáis a los creyentes,

16os recuerdo en mis oraciones y no me canso de dar gracias a Dios por vosotros.

17Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre a quien pertenece la gloria, os otorgue un espíritu de sabiduría y de revelación que os lo haga conocer.

18Que llene de luz los ojos de vuestro corazón para que conozcáis cuál es la esperanza a la que os llama, qué inmensa es la gloria que ofrece en herencia a su pueblo

19y qué formidable la potencia que despliega en favor de nosotros los creyentes, manifestada en la eficacia de su fuerza poderosa.

20Es el poder que Dios desplegó en Cristo al resucitarlo triunfante de la muerte y sentarlo en el cielo junto a sí,

21por encima de todo principado, potestad, autoridad y dominio, y por encima de cualquier otro título que se precie de tal, no sólo en este mundo presente, sino también en el futuro.

22Todo lo ha puesto Dios bajo el dominio de Cristo, constituyéndolo cabeza suprema de la Iglesia

23que es el cuerpo de Cristo, y, como tal, plenitud del que llena totalmente el universo.

Clave de lectura a la luz de la doctrina social de la Iglesia: pobreza y riqueza

La fe en Jesucristo permite  una comprensión correcta del desarrollo social, en el contexto de un humanismo  integral y solidario.  Para ello resulta muy útil la  contribución de la reflexión teológica ofrecida por el Magisterio social: « La fe en Cristo redentor, mientras ilumina interiormente la naturaleza del  desarrollo, guía también en la tarea de colaboración. En la carta de san Pablo a  los Colosenses leemos que Cristo es "el primogénito de toda la creación" y que  "todo fue creado por él y para él" (1,15-16). En efecto, "todo tiene en él su  consistencia" porque "Dios tuvo a bien hacer residir en él toda la plenitud y  reconciliar por él y para él todas la cosas" (ibíd., 1,20). En este plan  divino, que comienza desde la eternidad en Cristo, "Imagen" perfecta del Padre,  y culmina en él, "Primogénito de entre los muertos" (ibíd., 1,15.18), se inserta nuestra historia, marcada por nuestro esfuerzo personal y  colectivo por elevar la condición humana, vencer los obstáculos que surgen  siempre en nuestro camino, disponiéndonos así a participar en la plenitud que  "reside en el Señor" y que él comunica "a su cuerpo, la Iglesia" (ibíd.,  1,18; cf. Ef 1,22-23), mientras el pecado, que siempre nos acecha y  compromete nuestras realizaciones humanas, es vencido y rescatado por la  "reconciliación" obrada por Cristo (cf. Col 1,20) » (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 327).

De la muerte a la vida (2, 1-10)

1Tiempo hubo en que vuestras culpas y pecados os mantenían en estado de muerte.

2Era el tiempo en que seguíais los torcidos caminos de este mundo y las directrices del que está al frente de las fuerzas invisibles del mal, de ese espíritu que al presente actúa con eficacia entre quienes se hallan en rebeldía contra Dios.

3Así vivíamos también todos nosotros en el pasado: sometidos a nuestras desordenadas apetencias humanas, obedientes a esos desordenados impulsos del instinto y de la imaginación, y destinados por nuestra condición a experimentar, como los demás, la ira de Dios.

4Pero la piedad de Dios es grande, e inmenso su amor hacia nosotros.

5Por eso, aunque estábamos muertos en razón de nuestras culpas, nos hizo revivir junto con Cristo -¡la salvación es pura generosidad de Dios!-,

6nos resucitó y nos sentó con Cristo Jesús en el cielo.

7Desplegó así, ante los siglos venideros, toda la impresionante riqueza de su gracia, hecha bondad para nosotros en Cristo Jesús.

8En efecto, habéis sido salvados gratuitamente mediante la fe. Y eso no es algo que provenga de vosotros; es un don de Dios.

9No es, pues, cuestión de obras humanas, para que nadie pueda presumir.

10Lo que somos, a Dios se lo debemos. Él nos ha creado por medio de Cristo Jesús, para que hagamos el bien que Dios mismo nos señaló de antemano como norma de conducta.

