Eclesiástico

Padres e hijos (3, 1-16)

1Escuchad, hijos, los consejos del padre, ponedlos en práctica y os salvaréis.

2El Señor ha dado más honor al padre que a los hijos y ha confirmado la autoridad de la madre sobre ellos.

3Quien respeta a su padre, verá perdonados sus pecados;

4quien engrandece a la madre, acumula tesoros.

5Al que trata con respeto a su padre, sus propios hijos lo colmarán de alegría; cuando rece, será escuchada su plegaria.

6Quien respeta a su padre, tendrá larga vida; el que obedece al Señor, reconfortará a su madre;

7servirá a sus padres como si fueran sus dueños.

8Respeta a tu padre con obras y palabras, de esta manera recaerá sobre ti su bendición.

9La bendición del padre afianza la familia, la maldición de la madre arranca sus cimientos.

10No pongas tu gloria en la deshonra de tu padre, pues jamás te servirá de gloria esa deshonra;

11la gloria del hijo radica en el honor de su padre, una madre sin honra es la vergüenza de sus hijos.

12Cuida, hijo mío, de tu padre en su vejez y no le causes tristeza mientras viva;

13aunque le falle la mente, sé indulgente con él y no lo desprecies, tú que rebosas vigor.

14La limosna del padre, no caerá en saco roto: servirá para obtener el perdón de tus pecados.

15En momentos de aflicción, el Señor se acordará de ti, y como el sol deshace la escarcha, así él deshará tus pecados.

16Abandonar al padre es como blasfemar; maltratar a la madre, como ser maldecido por el Señor.

Clave de lectura a la luz de la doctrina social de la Iglesia: la familia

En la familia se aprende a  conocer el amor y la fidelidad del Señor, así como la necesidad de  corresponderle (cf. Ex 12,25-27; 13,8.14-15; Dt 6,20- 25; 13,7-11; 1 S 3,13); los hijos aprenden las primeras y más  decisivas lecciones de la sabiduría práctica a las que van unidas las virtudes  (cf. Pr 1,8-9; 4,1-4; 6,20-21; Si 3,1-16; 7,27-28). Por todo ello,  el Señor se hace garante del amor y de la fidelidad conyugales (cf. Ml 2,14-15).

Jesús nació y vivió en una familia concreta aceptando todas sus  características propias y dio así  una excelsa dignidad a la institución matrimonial, constituyéndola como  sacramento de la nueva alianza (cf. Mt 19,3-9). En esta perspectiva, la  pareja encuentra su plena dignidad y la familia su solidez (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 210).

 

El ser humano, persona libre (15, 11-20)

11No digas: "Me he desviado por causa del Señor", pues jamás él hace aquello que aborrece.

12No digas: "Me ha extraviado el Señor", pues no necesita para nada al pecador.

13El Señor aborrece toda perversidad y no pueden amarla quienes le honran.

14Él creó al ser humano en el comienzo y le dio capacidad para obrar libremente:

15si lo deseas, cumplirás sus mandamientos y harás fielmente aquello que le agrada.

16Fuego y agua tienes ante ti, está en tu poder escoger lo que quieras;

17puedes elegir entre la vida y la muerte, lo que sea de tu agrado, eso se te dará.

18La sabiduría del Señor no tiene límites, inmenso es su poder y todo lo escudriña;

19su mirada se posa sobre quienes le honran y ninguna acción del ser humano se le escapa.

20Jamás obligó a nadie a ser impío ni concedió licencia a nadie para pecar.

Clave de lectura a la luz de la doctrina social de la Iglesia: la libertad

El hombre puede dirigirse  hacia el bien sólo en la libertad, que Dios le ha dado como signo eminente de su  imagen: « Dios ha querido dejar al  hombre en manos de su propia decisión (cf. Si 15,14), para que así busque  espontáneamente a su Creador y, adhiriéndose libremente a éste, alcance la plena  y bienaventurada perfección. La dignidad humana requiere, por tanto, que el  hombre actúe según su conciencia y libre elección, es decir, movido e inducido  por convicción interna personal y no bajo la presión de un ciego impulso  interior o de la mera coacción externa ».

El  hombre justamente aprecia la libertad y la busca con pasión: justamente quiere -y  debe-, formar y guiar por su libre iniciativa su vida personal y social,  asumiendo personalmente su responsabilidad. La libertad, en efecto,  no sólo permite al hombre cambiar convenientemente el estado de las cosas  exterior a él, sino que determina su crecimiento como persona, mediante opciones  conformes al bien verdadero: de este modo, el hombre se genera a  sí mismo, es padre de su propio ser  y construye el orden  social (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 135).