El rey Salomón

1R 3,4-13: Da a tu siervo un corazón dócil para gobernar a tu pueblo.
En aquellos días, Salomón fue a Gabaón a ofrecer sacrificios, porque allí estaba la ermita principal.
En aquel altar ofreció Salomón mil holocaustos.
En Gabaón el Señor se apareció en sueños a Salomón y le dijo:
–Pídeme lo que quieras.
Respondió Salomón:
–Tú trataste con misericordia a mi padre, tu siervo David, porque caminó en tu presencia con lealtad, justicia y rectitud de corazón; y, fiel a esa misericordia, le diste un hijo que se sentase en su trono: es lo que sucede hoy.
Pues bien, Señor Dios mío, tú has hecho que tu siervo suceda a David, mi padre, en el trono, aunque yo soy un muchacho y no sé desenvolverme.
Tu siervo se encuentra en medio de tu pueblo, un pueblo inmenso, incontable, innumerable.
Da a tu siervo un corazón dócil para gobernar a tu pueblo, para discernir el mal del bien, pues, ¿quién sería capaz de gobernar a este pueblo tan numeroso?
Al Señor le agradó que Salomón hubiera pedido aquello y Dios le dijo:
–Por haber pedido esto, y no una vida larga, ni riquezas, ni la muerte de tus enemigos, sino inteligencia para acertar en el gobierno, te daré lo que has pedido: un corazón sabio y prudente, como no lo ha habido antes de ti ni lo habrá después de ti.
Y te daré también lo que no has pedido: riquezas y fama mayores que las de rey alguno.
1R 8,1-7.9-13: Llevaron el arca de la alianza al Santísimo, y la nube llenó el templo.
En aquellos días, Salomón convocó a palacio, en Jerusalén, a los ancianos de Israel, a los jefes de tribu y a los cabezas de familia de los israelitas, para trasladar el Arca de la Alianza del Señor desde la Ciudad de David (o sea Sión).
Todos los israelitas se congregaron en torno al rey Salomón en el mes de Etaním (el mes séptimo), en la fiesta de los Tabernáculos.
Cuando llegaron los ancianos de Israel, los sacerdotes cargaron con el Arca del Señor, y los sacerdotes levitas llevaron la Tienda del Encuentro, más los utensilios del culto que había en la Tienda.
El rey Salomón, acompañado de toda la asamblea de Israel reunida con él ante el Arca, sacrificaba una cantidad incalculable de ovejas y bueyes.
Los sacerdotes llevaron el Arca de la Alianza del Señor a su sitio, el camarín del templo, al Santísimo, bajo las alas de los querubines, pues los querubines extendían las alas sobre el sitio del Arca y cubrían el Arca y los varales por encima.
En el Arca sólo había las dos Tablas de piedra que colocó allí Moisés en el Horeb, cuando el Señor pactó con los israelitas al salir del país de Egipto, y allí se conservan actualmente.
Cuando los sacerdotes salieron del Santo, la nube llenó el templo, de forma que los sacerdotes no podían seguir oficiando a causa de la nube, porque la gloria del Señor llenaba el templo.
Entonces Salomón dijo:
«El Señor quiere habitar en las tinieblas;
y yo te he construido un palacio,
un sitio donde vivas para siempre».
 