Clave de lectura a la luz de la doctrina social de la Iglesia: cultivar y custodiar la tierra

El culmen de la enseñanza  bíblica sobre el trabajo es el mandamiento del descanso sabático.  El descanso abre al hombre, sujeto a la necesidad del trabajo, la perspectiva de  una libertad más plena, la del Sábado eterno (cf. Hb 4,9-10). El descanso  permite a los hombres recordar y revivir las obras de Dios, desde la Creación  hasta la Redención, reconocerse a sí mismos como obra suya (cf. Ef 2,10),  y dar gracias por su vida y su subsistencia a Él, que de ellas es el Autor.

La memoria y la experiencia del sábado constituyen un baluarte  contra el sometimiento humano al trabajo, voluntario o impuesto, y contra  cualquier forma de explotación, oculta o manifiesta.  El descanso sabático, en efecto, además de permitir la participación en el culto  a Dios, ha sido instituido en defensa del pobre; su función es también  liberadora de las degeneraciones antisociales del trabajo humano. Este descanso,  que puede durar incluso un año, comporta una expropiación de los frutos de la  tierra a favor de los pobres y la suspensión de los derechos de propiedad de los  dueños del suelo: « Seis años sembrarás tu tierra y recogerás su producto; al  séptimo la dejarás descansar y en barbecho, para que coman los pobres de tu  pueblo, y lo que quede lo comerán los animales del campo. Harás lo mismo con tu  viña y tu olivar » (Ex 23,10-11). Esta costumbre responde a una profunda  intuición: la acumulación de bienes en manos de algunos se puede convertir en  una privación de bienes para otros (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 258).

Paz y unidad en Cristo (2, 11-22)

11Recordad, pues, que vosotros, paganos en otro tiempo por nacimiento y considerados incircuncisos por los llamados circuncisos -esos que llevan en su cuerpo una marca hecha por manos humanas-

12estabais en el pasado privados de Cristo, sin derecho a la ciudadanía de Israel, ajenos a las alianzas portadoras de la promesa, sin esperanza y sin Dios en medio del mundo.

13Ahora, en cambio, injertados en Cristo Jesús y gracias a su muerte, ya no estáis lejos como antes, sino cerca.

14Cristo es nuestra paz. Él ha hecho de ambos pueblos uno solo; él ha derribado el muro de odio que los separaba;

15él ha puesto fin en su propio cuerpo a la ley mosaica, con sus preceptos y sus normas, y ha creado en su propia persona con los dos pueblos una nueva humanidad, estableciendo la paz.

16Él ha reconciliado con Dios a ambos pueblos por medio de la cruz, los ha unido en un solo cuerpo y ha destruido así su enemistad.

17Él ha venido a traer la noticia de la paz: paz para vosotros, los que estabais lejos, y paz también para los que estaban cerca.

18Unos y otros, gracias a él y unidos en un solo Espíritu, tenemos abierto el camino que conduce al Padre.

19Ya no sois, por tanto, extranjeros o advenedizos. Sois conciudadanos de un pueblo consagrado, sois familia de Dios,

20sois piedras de un edificio construido sobre el cimiento de los apóstoles y los profetas. Y Cristo Jesús es la piedra angular

21en la que todo el edificio queda ensamblado y va creciendo hasta convertirse en templo consagrado al Señor,

22en el que también vosotros os vais integrando hasta llegar a ser, por medio del Espíritu, casa en la que habita Dios.

Clave de lectura a la luz de la doctrina social de la Iglesia: promoción de la paz

La promesa de paz, que recorre  todo el Antiguo Testamento, halla su cumplimiento en la Persona de Jesús.  La paz es el bien mesiánico por excelencia, que engloba todos los demás bienes  salvíficos. La palabra hebrea « shalom », en el sentido etimológico de « entereza », expresa el concepto de « paz » en la plenitud de su  significado (cf. Is 9,5s.; Mi 5,1-4). El reino del Mesías es  precisamente el reino de la paz (cf. Jb 25,2; Sal 29,11; 37,11;  72,3.7; 85,9.11; 119,165; 125,5; 128,6; 147,14; Ct 8,10; Is 26,3.12; 32,17s; 52,7; 54,10; 57,19; 60,17; 66,12; Ag 2,9; Zc 9,10 et alibi). Jesús « es nuestra paz » (Ef 2,14), Él ha derribado el  muro de la enemistad entre los hombres, reconciliándoles con Dios (cf. Ef 2,14-16). De este modo, San Pablo, con eficaz sencillez, indica la razón  fundamental que impulsa a los cristianos hacia una vida y una misión de paz.

