Eclesiastés

El tiempo y la muerte (3, 1-15)

1Todas las cosas bajo el sol tienen un tiempo y un momento:

2Hay un tiempo para nacer y un tiempo para morir; un tiempo para plantar y un tiempo para arrancar lo plantado.

3Hay un tiempo para matar y un tiempo para curar; un tiempo para destruir y un tiempo para construir.

4Hay un tiempo para llorar y un tiempo para reír; un tiempo para hacer duelo y un tiempo para bailar.

5Hay un tiempo para arrojar piedras y un tiempo para recogerlas; un tiempo para abrazarse y un tiempo para separarse.

6Hay un tiempo para buscar y un tiempo para perder; un tiempo para guardar y un tiempo para tirar.

7Hay un tiempo para rasgar y un tiempo para coser; un tiempo para callar y un tiempo para hablar.

8Hay un tiempo para amar y un tiempo para odiar; un tiempo de guerra y un tiempo de paz.

 

9¿Qué ganancia saca el trabajador de sus fatigas?

10He observado la tarea que Dios ha impuesto a los seres humanos para que se dediquen a ella:

11todo lo hizo hermoso y a su tiempo, e incluso les hizo reflexionar sobre el sentido del tiempo, sin que el ser humano llegue a descubrir la obra que Dios ha hecho de principio a fin.

12Y he comprendido que no hay para ellos más felicidad que alegrarse y pasarlo bien en la vida,

13pues también es don de Dios que toda persona coma, beba y disfrute en todas sus fatigas.

14He comprendido que todo lo que hace Dios durará siempre, sin añadirle ni quitarle nada. Así Dios se hace respetar.

 

15Lo que es, ya fue; lo que será, ya sucedió, pues Dios recupera lo pasado.

Clave de lectura a la luz de la doctrina social: el ser humano, imagen de Dios

El hombre está también en  relación consigo mismo y puede reflexionar sobre sí mismo.  La Sagrada Escritura habla a este respecto del corazón del hombre. El  corazón designa precisamente la interioridad espiritual del hombre, es decir,  cuanto lo distingue de cualquier otra criatura: Dios « ha hecho todas las cosas  apropiadas a su tiempo; también ha puesto el afán en sus corazones, sin que el  hombre llegue a descubrir la obra que Dios ha hecho de principio a fin » (Qo 3,11). El corazón indica, en definitiva, las facultades espirituales propias  del hombre, sus prerrogativas en cuanto creado a imagen de su Creador: la razón,  el discernimiento del bien y del mal, la voluntad libre.220 Cuando  escucha la aspiración profunda de su corazón, todo hombre no puede dejar de  hacer propias las palabras de verdad expresadas por San Agustín: « Tú lo  estimulas para que encuentre deleite en tu alabanza; nos creaste para ti y  nuestro corazón andará siempre inquieto mientras no descanse en ti » (Compendio de la doctrina social, n. 114).