1R 8,22-23.27-30: Sobre este templo quisiste que residiera tu nombre. Escucha la súplica de tu pueblo, Israel.
En aquellos días, Salomón, en pie ante el altar del Señor, en presencia de toda la asamblea de Israel, extendió las manos al cielo y dijo:
-¡Señor, Dios de Israel! Ni arriba en el cielo ni abajo en la tierra hay un Dios como tú, fiel a la alianza con tus vasallos, si caminan de todo corazón en tu presencia.
¿Es posible que Dios habite en la tierra? Si no cabes en el cielo y en lo más alto del cielo, ¡cuánto menos en este templo que te he construido!
Vuelve tu rostro a la oración y súplica de tu siervo, Señor Dios mío. escucha el clamor y la oración que te dirige hoy tu siervo.
Día y noche estén tus ojos abiertos sobre este templo, sobre el sitio donde quisiste que residiera tu Nombre.
Escucha la oración que tu siervo te dirige en este sitio.
Escucha la súplica de tu siervo y de tu pueblo Israel, cuando recen en este sitio; escucha tú desde tu morada del cielo y perdona.
1R 10,1-10: La reina de Saba vio la sabiduría de Salomón.
En aquellos días, la reina de Sabá oyó la fama de Salomón y fue a probarle con enigmas.
Vino a Jerusalén con una gran caravana de camellos cargados de perfumes y oro en gran cantidad y piedras preciosas.
Entró en el palacio de Salomón y le propuso todo lo que pensaba.
Salomón resolvió todas sus consultas; no hubo una cuestión tan oscura que el rey no la pudiera resolver.
Cuando la reina de Sabá vio la sabiduría de Salomón, la casa que había construido, los manjares de su mesa, toda la corte sentada a la mesa, los camareros sirviendo, con sus uniformes, las bebidas, los holocaustos que ofrecía en el templo del Señor, se quedó asombrada y dijo al rey:
-¡Es verdad lo que me contaron en mi país de ti y tu sabiduría! Yo no quería creerlo, pero, ahora que he venido y lo veo con mis propios ojos, resulta que no me habían dicho ni la mitad. En sabiduría y riquezas superas todo lo que yo había oído. ¡Dichosa tu gente, dichosos esos tus cortesanos que están siempre en tu presencia, aprendiendo de tu sabiduría! ¡Bendito sea el Señor tu Dios que, por el amor eterno que tiene a Israel, te ha elegido para colocarte en el trono de Israel y te ha nombrado rey para que gobiernes con justicia!
La reina regaló al rey cuatro mil quilos de oro, gran cantidad de perfumes y piedras preciosas; nunca llegaron tantos perfumes como los que la reina de Sabá regaló al rey Salomón.
1R 11,4-13: Por haber sido infiel al pacto, te voy a arrancar el reino de las manos; pero dejaré a tu hijo una tribu en consideración a David.
Cuando el rey Salomón llegó a viejo, sus mujeres le desviaron su corazón tras otros dioses; su corazón ya no perteneció por entero al Señor, como el corazón de su padre David.
Salomón siguió a Astarté, diosa de los fenicios y a Malcón, ídolo de los amonitas. Hizo lo que el Señor reprueba; no siguió plenamente al Señor, como su padre David.
Entonces construyó una ermita a Camós, ídolo de Moab, en el monte que se alza frente a Jerusalén, y a Malcón, ídolo de los amonitas. Hizo otro tanto para sus mujeres extranjeras, que quemaban incienso y sacrificaban en honor de sus dioses.
El Señor se encolerizó contra Salomón, porque había desviado su corazón del Señor Dios de Israel, que se le había aparecido dos veces, y que precisamente le había prohibido seguir a otros dioses, pero Salomón no cumplió esta orden.
Entonces el Señor le dijo:
-Por haberte portado así conmigo, siendo infiel al pacto y a los mandatos que te di, te voy a arrancar el reino de las manos para dárselo a un siervo tuyo. No lo haré mientras vivas, en consideración a tu padre David; se lo arrancaré de la mano a tu hijo. Y ni siquiera le arrancaré todo el reino; dejaré a tu hijo una tribu, en consideración a mi siervo David y a Jerusalén, mi ciudad elegida.
1R 11,29-32;12,19: Se independizó Israel de la casa de David.
Un día salió Jeroboán de Jerusalén; y el profeta Ajías de Siló envuelto en un manto nuevo, se lo encontró en el camino; estaban los dos solos, en descampado.
Ajías agarró su manto nuevo, lo rasgó en doce trozos y dijo a Jeroboán:
-Toma diez trozos, porque así dice el Señor Dios de Israel: «Voy a desgarrarle el reino a Salomón y voy a darte a ti diez tribus; lo restante será para él, en consideración a mi siervo David y a Jerusalén, la ciudad que elegí entre todas las tribus de Israel».
Así fue como se independizó Israel de la casa de David hasta hoy.
Historia de los antepasados: de Salomón a Jeroboán
Si 47,12-24
Por sus méritos le sucedió a David un hijo prudente que vivió en paz: Salomón, rey en tiempos tranquilos, porque Dios pacificó sus fronteras; construyó un templo en su honor y fundó un santuario perpetuo.
¡Qué sabio eras en tu juventud, rebosando doctrina como el Nilo! Tu saber llenaba la tierra, cubriéndola con cánticos sublimes; tu fama llegaba hasta las costas, que deseaban escucharte. De tus cantos, proverbios, enigmas y sentencias los pueblos quedaban pasmados; te llamaban con el nombre glorioso con que llaman a Israel.
Pero reuniste oro como hierro y acumulabas plata como plomo; te entregaste a las mujeres, dándoles poder sobre tu cuerpo, echaste una mancha en tu honor e infamia sobre tu lecho, induciendo la ira sobre tus descendientes, y desgracias sobre tu tálamo. Pues el pueblo se escindió en dos partes con la usurpación del reino de Efraín.
Pero Dios no retiró su lealtad ni permitió que fallaran sus promesas; no aniquila la prole de sus escogidos ni destruye la estirpe de sus amigos, sino que dejó un resto a Jacob, y a David una raíz de su linaje.
Salomón descansó con sus padres y dejó por sucesor a uno de sus hijos: Roboán, rico en locura y falto de juicio, que con su política hizo amotinarse al pueblo. Surgió uno -no se pronuncie su nombre- que pecó e hizo pecar a Israel: Jeroboán, hijo de Nabat; fue un escándalo para Efraín, que lo condujo al destierro; enorme fue su pecado, se entregó a toda maldad.
Alabanza de la sabiduría divina
Sb 1,1-15
Amad la justicia, los que regís la tierra, pensad correctamente del Señor y buscadlo con corazón entero. Lo encuentran los que no exigen pruebas, y se revela a los que no desconfían. Los razonamientos retorcidos alejan de Dios, y su poder, sometido a prueba, pone en evidencia a los necios. La sabiduría no entra en el alma de mala ley ni habita en cuerpo deudor del pecado.
El espíritu educador y santo rehúye la estratagema, levanta el campo ante los razonamientos sin sentido y se rinde ante el asalto de la injusticia. La sabiduría es un espíritu amigo de los hombres que no deja impune al deslenguado; Dios penetra sus entrañas, vigila puntualmente su corazón y escucha lo que dice su lengua. Porque el espíritu del Señor llena la tierra y, como da consistencia al universo, no ignora ningún sonido.
Por eso, quien habla impíamente no tiene escapatoria, no podrá eludir la acusación de la justicia. Se indagarán los planes del incrédulo, el informe de sus palabras llegará hasta el Señor, y quedarán probados sus delitos, porque un oído celoso lo escucha todo y no le pasan inadvertidos cuchicheos ni protestas. Guardaos, por tanto, de protestas inútiles y absteneos de la maledicencia; no hay frase solapada que caiga en el vacío; la boca calumniadora mata.
No os procuréis la muerte con vuestra vida extraviada ni os acarreéis la perdición con las obras de vuestras manos; Dios no hizo la muerte ni goza destruyendo a los vivientes. Todo lo creó para que subsistiera; las criaturas del mundo son saludables: no hay en ellas veneno de muerte, ni el abismo impera en la tierra. Porque la justicia es inmortal.
Necios razonamientos de los impíos contra el justo
Sb 1,16-2,1a.10-24
Los impíos llaman a voces y con gestos a la muerte, se consumen por ella, creyéndola su amiga; hacen pacto con ella, pues merecen ser de su partido.
Se dijeron, razonando equivocadamente:
«Atropellemos al justo que es pobre, no nos apiademos de la viuda ni respetemos las canas venerables del anciano; que sea nuestra fuerza la norma del derecho, pues lo débil, es claro, no sirve para nada. Acechemos al justo, que nos resulta incómodo: se opone a nuestras acciones, nos echa en cara nuestros pecados, nos reprende nuestra educación errada; declara que conoce a Dios y se da el nombre de hijo del Señor; es un reproche para nuestras ideas y sólo verlo da grima; lleva una vida distinta de los demás, y su conducta es diferente; nos considera de mala ley y se aparta de nuestras sendas como si fueran impuras; declara dichoso el fin de los justos y se gloría de tener por padre a Dios.
Veamos si sus palabras son verdaderas, comprobando el desenlace de su vida. Si es el justo hijo de Dios, lo auxiliará y lo librará del poder de sus enemigos; lo someteremos a la prueba de la afrenta y la tortura, para comprobar su moderación y apreciar su paciencia; lo condenaremos a muerte ignominiosa, pues dice que hay quien se ocupa de él.»
Así discurren, y se engañan, porque los ciega su maldad; no conocen los secretos de Dios, no esperan el premio de la virtud ni valoran el galardón de una vida intachable. Dios creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo imagen de su propio ser; pero la muerte entró en el mundo por la envidia del diablo, y los de su partido pasarán por ella.
Sb 2,1a.12-22: El impío maquina eliminar al justo porque sus palabras y acciones son incómodas.
Se dijeron los impíos, razonando equivocadamente: «Acechemos al justo, que nos resulta incómodo: se opone a nuestras acciones, nos echa en cara nuestros pecados, nos reprende nuestra educación errada; declara que conoce a Dios y se da el nombre de hijo del Señor; es un reproche para nuestras ideas y sólo verlo da grima; lleva una vida distinta de los demás, y su conducta es diferente; nos considera de mala ley y se aparta de nuestras sendas como si fueran impuras; declara dichoso el fin de los justos y se gloría de tener por padre a Dios. Veamos si sus palabras son verdaderas, comprobando el desenlace de su vida. Si es el justo hijo de Dios, lo auxiliará y lo librará del poder de sus enemigos; lo someteremos a la prueba de la afrenta y la tortura, para comprobar su moderación y apreciar su paciencia; lo condenaremos a muerte ignominiosa, pues dice que hay quien se ocupa de él.» Así discurren, y se engañan, porque los ciega su maldad; no conocen los secretos de Dios, no esperan el premio de la virtud ni valoran el galardón de una vida intachable.