La  vigilia de su muerte, Jesús habla de su relación de amor con el Padre y de la  fuerza unificadora que este amor irradia sobre sus discípulos; es un discurso de  despedida que muestra el sentido profundo de su vida y que puede considerarse  una síntesis de toda su enseñanza. El don de la paz sella su testamento  espiritual: « Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo »  (Jn 14,27). Las palabras del Resucitado no suenan diferentes; cada vez  que se encuentra con sus discípulos, estos reciben de Él su saludo y el don de  la paz: « La paz con vosotros » (Lc 24,36; Jn 20,19.21.26) (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 491).

Apóstol de los paganos (3, 1-13)

1Por todo lo cual, yo, Pablo, prisionero de Cristo Jesús por amor a vosotros, los de origen pagano.

2Sin duda estáis enterados de la misión que Dios, en su benevolencia, ha tenido a bien confiarme con respecto a vosotros.

3Fue una revelación de Dios la que me dio a conocer el plan secreto del que os he escrito más arriba brevemente.

4Leyéndolo podréis comprobar cuál es mi conocimiento de ese plan secreto realizado en Cristo.

5Se trata del plan que Dios tuvo escondido para las generaciones pasadas, y que ahora, en cambio, ha dado a conocer, por medio del Espíritu, a sus santos apóstoles y profetas.

6Un plan que consiste en que los paganos comparten la misma herencia, son miembros del mismo cuerpo y participan de la misma promesa que ha hecho Cristo Jesús por medio de su mensaje evangélico,

7del que la gracia y la fuerza poderosa de Dios me han constituido servidor.

8A mí, que soy el más insignificante de todos los creyentes, se me ha concedido este privilegio: anunciar a los paganos la incalculable riqueza de Cristo

9y mostrar a todos cómo va cumpliéndose el plan secreto, que desde el principio de los siglos se hallaba escondido en Dios, creador de todas las cosas.

10Así, por medio de la Iglesia, los principados y potestades de los cielos tienen ahora conocimiento de la multiforme sabiduría divina,

11según el proyecto que desde la eternidad quiso Dios realizar en Cristo Jesús, Señor nuestro;

12gracias a él y mediante la fe, podemos acercarnos a Dios libre y confiadamente.

13No os sintáis, pues, acongojados, si me veís sufrir por vosotros; consideradlo, más bien, como motivo de gloria.

Clave de lectura a la luz de la doctrina social de la Iglesia: Jesús, hombre del trabajo

La actividad humana de  enriquecimiento y de transformación del universo puede y debe manifestar las  perfecciones escondidas en él, que tienen en el Verbo increado su principio y su  modelo. Los escritos paulinos y joánicos destacan la  dimensión trinitaria de la creación y, en particular, la unión entre el  Hijo-Verbo, el « Logos », y la creación (cf. Jn 1,3; 1 Co 8,6; Col 1,15-17). Creado en Él y por medio de Él, redimido por Él, el  universo no es una masa casual, sino un « cosmos », cuyo orden el  hombre debe descubrir, secundar y llevar a cumplimiento. « En Jesucristo, el  mundo visible, creado por Dios para el hombre -el mundo que, entrando el pecado,  está sujeto a la vanidad (Rm 8,20; cf. ibíd., 8,19-22)- adquiere  nuevamente el vínculo original con la misma fuente divina de la Sabiduría y del  Amor ». De esta manera, es decir, esclareciendo en progresión  ascendente, « la inescrutable riqueza de Cristo » (Ef 3,8) en la  creación, el trabajo humano se transforma en un servicio a la grandeza de Dios (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 262).

Súplica al Padre (3, 14-21)

14Por todo lo cual me pongo de rodillas ante el Padre,

15origen de toda paternidad tanto en el cielo como en la tierra,

16y le pido que, conforme a la riqueza de su gloria, su Espíritu os llene de fuerza y energía hasta lo más íntimo de vuestro ser.

17Que Cristo habite, por medio de la fe, en el centro de vuestra vida y que el amor os sirva de cimiento y de raíz.

18Seréis así capaces de entender, en unión con todos los creyentes, cuán largo y ancho, cuán alto y profundo

19es el amor de Cristo; un amor que desborda toda ciencia humana y os colma de la plenitud misma de Dios.