"La valentía de callar"

Viernes, 27 de marzo de 2020

Homilía del Papa Francisco

 

La primera lectura es casi una crónica (anticipada) de lo que le pasará a Jesús. Es una crónica adelantada, es una profecía. Parece una descripción histórica de lo que pasó después. ¿Qué dicen los impíos? “Tendamos trampas al justo, porque nos molesta y se opone a nuestra manera de obrar; nos echa en cara las transgresiones a la Ley y nos reprocha las faltas contra la enseñanza recibida. Es un vivo reproche contra nuestra manera de pensar y su sola presencia nos resulta insoportable, porque lleva una vida distinta de los demás… Porque si el justo es hijo de Dios, Él lo protegerá y lo librará de las manos de sus enemigos” (Sab 2,12). Pensemos en lo que le decían a Jesús en la cruz: “Si eres el Hijo de Dios, baja; que Él venga a salvarte” (cf. Mt 27,40). Y luego, el plan de acción: pongámoslo a prueba “con ultrajes y tormentos, para conocer su temple y probar su paciencia. Condenémoslo a una muerte infame, ya que él asegura que Dios lo protegerá” (cf. Sab 2,19). Es una profecía, realmente, de lo que ha sucedido. Y los judíos trataban de matarlo, dice el Evangelio. Entonces, también trataron de arrestarlo —nos dice el Evangelio— “pero nadie puso las manos sobre Él, porque todavía no había llegado su hora” (Jn 7,30).

Esta profecía es muy detallada; el plan de acción de esta gente malvada es un detalle tras otro, no escatimemos nada, probémoslo con violencia y tormento, y pongamos a prueba el espíritu de resistencia... tendámosle asechanzas, pongámosle trampas, [para ver] si cae... Esto no es una simple aversión, no hay un plan de acción malvado —ciertamente— de un partido contra otro: esto es otra cosa. Esto se llama ensañamiento: cuando el diablo que está detrás, siempre, detrás de todo ensañamiento, trata de destruir y no escatima los medios. Pensemos en el comienzo del Libro de Job, que es profético sobre esto: Dios está satisfecho con el modo de vida de Job, y el diablo le dice: “¡Sí, porque lo tiene todo, no tiene agobios! ¡Ponlo a prueba!” (cf. Job 1,1-12; 2,4-6) Y primero el diablo le quita sus posesiones, luego le quita su salud, y Job nunca, nunca se alejó de Dios. Pero el diablo, qué es lo que hace: ensañarse. Siempre. Detrás de todo ensañamiento está el diablo, para destruir la obra de Dios. Detrás de una discusión o enemistad, puede ser que esté el diablo, pero desde lejos, con tentaciones normales. Pero cuando hay ensañamiento, no dudamos: está la presencia del diablo. Y el ensañamiento es sutil. Pensemos en cómo el diablo se ensañó no sólo contra Jesús, sino también en las persecuciones de los cristianos; cómo ha buscado los medios más sofisticados para llevarlos a la apostasía, a que se alejaran de Dios. Esto es, como decimos en el lenguaje cotidiano, esto es diabólico: sí; inteligencia diabólica.

Me contaban algunos obispos de uno de los países que sufrieron la dictadura de un régimen ateo que llegaron, en las persecuciones, a detalles como éste: el lunes después de Pascua las maestras tenían que preguntar a los niños: “¿Qué comisteis ayer?”, y los niños decían lo que habían comido en el almuerzo. Y algunos decían: “Huevos”, y los que decían “huevos” eran perseguidos para ver si eran cristianos porque en ese país comían huevos el Domingo de Pascua. Hasta este punto, de ver, de espionaje, dónde hay un cristiano para matarlo. Esto es un ensañamiento en la persecución y esto es el diablo.

¿Y qué se hace en el momento del ensañamiento? Sólo se pueden hacer dos cosas: discutir con esta gente no es posible porque tienen sus propias ideas, ideas fijas, ideas que el diablo ha sembrado en sus corazones. Hemos oído cuál es su plan de acción. ¿Qué se puede hacer? Lo que hizo Jesús: callarse. Es sorprendente cuando leemos en el Evangelio que frente a todas estas acusaciones, a todas estas cosas, Jesús guardó silencio. Frente al espíritu de furia, sólo silencio, nunca justificación. Nunca. Jesús habló, explicó. Cuando comprendió que no había palabras, silencio. Y en silencio Jesús vivió su Pasión. Es el silencio de los justos frente al ensañamiento. Y esto también es válido para —llamémoslo así— los pequeños ensañamientos diarios, cuando uno de nosotros oye que hay una habladuría allí, contra él, y decimos cosas y luego no sale nada... cállate. Silencio. Y soportar y tolerar el ensañamiento de las habladurías. La habladuría es también un ensañamiento, un ensañamiento social: en la sociedad, en el vecindario, en el lugar de trabajo, pero siempre contra él. Es un ensañamiento no tan fuerte como este, pero es una furia, destruir al otro porque al parecer el otro incomoda, molesta.

Pidamos al Señor la gracia de luchar contra el mal espíritu, de discutir cuando tengamos que discutir; pero frente al espíritu de ensañamiento, tener el coraje de callar y dejar hablar a los demás. Lo mismo ante este pequeño ensañamiento diario que es la habladuría: dejarlos hablar. En silencio, ante Dios.