20A Dios que, desplegando su poder sobre nosotros, es capaz de realizar todas las cosas incomparablemente mejor de cuanto pensamos o pedimos,

21a él la gloria en Cristo y en la Iglesia, de edad en edad y por generaciones sin término. Amén.

Clave de lectura a la luz de la doctrina social de la Iglesia: universalidad de la salvación

La realidad nueva que  Jesucristo ofrece no se injerta en la naturaleza humana, no se le añade desde  fuera; por el contrario, es aquella realidad de comunión con el Dios trinitario  hacia la que los hombres están desde siempre orientados en lo profundo de su  ser, gracias a su semejanza creatural con Dios; pero  se trata también de una realidad que los hombres no pueden alcanzar con sus  solas fuerzas. Mediante el Espíritu de Jesucristo, Hijo de Dios encarnado, en el  cual esta realidad de comunión ha sido ya realizada de manera singular, los  hombres son acogidos como hijos de Dios (cf. Rm 8,14-17; Ga 4,4-7). Por medio de Cristo, participamos de la naturaleza Dios, que nos dona  infinitamente más « de lo que podemos pedir o pensar » (Ef 3,20). Lo que  los hombres ya han recibido no es sino una prueba o una « prenda » (2 Co 1,22; Ef 1,14) de lo que obtendrán completamente sólo en la presencia de  Dios, visto « cara a cara » (1 Co 13,12), es decir, una prenda de la vida  eterna: « Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero,  y a tu enviado, Jesucristo » (Jn 17,3) (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 122).

Exigencias de la vida nueva (4, 25-32)

25Así que desterrad la mentira y que cada uno sea sincero con su prójimo ya que somos miembros los unos de los otros.

26Si alguna vez os enojáis, que vuestro enojo no llegue hasta el punto de pecar, ni que os dure más allá de la puesta del sol.

27Y no deis al diablo oportunidad alguna.

28Si alguno robaba, no robe más, sino que se esfuerce trabajando honradamente con sus propias manos para que pueda ayudar al que está necesitado.

29No empleéis palabras groseras; usad un lenguaje útil, constructivo y oportuno, capaz de hacer el bien a los que os escuchan.

30No causéis tristeza al Espíritu Santo de Dios, que es en vosotros como un sello que os distinguirá en el día de la liberación.

31Nada de acritud, rencor, ira, voces destempladas, injurias o cualquier otra suerte de maldad; desterrad todo eso.

32Sed, en cambio, bondadosos y compasivos los unos con los otros, perdonándoos mutuamente como Dios os ha perdonado por medio de Cristo.

Clave de lectura a la luz de la doctrina social de la Iglesia: deber de trabajar

La conciencia de la  transitoriedad de la « escena de este mundo » (cf. 1 Co 7,31) no exime de ninguna tarea histórica, mucho menos del trabajo (cf. 2 Ts 3,7-15), que es parte integrante de la condición humana,  sin ser la única razón de la vida. Ningún cristiano, por el hecho de  pertenecer a una comunidad solidaria y fraterna, debe sentirse con derecho a no  trabajar y vivir a expensas de los demás (cf. 2 Ts 3,6-12). Al contrario,  el apóstol Pablo exhorta a todos a ambicionar « vivir en tranquilidad » con el trabajo de las propias manos, para que « no necesitéis de nadie » (1 Ts 4,11-12), y a practicar una solidaridad, incluso material, que comparta los  frutos del trabajo con quien « se halle en necesidad » (Ef 4,28).  Santiago defiende los derechos conculcados de los trabajadores: « Mirad; el  salario que no habéis pagado a los obreros que segaron vuestros campos está  gritando; y los gritos de los segadores han llegado a los oídos del Señor de los  ejércitos » (St 5,4). Los creyentes deben vivir el trabajo al estilo de  Cristo, convirtiéndolo en ocasión para dar un testimonio cristiano « ante los de  fuera » (1 Ts 4,12) (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 264).

Hijos de la luz (5, 6-20)

6Que nadie os engañe con palabras falaces. Estas son precisamente las cosas que encienden la ira de Dios sobre quienes se niegan a obedecerle.

7¿Queréis también vosotros ser cómplices suyos?

8En otro tiempo erais tinieblas, pero ahora sois luz al estar unidos al Señor. Portaos como hijos de la luz,

9cuyos frutos son la bondad, la rectitud y la verdad.

10Haced lo que agrada al Señor

11y no toméis parte en las estériles acciones de quienes pertenecen al mundo de las tinieblas; desenmascarad, más bien, esas acciones,

12pues hasta vergüenza da decir lo que esos tales hacen a escondidas.

13Pero todo cuanto ha sido desenmascarado por la luz, queda al descubierto;

14y lo que queda al descubierto, se convierte, a su vez, en luz. Por eso se dice:


"Despierta tú que estás dormido, levántate de la muerte, y te iluminará Cristo".


15Estad, pues, muy atentos a la manera que tenéis de comportaros, no como necios, sino como inteligentes.

16Y aprovechad cualquier oportunidad, pues corren tiempos malos.

17Así que no seáis irreflexivos; al contrario, tratad de descubrir cuál es la voluntad de Dios.

18Y no os emborrachéis, pues el vino conduce al libertinaje; llenaos, más bien, del Espíritu,

19y recitad entre vosotros salmos, himnos y cánticos inspirados. Cantad y tocad para el Señor desde lo hondo del corazón,

20dando gracias siempre y por todo a Dios Padre en el nombre de nuestro Señor Jesucristo.

Clave de lectura a la luz de la doctrina social de la Iglesia: la esperanza cristiana

La esperanza cristiana  confiere una fuerte determinación al compromiso en campo social, infundiendo  confianza en la posibilidad de construir un mundo mejor, sabiendo bien que no  puede existir un « paraíso perdurable aquí en la tierra ». Los cristianos, especialmente los fieles laicos, deben comportarse de tal modo  que « la virtud del Evangelio brille en la vida diaria, familiar y social.  Se manifiestan como hijos de la promesa en la medida en que, fuertes en  la fe y en la esperanza, aprovechan el tiempo presente (cf. Ef 5,16; Col 4,5) y esperan con paciencia la gloria futura (cf. Rm 8,25). Pero no escondan esta esperanza en el interior de su alma, antes  bien manifiéstenla, incluso a través de las estructuras de la vida secular, en  una constante renovación y en un forcejeo con los dominadores de este  mundo tenebroso, contra los espíritus malignos (Ef 6,12) ». Las motivaciones religiosas de este compromiso pueden no ser compartidas, pero  las convicciones morales que se derivan de ellas constituyen un punto de  encuentro entre los cristianos y todos los hombres de buena voluntad (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 579).

Relaciones familiares (5, 21-33)

21Guardaos mutuamente respeto en atención a Cristo.

22Que las mujeres respeten a sus maridos, como si se tratara del Señor.

23Porque el marido es cabeza de la mujer, como Cristo es cabeza y salvador del cuerpo, que es la Iglesia.

24Si, pues, la Iglesia es dócil a Cristo, séanlo también, y sin reserva alguna, las mujeres a sus maridos.

25Vosotros, los maridos, amad a vuestras mujeres, como Cristo amó a la Iglesia. Por ella entregó su vida

26a fin de consagrarla a Dios, purificándola por medio del agua y la palabra.

27Se preparó así una Iglesia radiante, sin mancha, ni arruga, ni nada semejante; una Iglesia santa e inmaculada.

28Este es el modelo según el cual los maridos deben amar a sus mujeres, como cuerpos suyos que son. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama.

29Pues nadie ha odiado jamás a su propio cuerpo; todo lo contrario, lo cuida y alimenta. Es lo que hace Cristo con su Iglesia,

30que es su cuerpo, del cual todos nosotros somos miembros.

31  Por esta razón -dice la Escritura- dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y ambos llegarán a ser como una sola persona. 

32Es grande la verdad aquí encerrada, y yo la pongo en relación con Cristo y con la Iglesia.

33En resumen, que cada uno de vosotros ame a su mujer como a sí mismo, y que la mujer sea respetuosa con su marido.

Clave de lectura a la luz de la doctrina social de la Iglesia: la persona humana, imagen de Dios

El hombre y la mujer tienen la  misma dignidad y son de igual valor, no sólo porque ambos, en su diversidad, son imagen de Dios, sino, más  profundamente aún, porque el dinamismo de reciprocidad que anima el « nosotros »  de la pareja humana es imagen de Dios. En la relación de  comunión recíproca, el hombre y la mujer se realizan profundamente a sí mismos  reencontrándose como personas a través del don sincero de sí mismos. Su pacto de unión es presentado en la Sagrada Escritura como una imagen del  Pacto de Dios con los hombres (cf. Os 1-3; Is 54; Ef 5,21-  33) y, al mismo tiempo, como un servicio a la vida. La pareja  humana puede participar, en efecto, de la creatividad de Dios: « Y los bendijo  Dios y les dijo: "Sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra" » (Gn 1,28) (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 111).