Los justos poseerán el reino
Sb 3,1-19
La vida de los justos está en manos de Dios, y no los tocará el tormento. La gente insensata pensaba que morían, consideraba su tránsito como una desgracia, y su partida de entre nosotros como una destrucción; pero ellos están en paz.
La gente pensaba que cumplían una pena, pero ellos esperaban de lleno la inmortalidad; sufrieron pequeños castigos, recibirán grandes favores, porque Dios los puso a prueba y los halló dignos de sí; los probó como oro en crisol, los recibió como sacrificio de holocausto; a la hora de la cuenta resplandecerán como chispas que prenden por un cañaveral; gobernarán naciones, someterán pueblos, y el Señor reinará sobre ellos eternamente.
Los que confían en él comprenderán la verdad, los fieles a su amor seguirán a su lado; porque quiere a sus devotos, se apiada de ellos y mira por sus elegidos.
Los impíos serán castigados por sus razonamientos: menospreciaron al justo y se apartaron del Señor; desdichado el que desdeña la sabiduría y la instrucción: vana es su esperanza, baldíos sus afanes e inútiles sus obras; necias son sus mujeres, depravados sus hijos y maldita su posteridad.
Dichosa la estéril irreprochable que desconoce la unión pecaminosa: alcanzará su fruto el día de la cuenta; y el eunuco que no cometió delitos con sus manos ni tuvo malos deseos contra el Señor: por su fidelidad recibirá favores extraordinarios y un lote codiciable en el templo del Señor. Pues quien se afana por el bien obtiene frutos espléndidos; la sensatez es tronco inconmovible.
Los hijos de los adúlteros no llegarán a la madurez, y la prole ilegítima desaparecerá. Si llegan a viejos, nadie les hace caso, al fin tendrán una vejez ignominiosa; si fallecen antes, no tendrán esperanza ni quien los tranquilice el día de la sentencia; el final de la gente perversa es cruel.
La sabiduría debe pedirse a Dios
Sb 8,1-21b
La sabiduría alcanza con vigor de extremo a extremo y gobierna el universo con acierto. La quise y la rondé desde muchacho y la pretendí como esposa, enamorado de su hermosura. Su unión con Dios realza su nobleza, siendo el dueño de todo quien la ama; es confidente del saber divino y selecciona sus obras.
Si la riqueza es un bien apetecible en la vida, ¿quién es más rico que la sabiduría, que lo realiza todo? Y, si es la inteligencia quien lo realiza, ¿quién es artífice de cuanto existe, más que ella? Si alguien ama la rectitud, las virtudes son fruto de sus afanes; es maestra de templanza y prudencia, de justicia y fortaleza; para los hombres no hay en la vida nada más provechoso que esto. Y, si alguien ambiciona una rica experiencia, ella conoce el pasado y adivina el futuro, sabe los dichos ingeniosos y la solución de los enigmas, comprende de antemano los signos y prodigios, y el desenlace de cada momento, de cada época.
Por eso, decidí unir nuestras vidas, seguro de que sería mi consejera en la dicha, mi alivio en la pesadumbre y la tristeza. Gracias a ella, me elogiará la asamblea, y, aun siendo joven, me honrarán los ancianos; en los procesos, lucirá mi agudeza, y seré la admiración de los monarcas; si callo, estarán a la expectativa; si tomo la palabra, prestarán atención, y, si me alargo hablando, se llevarán la mano a la boca.
Gracias a ella, alcanzaré la inmortalidad y legaré a la posteridad un recuerdo imperecedero. Gobernaré pueblos, someteré naciones; soberanos temibles se asustarán al oír mi nombre; con el pueblo me mostraré bueno y, en la guerra, valeroso. Al volver a casa, descansaré a su lado, pues su trato no desazona, su intimidad no deprime, sino que regocija y alegra.
Esto es lo que yo pensaba y sopesaba para mis adentros: la inmortalidad consiste en emparentar con la sabiduría; su amistad es noble deleite; el trabajo de sus manos, riqueza inagotable; su trato asiduo, prudencia; conversar con ella, celebridad; entonces me puse a dar vueltas, tratando de llevármela a casa.
Yo era un niño de buen natural, dotado de un alma buena; mejor dicho, siendo bueno, entré en un cuerpo sin tara. Al darme cuenta de que sólo me la ganaría si Dios me la otorgaba -y saber el origen de esta dádiva suponía ya buen sentido-, me dirigí al Señor y le supliqué.
Sabiduría 9,1-6.9-11: Dame, Señor, la sabiduría
 
 
Os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente... ningún adversario vuestro (Lc 21,15)
 
Dios de los padres, y Señor de la misericordia,
que con tu palabra hiciste todas las cosas,
y en tu sabiduría formaste al hombre,
para que dominase sobre tus criaturas,
y para regir el mundo con santidad y justicia,
y para administrar justicia con rectitud de corazón.

Dame la sabiduría asistente de tu trono
y no me excluyas del número de tus siervos,
porque siervo tuyo soy, hijo de tu sierva,
hombre débil y de pocos años,
demasiado pequeño para conocer el juicio y las leyes.

Pues, aunque uno sea perfecto
entre los hijos de los hombres,
sin la sabiduría, que procede de ti,
será estimado en nada.

Contigo está la sabiduría, conocedora de tus obras,
que te asistió cuando hacías el mundo,
y que sabe lo que es grato a tus ojos
y lo que es recto según tus preceptos.

Mándala de tus santos cielos,
y de tu trono de gloria envíala,
para que me asista en mis trabajos
y venga yo a saber lo que te es grato.

Porque ella conoce y entiende todas las cosas,
y me guiará prudentemente en mis obras,
y me guardará en su esplendor.

 

La misericordia y la paciencia de Dios
Sb 11,20b-12,2.11b-19
Todo lo tenías predispuesto, Señor, con peso, número y medida.
Desplegar todo tu poder está siempre a tu alcance; ¿quién puede resistir la fuerza de tu brazo? Porque el mundo entero es ante ti como grano de arena en la balanza, como gota de rocío mañanero que cae sobre la tierra. Pero te compadeces de todos, porque todo lo puedes, cierras los ojos a los pecados de los hombres, para que se arrepientan.
Amas a todos los seres y no odias nada de lo que has hecho; si hubieras odiado alguna cosa, no la habrías creado. Y ¿cómo subsistirían las cosas, si tú no lo hubieses querido? ¿Cómo conservarían su existencia, si tú no las hubieses llamado? Pero a todos perdonas, porque son tuyos, Señor, amigo de la vida.
Todos llevan tu soplo incorruptible. Por eso, corriges poco a poco a los que caen, les recuerdas su pecado y los reprendes, para que se conviertan y crean en ti, Señor. Si les indultaste los delitos, no fue porque tuvieras miedo a nadie. Porque ¿quién puede decirte: «Qué has hecho»? ¿Quién protestará contra tu fallo? ¿Quién te denunciará por el exterminio de las naciones que tú has creado? ¿Quién se te presentará como vengador de delincuentes?
Además, fuera de ti, no hay otro Dios al cuidado de todos, ante quien tengas que justificar tu sentencia; no hay rey ni soberano que pueda desafiarte por haberlos castigado.
Eres justo, gobiernas el universo con justicia y estimas incompatible con tu poder condenar a quien no merece castigo. Tu poder es el principio de la justicia, y tu sabiduría universal te hace perdonar a todos. Tú demuestras tu fuerza a los que dudan de tu poder total, y reprimes la audacia de los que no lo conocen. Tú, poderoso soberano, juzgas con moderación y nos gobiernas con gran indulgencia, porque puedes hacer cuanto quieres.
Obrando así, enseñaste a tu pueblo que el justo debe ser humano, y diste a tus hijos la dulce esperanza de que, en el pecado, das lugar al arrepentimiento.
El misterio de la sabiduría divina
Si 1,1-20
Toda sabiduría viene del Señor y está con él eternamente. La arena de las playas, las gotas de la lluvia, los días de los siglos, ¿quién los contará? La altura del cielo, la anchura de la tierra, la hondura del abismo, ¿quién los rastreará? Antes que todo fue creada la sabiduría; la inteligencia y la prudencia, antes de los siglos.
La raíz de la sabiduría, ¿a quién se reveló?; la destreza de sus obras, ¿quién la conoció? Uno solo es sabio, temible en extremo; está sentado en su trono.
El Señor en persona la creó, la conoció y la midió, la derramó sobre todas sus obras; la repartió entre los vivientes, según su generosidad se la regaló a los que lo temen.
El temor del Señor es gloria y honor, es gozo y corona de júbilo; el temor de Dios deleita el corazón, trae gozo y alegría y vida larga. El que teme al Señor tendrá buen desenlace, el día de su muerte lo bendecirán.
El principio de la sabiduría es temer al Señor; ya en el seno se crea con el fiel. Asienta su cimiento perpetuo entre los hombres y se mantiene con su descendencia. La plenitud de la sabiduría es temer al Señor, con sus frutos sacia a los fieles; llena de tesoros toda su casa, y de sus productos las despensas.
La corona de la sabiduría es temer al Señor; sus brotes son la paz y la salud. Dios hace llover la inteligencia y la prudencia, y exalta la gloria de los que la poseen. La raíz de la sabiduría es temer al Señor, y sus ramos son una vida larga.
Confiar en Dios solamente
Si 11,12-28
Hay quien es pobre y vagabundo, anda falto de lo necesario, pero el Señor se fija en él para hacerle bien y lo levanta del polvo, le hace levantar la cabeza, y muchos se asombran al verlo.
Bien y mal, vida y muerte, pobreza y riqueza, todo viene del Señor; sabiduría, prudencia y sensatez proceden del Señor, castigo y camino recto proceden del Señor. La ignorancia y la oscuridad se crearon para los criminales, y el mal acompaña a los malvados; pero el don del Señor es para el justo, y su favor asegura el éxito.
Uno se hace rico a fuerza de privaciones, y le toca esta recompensa: cuando dice: «Ahora puedo descansar, ahora comeré de mis pensiones», no sabe cuánto pasará hasta que lo deje a otro y muera.
Hijo mío, cumple tu deber, ocúpate de él, envejece en tu tarea; no admires las acciones del perverso, espera en el Señor y aguarda su luz; porque está al alcance del Señor enriquecer en un instante al pobre. La bendición del Señor es la suerte del justo, y a su tiempo florece su esperanza.
No digas: «He despachado mis asuntos, y ahora, ¿qué me queda?» No digas: «Ya tengo bastante, ¿qué mal me puede suceder?» El día dichoso te olvidas de la desgracia, el día desgraciado te olvidas de la dicha; fácil es para Dios, a la hora de la muerte, pagar al hombre su conducta. Un mal momento, y te olvidas de los placeres; cuando llega el fin del hombre, se revela su historia. Antes de que muera, no declares dichoso a nadie; en el desenlace se conoce al hombre.
La gloria de Dios en la creación
Si 42,15-43,12
Voy a recordar las obras de Dios y a contar lo que he visto: por la palabra de Dios son creadas y de su voluntad reciben su tarea.