Relaciones familiares (6, 1-9)

1Vosotros, los hijos, obedeced a vuestros padres como procede que lo hagan los creyentes. 2El primer mandamiento que lleva consigo una promesa es precisamente este: Honra a tu padre y a tu madre,  3a fin de que seas feliz y vivas largos años sobre la tierra. 4Y vosotros, los padres, no hagáis de vuestros hijos unos resentidos; educadlos, más bien, instruidlos y corregidlos como lo haría el Señor. 5Los esclavos debéis acatar con profundo respeto y lealtad de corazón las órdenes de vuestros amos temporales, como si de Cristo se tratara. 6No como alguien que se siente vigilado o en plan adulador, sino como esclavos de Cristo, que tratan de cumplir con esmero la voluntad de Dios. 7Prestad vuestros servicios de buen grado, teniendo como punto de mira al Señor y no a la gente. 8Y recordad que el Señor recompensará a cada uno según el bien que haya hecho, sin distinguir entre amo y esclavo.

9Por vuestra parte, amos, tratad a vuestros esclavos de igual manera. Prescindid de amenazas y tened en cuenta que tanto vosotros como ellos pertenecéis a un mismo amo, que está en los cielos y no se presta a favoritismos.

Clave de lectura a la luz de la doctrina social de la Iglesia: igual dignidad de todas las personas

« Dios no hace acepción de  personas » (Hch 10,34; cf. Rm 2,11; Ga 2,6; Ef 6,9), porque todos los hombres tienen la misma dignidad  de criaturas a su imagen y semejanza. La Encarnación del Hijo  de Dios manifiesta la igualdad de todas las personas en cuanto a dignidad: « Ya  no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos  vosotros sois uno en Cristo Jesús » (Ga 3,28; cf. Rm 10,12; 1  Co 12,13; Col 3,11).

Puesto que en el rostro de cada hombre resplandece algo de la  gloria de Dios, la dignidad de todo hombre ante Dios es el fundamento de la  dignidad del hombre ante los demás hombres. Esto es, además, el fundamento último de la radical igualdad y fraternidad entre  los hombres, independientemente de su raza, Nación, sexo, origen, cultura y  clase (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 144).

La lucha contra el mal (6, 10-17)

10Sólo me resta desear que os mantengáis fuertes, apoyados en el poder irresistible del Señor.

11Utilizad todas las armas que Dios os proporciona, y así haréis frente con éxito a las estratagemas del diablo.

12Porque no estamos luchando contra enemigos de carne y hueso, sino contra las potencias invisibles que dominan en este mundo de tinieblas, contra las fuerzas espirituales del mal habitantes de un mundo supraterreno.

13Por eso es preciso que empuñéis las armas que Dios os proporciona, a fin de que podáis manteneros firmes en el momento crítico y superar todas las dificultades sin ceder un palmo de terreno.

14Estad, pues, listos para el combate: ceñida con la verdad vuestra cintura, protegido vuestro pecho con la coraza de la rectitud

15y calzados vuestros pies con el celo por anunciar el evangelio de la paz.

16Tened siempre embrazado el escudo de la fe, para que en él se apaguen todas las flechas incendiarias del maligno.

17Como casco, usad el de la salvación, y como espada, la del Espíritu, es decir, la palabra de Dios.

Clave de lectura a la luz de la doctrina social de la Iglesia: promoción de la paz

La acción por la paz nunca  está separada del anuncio del Evangelio, que es ciertamente « la Buena Nueva de  la paz »  (Hch 10,36; cf. Ef 6,15) dirigida a todos los hombres. En el centro del « Evangelio de paz » (Ef 6,15) se encuentra el misterio de la Cruz, porque la paz es inseparable del  sacrificio de Cristo (cf. Is 53,5: « El soportó el castigo que nos trae  la paz, y con sus cardenales hemos sido curados »): Jesús crucificado ha anulado  la división, instaurando la paz y la reconciliación precisamente « por medio de  la cruz, dando en sí mismo muerte a la Enemistad » (Ef 2,16) y donando a  los hombres la salvación de la Resurrección (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 493).