Él sol sale mostrándose a todos, la gloria del Señor se refleja en todas sus obras. Aun los santos de Dios no bastaron para contar las maravillas del Señor. Dios fortaleció sus ejércitos, para que estén firmes en presencia de su gloria.
Sondea el abismo y el corazón, penetra todas sus tramas, declara el pasado y el futuro y revela los misterios escondidos. No se le oculta ningún pensamiento ni se le escapa palabra alguna.
Ha establecido el poder de su sabiduría, es el único desde la eternidad; no puede crecer ni menguar ni le hace falta un maestro. ¡Qué amables son todas sus obras!; y eso que no vemos más que una chispa.
Todas viven y duran eternamente y obedecen en todas sus funciones. Todas difieren unas de otras, y no ha hecho ninguna inútil. Una excede a otra en belleza: ¿quién se saciará de contemplar su hermosura?
El firmamento puro es orgullo del cielo, y la bóveda celeste, ¡qué glorioso espectáculo!
El sol, cuando sale derramando calor, ¡qué obra maravillosa del Señor!; a mediodía abrasa la tierra, ¿quién puede resistir su ardor? Un horno encendido calienta al fundidor, un rayo de sol abrasa los montes, una lengua del astro calcina la tierra habitada, y su brillo ciega los ojos. ¡Qué grande el Señor que lo hizo!; sus órdenes espolean a sus campeones.
También brilla la luna en fases y ciclos y rige los tiempos como signo perpetuo, determina las fiestas y las fechas y se complace menguando en su órbita, de mes a mes se renueva; ¡qué maravilloso cambiar! Señal militar, instrumento celeste que atraviesa el firmamento con su brillo.
Las estrellas adornan la belleza del cielo, y su luz resplandece en la altura divina; a una orden de Dios ocupan su puesto y no se cansan de hacer la guardia.
Mira el arco iris y bendice a su creador: ¡qué esplendor majestuoso! Abarca el horizonte con su esplendor cuando lo tensa la mano poderosa de Dios.
La gloria de Dios en la creación
Si 43,13-33
El poder de Dios traza el relámpago y acelera los rayos justicieros; crea para un fin un depósito y hace volar la nube como un buitre. Su poder condensa las nubes y desmenuza las piedras de granizo. La voz de su trueno estremece la tierra y, al verlo, tiemblan las montañas.
Cuando él quiere, el ábrego sopla, la tormenta del norte, el ciclón y el huracán. Sacude la nieve como bandada de pájaros y, al bajar, se posa como langosta; su belleza blanca deslumbra los ojos y, cuando cae, se extasía el corazón; derrama escarcha como sal, sus cristales rebrillan como zafiros.
Hace soplar el gélido cierzo, y su frío cuaja el estanque, hiela todos los depósitos y reviste el aljibe con una coraza; quema la hierba del monte como la sequía y los brotes de la dehesa como una llama; pero el destilar del rocío lo cura todo y fecunda en seguida la tierra reseca.
Su sabiduría domeña el océano y planta islas en el mar; los navegantes describen su extensión y, al oírlos, nos asombramos; en él hay criaturas extrañas y toda especie de monstruos marinos. Por él tiene éxito su mensajero, y su palabra ejecuta su voluntad.
Aunque siguiéramos, no acabaríamos; la última palabra: «Él lo es todo.» Encarezcamos su grandeza impenetrable, él es más grande que todas sus obras; el Señor es temible en extremo, y son admirables sus palabras.
Los que ensalzáis al Señor, levantad la voz, esforzaos cuanto podáis, que aún queda más; los que alabáis al Señor, redoblad las fuerzas, y no os canséis, porque no acabaréis.
¿Quién lo ha visto, que pueda describirlo?; ¿quién lo alabará como él es? Quedan cosas más grandes escondidas, sólo un poco hemos visto de sus obras. Todo lo ha hecho el Señor, y a sus fieles les da sabiduría.
Elogio de los antepasados: desde Henoc a Moisés
Si 44,1-2.16-45,5
Hagamos el elogio de los hombres de bien, de la serie de nuestros antepasados: grande gloria les repartió el Altísimo, los engrandeció desde tiempos antiguos.
Henoc caminó con el Señor, ejemplo de religión para todas las edades.
El justo Noé fue un hombre íntegro, al tiempo de la destrucción él fue el renovador; por él quedó vivo un resto, y por su alianza cesó el diluvio; con señal perpetua se sancionó su pacto de no destruir otra vez a los vivientes.
Abrahán fue padre de un pueblo numeroso, en su gloria no cabe mancha, porque guardó la ley del Altísimo y pactó una alianza con él, en su carne selló el pacto, y en la prueba se mostró fiel; por eso, Dios le juró bendecir con su descendencia a las naciones, multiplicarlo como la arena de las playas, y a su prole, como a las estrellas del cielo; darle en herencia de mar a mar, desde el Gran Río hasta el extremo del orbe.
A Isaac le aseguró descendencia, por causa de Abrahán, su padre; le dio la alianza de sus antepasados, y la bendición bajó sobre Israel, a quien confirmó la bendición y le dio la herencia, señaló las fronteras de las tribus, repartiendo lotes a las doce. De él nació un hombre amado por todos: Moisés.
Amado de Dios y de los hombres, bendita es la memoria de Moisés: le dio gloria como de un dios, lo hizo poderoso entre los grandes; a su palabra, se precipitaban los signos, lo mostró poderoso ante el rey, lo mandó a su pueblo y le mostró su gloria; por su fidelidad y humildad, lo escogió entre todos los hombres, le hizo escuchar su voz y lo introdujo en la nube espesa; puso en su mano los mandamientos, ley de vida y de inteligencia, para que enseñase los preceptos a Jacob, sus leyes y decretos a Israel.
Exhortación a elegir la sabiduría
Pr 1,1-7.20-33
Proverbios de Salomón, hijo de David, rey de Israel.
Para aprender sabiduría y doctrina, para comprender las sentencias prudentes, para adquirir disciplina y sensatez, derecho, justicia y rectitud, para enseñar sagacidad al inexperto, saber y reflexión al muchacho; lo escucha el sabio y aporta su enseñanza, el prudente adquiere habilidad para entender proverbios y dichos, sentencias y enigmas.
El temor del Señor es el principio del saber, los necios desprecian sabiduría y disciplina.
La sabiduría pregona por las calles, en las plazas levanta la voz; grita en lo más ruidoso de la ciudad, y en las plazas públicas pregona:
«¿Hasta cuándo, inexpertos, amaréis la inexperiencia, y vosotros, insolentes, os empeñaréis en la insolencia, y vosotros, necios, odiaréis el saber? Volveos a escuchar mi reprensión, y os abriré mi corazón, comunicándoos mis palabras. Os llamé, y rehusasteis; extendí mi mano, y no hicisteis caso; rechazasteis mis consejos, no aceptasteis mi reprensión; pues yo me reiré de vuestra desgracia, me burlaré cuando os alcance el terror.
Cuando os alcance como tormenta el terror, cuando os llegue como huracán la desgracia, cuando os alcancen la angustia y la aflicción, entonces llamarán, y no los escucharé; me buscarán, y no me encontrarán. Porque aborrecían el saber y no escogían el temor del Señor; no aceptaron mis consejos, despreciaron mis reprensiones; comerán el fruto de su conducta, y se hartarán de sus planes. La rebeldía da muerte a los irreflexivos, la despreocupación acaba con los imprudentes; en cambio, el que me obedece vivirá tranquilo, seguro y sin temer ningún mal.»
Cómo encontrar sabiduría
Pr 3,1-20
Hijo mío, no olvides mis instrucciones, guarda en el corazón mis preceptos, porque te traerán largos días, vida y prosperidad; no abandones la bondad y la lealtad, cuélgatelas al cuello, escríbelas en la tabla del corazón: alcanzarás favor y aceptación ante Dios y ante los hombres.
Confía en el Señor con toda el alma, no te fíes de tu propia inteligencia; en todos tus caminos piensa en él, y él allanará tus sendas; no te tengas por sabio, teme al Señor y evita el mal: y será salud de tu carne y jugo de tus huesos.
Honra a Dios con tus riquezas, con la primicia de todas tus ganancias; y tus graneros se colmarán de grano, tus lagares rebosarán de mosto.
Hijo mío, no rechaces el castigo del Señor, no te enfades por su reprensión, porque el Señor reprende a los que ama, como un padre al hijo preferido.
Dichoso el que encuentra sabiduría, el que alcanza inteligencia: adquirirla vale más que la plata, y su renta más que el oro; es más valiosa que las perlas, ni se le comparan las joyas; en la diestra trae largos años y en la izquierda honor y riquezas; sus caminos son deleitosos, y sus sendas son prósperas; es árbol de vida para los que la cogen, son dichosos los que la retienen.
El Señor cimentó la tierra con sabiduría y afirmó el cielo con inteligencia; con su saber se abren los veneros y las nubes destilan rocío.
Alabanza de la sabiduría eterna
Pr 8,1-5.12-36
Oíd, la sabiduría pregona, la prudencia levanta la voz, en los montículos junto al camino, de pie junto a las sendas, junto a las puertas de la ciudad, pregonando a la entrada de los postigos:
«A vosotros, señores, os llamo, me dirijo a la gente: los inexpertos, aprended sagacidad; los necios, adquirid juicio.»
Yo, sabiduría, soy vecina de la sagacidad y busco la compañía de la reflexión. El temor del Señor odia el mal. Yo detesto el orgullo y la soberbia, el mal camino y la boca falsa, yo poseo el buen consejo y el acierto, son mías la prudencia y el valor; por mí reinan los reyes, y los príncipes dan leyes justas; por mí gobiernan los gobernantes, y los nobles dan sentencias justas; yo amo a los que me aman, y los que madrugan por mí me encuentran; yo traigo riqueza y gloria, fortuna copiosa y bien ganada; mi fruto es mejor que el oro puro, y mi renta vale más que la plata, camino por sendero justo, por las sendas del derecho, para legar riquezas a mis amigos y colmar sus tesoros.
El Señor me estableció al principio de sus tareas, al comienzo de sus obras antiquísimas. En un tiempo remotísimo fui formada, antes de comenzar la tierra. Antes de los abismos fui engendrada, antes de los manantiales de las aguas. Todavía no estaban aplomados los montes, antes de las montañas fui engendrada. No había hecho aún la tierra y la hierba, ni los primeros terrones del orbe. Cuando colocaba los cielos, allí estaba yo; cuando trazaba la bóveda sobre la faz del abismo; cuando sujetaba el cielo en la altura, y fijaba las fuentes abismales. Cuando ponía un límite al mar, cuyas aguas no traspasan su mandato; cuando asentaba los cimientos de la tierra, yo estaba junto a él, como aprendiz, yo era su encanto cotidiano, todo el tiempo jugaba en su presencia: jugaba con la bola de la tierra, gozaba con los hijos de los hombres.
Por tanto, hijos míos, escuchadme: dichosos los que siguen mis caminos; escuchad la instrucción, no rechacéis la sabiduría, dichoso el hombre que me escucha, velando en mi portal cada día, guardando las jambas de mi puerta. Quien me alcanza alcanza la vida y goza del favor del Señor. Quien me pierde se arruina a sí mismo, los que me odian aman la muerte.